La transformación de Santiago en «islas de utilidades» pone en duda su calidad de vida y hace repensar a los expertos su futuro urbanístico

Andrés Vázquez Martínez

VIVIR SANTIAGO

Hacerse con permisos de obra en la zona vieja de Santiago se hace muy complejo y tedioso para los particulares, renunciando muchos a vivir allí.
Hacerse con permisos de obra en la zona vieja de Santiago se hace muy complejo y tedioso para los particulares, renunciando muchos a vivir allí. Sandra Alonso

La capital está dividiéndose poco a poco en un archipiélago donde se duerme en un sitio, se compra en otro, se trabaja en un tercero y se disfruta en uno último, haciendo cada vez más difícil la llamada «ciudad de 15 minutos»

05 nov 2023 . Actualizado a las 00:20 h.

Si bien Santiago de Compostela tuvo papeletas en su día para convertirse en una de las denominadas «ciudades de 15 minutos», donde todos los servicios están a menos de un cuarto de hora de cada casa, este modelo a día de hoy queda solamente reservado para algunos barrios. Sobre el terreno, el modelo de ciudad hacia que se está avanzando es justamente el contrario, en el que cada una de las actividades vitales de los y las compostelanos se encuentra en una esquina del mapa municipal, dependiendo por tanto del coche u otros vehículos para moverse dentro de la capital.

Lo reconoce el propio concejal de urbanismo, Iago Lestegás, que hace poco más de cinco meses que ocupa su cargo pero ya planea trabajar sobre el fenómeno, al menos para estudiarlo y poder ser consciente de los puntos a favor y en contra que entraña. En esencia, estas «islas de utilidades», son espacios monofuncionales dentro de una ciudad, en los que la práctica totalidad de sus edificios o elementos están destinados a viviendas, a centros de trabajo, a puntos de consumo y compra o a espacios de ocio y diversión.

En el caso compostelano, a nivel urbanístico, el concejal Iago Lestegás los ubica muy claramente: por un lado están las zonas «para habitar», entre las que se encuentran sobre todo áreas del sur, como Conxo, O Castiñeiriño, A Choupana o Santa Marta. Luego están los espacios «para traballar», entre las que se sitúa el polígono del Tambre o, de alguna manera, el campus universitario, aunque este esté más integrado en la almendra. Un tercer grupo sería el de los lugares «para mercar», que están también a las afueras y podrían estar en ubicaciones tales como el área comercial de Costa Vella o de A Sionlla, así como los centros comerciales de As Cancelas o de El Corte Inglés. Por último, podría entrar la categoría de áreas «para o ocio», que en el caso de Santiago radican sobre todo en la zona vieja, con sus locales de hostelería y su cada vez más marcada especialización turística. Los únicos enclaves que pueden escapar a esta ecuación, en Compostela, pueden ser el Ensanche, el barrio de San Pedro y Fontiñas, que se acercan aceptablemente al modelo de «ciudad de 15 minutos».

Estas áreas urbanas, cada vez más separadas, obligan también a incentivar el uso del coche a los habitantes de una ciudad, fenómeno que que acerca las áreas urbanas a las rurales, por su dependencia del vehículo propio. Es un problema que se saldaría con un transporte público eficaz, algo que numerosas asociaciones de comerciantes y vecinos o hasta sectoriales denuncian como inexistente por el momento en Santiago, tanto cuando hablan de los autobuses urbanos como de otros elementos de transporte, póngase como ejemplo el taxi.

Al respecto de este fenómeno, el presidente de la Asociación Galega de Inmobiliarias (Agalin), Carlos Debasa señala que para atajarlo se requiere mayor planificación urbanística, «pues si no la ciudad de 15 minutos será inalcanzable». Ahora bien, ¿es esta la meta que debe tener Compostela? «No necesariamente, es más, bajo mi punto de vista, el hecho de que se formen islas de utilidades no es malo, simplemente responde a un crecimiento urbanístico que se guía por su propia inercia, casi se podría decir naturalmente, cosa que no está mal». Para Debasa, el verdadero problema de la ciudad es la pérdida residencial de la zona vieja, «por ejemplo».

El concejal le pone peor cara a eso de crecer «naturalmente». Es por ello que, según su visión, «hai que preguntarse como queremos medrar e facelo dese xeito, atendendo a criterios que non permitan entrar á mala calidade de vida en Compostela». El problema viene, dice Lestegás, cuando las propias administraciones favorecen ese tipo de usos, y se le viene a la mente la Ciudad de la Cultura: «Agora toda a actividade cultural que organiza a Xunta de Galicia na súa capital está no Gaiás, absolutamente desconectada do centro». Ante este modelo, «centrifugador», desde el Concello apuestan por la mezcla de los usos, «onde todo sexa camiñable».

En este sentido, reconoce Lestegás que es algo que le quita el sueño a los gestores municipales, subrayando el caso de los polígonos industriales, «onde non pode ser que se estean colocando oficinas, tendas de alimentación ou outros usos terciarios, que deben estar na cidade, na vella ou na nova». Achaca a estas prácticas, principalmente, la carencia que tiene a día de hoy Santiago de suelo industrial o el exagerado número de bajos comerciales que están vacíos en las zonas residenciales.

Vistas parciales de Conxo, desde la rúa Romero Donallo.
Vistas parciales de Conxo, desde la rúa Romero Donallo. Sandra Alonso

El caso especial de la zona vieja

La parte de Santiago que precisamente se emplea para el ocio (y el turismo) es la vieja, el casco antiguo de la ciudad. Iago Lestegás reconoce que para mucha gente puede hacerse complicado vivir en ella, dado que el acceso del transporte es complicado, no existen grandes alternativas para algo tan básico como hacer la compra más allá de la plaza de abastos o es imposible instalar un simple ascensor en un edificio. «Nós o que temos que lograr é que eses obstáculos non sexan tan determinantes como o son a día de hoxe, que a pesar deles e do coidado do patrimonio a xente teña ganas de habitar a zona vella», expone el edil del Bloque.

Son varios los ejemplos que se le vienen a la cabeza para conseguirlo, «desde intentar actuar sobre esa devandita especialización turística e de ocio que ten a día de hoxe o casco antigo e que xera ruído e incomodidade ata axudas para a instalación de dobres fiestras que illen do frío ao interior da casa, ou outras maneiras de facer posible unha actualización enerxética dos pisos máis aló das bombonas de butano».

«A clave é conseguir dous puntos fundamentais: que a xente que quere vivir na cidade histórica poida facelo e que a xente que xa vive nela quera seguir facéndoo», remata Lestegás. Esta reivindicación, además de la petición de facilidades para hacer la habitabilidad más cómoda en la zona vieja, es algo que comparte el Concello con la asociación de vecinos Fonseca, del casco antiguo, que preside Roberto Almuiña. Desde hace tiempo, él mismo se ha encargado de subrayar la importancia de una ciudad histórica que vaya más allá del ocio y del turismo alrededor de la Catedral, un lugar en el que se pueda vivir.

Si bien todas estas afirmaciones muestran una realidad que se palpa, no es menos cierto que, poniéndola en perspectiva con las de otros centros históricos, se puede decir aquello de «al loro, que no estamos tan mal». Puede ser el resumen de la opinión de María José Piñeira, vicedecana de la Facultad de Xeografía e Historia e investigadora de los contornos urbanos a través de su análisis territorial, que ofreció hace poco más de un mes una entrevista a La Voz donde se trataban estos asuntos. Reconoce que Compostela tiene «moito futuro por construír e moitos obstáculos a salvar», pero que también hay que tener claro que la ciudad «está lonxe de musealizarse, de convertese nun parque temático para o turista, aínda que o seu gran reto do futuro vai ser non facelo».

En su opinión, lo único perseguible en este caso es el equilibrio, que permita habitar en condiciones la ciudad monumental, dotándola de servicios y de viviendas atractivas, pero también siga siendo el punto de referencia a nivel internacional que es actualmente para el turismo. Sobre la idea de que la zona histórica se convierta en una de esas ciudades de quince minutos, «tan de moda despois da pandemia», Piñeira lo duda y mucho: «Podería, ten a estrutura, pero non parece que se vaia dar ese cambio tendo en conta a realidade actual».