«Hoy los diferentes somos los que no llevamos purpurina en la cara»: un recorrido por Santiago a través de la línea de bus que lleva al Monte do Gozo
VIVIR SANTIAGO
En las marquesinas del urbano con dirección a San Marcos confluyen dos mundos. A los santiagueses que se desplazan por la ciudad como cada día de la semana se les unen grupos de jóvenes que esperan por el bus que les deja en las inmediaciones de O Son do Camiño: «Solo con mirarnos ya sabes quien va al festival y quien no»
01 jun 2024 . Actualizado a las 09:20 h.Son las seis y media de la tarde de un viernes y las marquesinas conectadas por la línea 6 de los autobuses de Santiago, en dirección hasta San Marcos, están más llenas de lo habitual. Si entre semana frecuentan este recorrido los trabajadores del sector audiovisual y, en sentido contrario, aquellos que van de compras a El Corte Inglés, estos días se les une un nuevo público. La 6, que sale desde Os Tilos cada veinte minutos —en comparación con la 7, cuya frecuencia ronda la hora—, es una de las dos líneas del urbano que llegan hasta las inmediaciones del Monte do Gozo, donde se celebra O Son do Camiño. Al igual que las lanzaderas habilitadas por la organización, para enfrente del estadio de San Lázaro, a unos veinte minutos caminando del recinto. En las marquesinas más céntricas —en la Rúa do Hórreo, Ensinanza, Virxe da Cerca, San Roque y Basquiños—, los grupos de jóvenes con la pulsera del festival se diferencian a simple vista de los que esperan al bus para moverse entre distintos puntos de la ciudad: las paradas son un contraste entre las personas que llevan bolsas con la compra del fin de semana y las que llevan neveras cargadas con las bebidas que se quedan en la puerta del recinto, entre los que todavía llevan puesto su uniforme laboral y los que se llenaron la cara con pegatinas de corazones.
En la parada de Basquiños suena la canción Rosas, de La Oreja de Van Gogh. Pasan de las seis y cuarto de la tarde y las personas que esperan al bus no caben dentro de la marquesina. La melodía sale del móvil de Eira, una joven de 24 años a la que acompañan Lucía, Maite y Daniela, todas de la misma edad. Una lleva una falda con estampado de cebra y unas botas cowboy plateadas. Otra, un vestido blanco con montones de cerezas estampadas. De rigurosa etiqueta, todas se colocaron unos brillantes debajo de los ojos. «Es lo guay de los festivales, que te puedes poner cosas que si no jamás llevarías», explica una de ellas. «Yo vengo un poco más normal. Lo único, que también me puse la purpurina», dice la primera, con una camiseta azul claro y unos vaqueros blancos. Guardaban el bote con los brillantes desde el verano pasado, cuando se maquillaron de la misma forma para otros eventos y fiestas. A su lado, otro grupo de jóvenes con gafas de sol, gorras y camisetas de tirantes esperan por el autobús hasta el Monte do Gozo. «Solo con mirarnos ya sabes quién va al festival y quién no», bromea uno de ellos. En esa parada, nadie parece estar esperando al bus para ir a un lugar que no sea el recinto de O Son do Camiño.
Bajando hasta San Roque, la escena es parecida. Allí espera Antonio, compostelano de 31 años que se desplaza hasta Fontiñas: «Tanta gente no suele haber. A estas horas, como mucho, cinco o seis más. Ahora, ¿cuántos debemos de estar aquí?¿Quince personas?». Haciendo los cálculos, sale una cifra algo superior. A O Son do Camiño van en grupos grandes. «Es la ocasión para reunirnos todos y pasar un par de días juntos», dice Fran, compostelano de 27 años que espera al autobús con seis amigos más. Son los de toda la vida, los que se conocieron en el colegio y que ahora, de vez en cuando, buscan una fecha para coincidir. Cuentan que tres de ellos ya no viven en Santiago, pero piensan que tienen cierta ventaja sobre el resto de asistentes que no conocen la ciudad. «Imagino que la gente de fuera no tendrá tan presente el hecho de que hay una línea de bus urbano que te deja más o menos en la misma zona que las lanzaderas», reflexiona Bruno, uno de ellos.
A Berta, que espera a que aparezca el autobús en Virxe da Cerca, le pasó el último 6 justo cuando estaba llegando a la parada. «Intenté correr, pero no hubo manera. Supongo que con la gente que sube ahora hasta el Son iría bastante lleno», dice esta «santiaguesa de adopción». Para matar los veinte minutos que le quedan, mira al resto de personas que llegan al mismo punto. «Identificar quién va al festival y quién no es como una especie de juego, aunque aburre un poco: es demasiado fácil de adivinar. Parece que hoy los diferentes somos los que no llevamos purpurina en la cara. Me siento hasta aburrida sin ir así vestida», bromea. Cuenta que el jueves se acercó hasta el Monte do Gozo para ver el concierto de Green Day, grupo del que se declara fan desde que era adolescente. Hoy ya no tiene pensado subir: «¿Para qué, si en el centro de Santiago hay el mismo ambiente», continúa en tono sarcástico. Mientras sigue la conversación, un grupo de personas se acercan desde San Pedro con bolsas y neveras. Llevan trenzas en el pelo, camisas de flores, gorros, purpurina y gafas de sol: «¡Ves! Esto es lo que decía. Estas personas, como comprenderás, no van a seguir el trayecto hasta San Marcos».