«En la Conchi ya no reservamos sitios con folios, pero para entrar hay que tener cuidado con la cola de la izquierda, a la que llamamos 'ilegal' o 'guarra'»
VIVIR SANTIAGO

Los trucos para conseguir mesa en la biblioteca se afinan cuando la afluencia es mayor. Los estudiantes aseguran que lo de guardar mesas para amigos se estila cada vez menos, aunque en la fila de entrada cada uno tiene sus secretos
24 may 2025 . Actualizado a las 11:12 h.Las colas que se forman a primera hora de la mañana delante de las puertas de la biblioteca Concepción Arenal, conocida popularmente como Conchi, sorprenden a todo aquel que no esté acostumbrado a relacionarse con el ambiente universitario. Sin embargo, a los que lo viven desde dentro ya no les llama la atención. Para ellos es, como explica Sabela Lois, estudiante de Bioloxía, «lo más normal del mundo». Las aulas de estudio abren a las ocho y media de la mañana, pero los más madrugadores esperan en una fila que por un lado recorre buena parte de la Rúa dos Feáns y que por el otro llega los fines de semana hasta las escaleras de colores que bajan por la facultad de Dereito. ¿No hay más bibliotecas? Entre semana sí, pero la Conchi es insustituible. Los que acuden diariamente aseguran que a las nueve ya es imposible encontrar un sitio y por eso agudizan sus trucos para adelantarse al resto de jóvenes.
«Lo de reservar sitio es un show. Hay gente que es bastante maleducada, pero es cierto que antes veía muchos más folios puestos sin más. Una vez me encontré con uno escrito en el que ponía: "Reservado"», explica Fika, estudiante de Dereito y habitual en la Conchi. Ella, su grupo de amigas y el resto de estudiantes preguntados en la fila de acceso aseguran que lo de guardar mesa con un post-it, con una hoja en blanco o con una carpeta vacía está pasado de moda. Ahora, para disimular, mejor esparcir las cosas como si realmente hubiera una persona estudiando en ese sitio. «Nosotras ya nunca reservamos una mesa entera, pero si algún amigo nos dice que le guardemos el sitio, que llega ya, cogemos carpetas y apuntes y los desperdigamos por ahí. Es lo que tienes que hacer para que no te lo quiten, dejarlo todo muy real. Poner botellas, el bolso, el estuche, los bolígrafos...», continúa la joven.
El protocolo de la USC recoge que no está permitida la reserva de sitios y que el tiempo máximo de ausencia en un puesto es de veinte minutos. Pasado ese, aunque el estudiante se encuentre abajo tomando el café, podrá ser ocupado por otro usuario y se podrá proceder a la retirada del material que ocupa la mesa. Desde la universidad explican que es una norma que se aplica con suficiente flexibilidad. Primero, cuando el personal que revisa nota una ausencia por tiempo prolongado, que puede corresponder tanto a alguien que reserva el sitio para otro compañero como para alguien que se ausentó del puesto más de lo previsto, deja un aviso. Explican que es algo que se hace de forma ordinaria. La retirada, que es el paso siguiente, ya es una circunstancia poco frecuente.
Aún así, hay veces que pasa. «La semana pasada, cuando todavía teníamos clases, mis amigas tuvieron que salir corriendo entre una y otra para venir a la biblioteca y que se viera que había alguien ocupando el sitio. Fue bastante circo. Llevábamos desde las ocho, se fueron a media mañana y tenían que venir entre horas», recuerda Fika, que cuenta como anécdota alguna que otra situación llamativa vivida en las últimas semanas: «Hace dos días tuve un exámen y esa misma mañana fui a la Conchi para repasar. Me estaba levantando para ir, cogiendo un bolígrafo del estuche, cuando la chica de al lado cogió una de sus carpetas y la puso rápidamente en mi sitio. No me preguntó ni siquiera si me estaba yendo».
La escena demuestra las batallas que se pueden librar cada día por conseguir un sitio en la biblioteca. Hay que tener en cuenta que estas semanas se juntan en el mismo espacio los universitarios que preparan los finales, los estudiantes de bachillerato que estudian para selectividad y las personas que afrontan el último tramo para la oposiciones de educación. Una multitud a la que se le quedan cortas las casi 1.000 plazas que reúnen las tres plantas del edificio, abierto en horario extendido desde las ocho y media de la mañana y las doce de la noche. De ahí que los que quieren asegurarse un espacio se vean obligados a hacer cola desde las ocho de la mañana.
«Entre semana, cuando abren otras bibliotecas, es más llevadero. Cola tienes que hacer siempre, pero llegando diez minutos antes de que abran, que es cuando suele venir la mayoría de la gente, encuentras sitio. Eso sí, no llegues a las nueve, porque ahí ya no queda nada», resume Alberto, que estudia Medicina. Tanto él como sus amigos, que frecuentan la biblioteca en las horas más concurridas —«en casa no soy capaz de concentrarme», alega uno de sus colegas—, se conocen a la perfección los trucos más ingeniosos a la hora de conseguir sitio. «Ya no reservamos con folios, pero cuidado con la cola de la izquierda, que llamamos 'ilegal' o 'guarra'», explica Alberto.

Para entender lo que dice, hay que tener en mente una imagen de la entrada de la Conchi. Por el lado de la derecha está la rampa, que es por donde se forma la fila principal. Por el izquierdo están las escaleras, que es por donde la gente que llega más tarde —pero antes de que abra la biblioteca— intenta situarse. «A xente que chega xusto a e media e ve que a cola é xa moi longa, colase por aí», explica Fernando, amigo de Alberto. Por eso, los estudiantes más legales tienen múltiples motes para referirse a ella: ilegal, guarra, sucia o, simplemente, «la cola de colarse». Lo peor se vive el fin de semana, cuando cierran las bibliotecas de las facultades.
«Entre semana quedamos a y veinticinco para ir a la cola y siempre conseguimos sitio. El fin de semana tenemos que quedar a las ocho para dar pillado sitio. Al principio la cola es una fila, pero luego se van uniendo personas a los grupos y acaba siendo de un ancho gordísimo. Aún encima, la gente se pone también del otro lado y se cuelan. Si llegas tarde, justo a y media, te pones ahí y tienes un sitio mejor que el que se puso antes del otro lado», explica Sabela Lois, que prepara los finales en la biblioteca. «Este año me quedé flipando, porque cada vez va más gente por ahí. Del primer cuatrimestre al segundo hubo un cambio increíble. El fin de semana pasado, esa cola ilegal bajaba por las escaleras que llevan hasta las facultades. Me quedé como: "¿En serio estáis haciendo una cola igual de larga que la normal pero para colaros?". Si yo llevo esperando media hora y tú cinco minutos, no te cuelas», sentencia Fika.
Cuando la biblioteca abre sus puertas, comienzan a entrar. Primero se abren las plantas uno y dos. Cuando se completan abren la tercera, aunque la decisión de hacerlo de manera escalonada desconcierta a los universitarios. La gran mayoría prefiere la primera planta, ya que hay más luz. La tercera es la que menos interés suscita, por la iluminación y porque no llega la cobertura, pero muchos grupos prefieren sentarse ahí juntos que hacerlo en las otras si es en sitios separados. «Hay tres plantas, pero al principio solo abren las dos primeras, que se llenan enseguida. La gente, como va en grupos grandes, no encuentra sitio para todos en la uno o en la dos si no entran de los primeros. Se vuelven locos para ir a la de abajo, que no se abre hasta que se completan los sitios de las otras. La gente se sienta en los huecos libres, esperan a que abran la tres y luego salen todos corriendo. Otros se amontonan en las escaleras para salir corriendo cuando abran», continúa Sabela. Cada uno tiene sus trucos.