David Giménez, el nómada que recorre la península a pie con la tienda de campaña a cuestas: «Galicia es el paraíso de España»

C. N. SANTIAGO / LA VOZ

VIVIR SANTIAGO

David al llegar a la Praza do Obradoiro.
David al llegar a la Praza do Obradoiro. CEDIDA

El joven comenzó a caminar en Salou, avanzó por toda la costa del norte y, cuando su reto cumplía cien días, llegó a Compostela. De la ciudad le ha llamado la atención la sombra del peregrino en la Quintana, los que lloran al llegar al Obradoiro y lo desértica que está la plaza pasada la madrugada

04 sep 2025 . Actualizado a las 13:34 h.

David Giménez no es un peregrino al uso. Llegó a Santiago desde Noia, pero su ruta no sigue ningún camino. Se remonta a Salou, la localidad en la que nació, donde cien días atrás cargaba por primera vez en un carro su tienda de campaña, un colchón hinchable, su saco de dormir y un cámping gas con hornillos. Se adentraba en una aventura que, a día de hoy, piensa que es la mejor que ha emprendido en su vida. «Tenía dos opciones. Una era irme a Filipinas y la otra era conocer un poco mejor mi país, pero a mi manera. Yo soy muy de locuras», explica este joven, que se marcó como reto caminar de forma ininterrumpida a lo largo de toda la costa peninsular. Por ahora, lo está cumpliendo. En cien días ha perseguido  el Atlántico desde el País Vasco, Cantabria, Asturias y, ahora, desde Galicia. 

Él mismo cuenta su historia: «Trabajé once años en el mundo de la noche, pero me cansé y me fui a vivir a Australia. Ahí dejé todos los vicios, empecé una vida sana, conecté con la naturaleza y me conocí a mí mismo. Disfruté muchísimo de la sensación de sentirme libre. Cuando se me acabó el visado, me fui a Indonesia», recuerda este joven con hambre de aventura. Al regresar a España empezó a trabajar en la estación de esquí de Formigal, una ocupación que, por su conexión con la montaña y con la naturaleza, disfrutó con ganas. Se acabó el invierno y barajó la opción de volver a viajar por el extranjero, pero se quedó con lo nacional. 

De ahí salió la idea de emprender una caminata por todo el litoral peninsular. «La mejor manera de conocer un país es andando. Yo soy de retarme, de ponerme a prueba y de hacer locuras, porque me nutro de esas sensaciones a las que la gente tendría miedo. Alguien con dos dedos de frente no lo haría jamás», continúa David, que, en cien días, ha recorrido 2.400 kilómetros. «Cada día hago unos 30 kilómetros y solo he descansado tres», asegura el joven. Aunque su actividad haya sido constante, piensa que va a tener que echar caminando más tiempo del esperado y que, seguramente, le coja la llegada del invierno en la aventura: «Antes de irme de la estación les expliqué el reto y les dije que contaran conmigo al cien por cien para diciembre, que llegaba para la temporada de esquí. Yo tenía previstos seis meses, pero creo que me va a llevar un año. La Península Ibérica es gigantesca», dice David, que se dirige ahora a explorar la zona de las Rías Baixas. 

Él camina sin una ruta trazada: «Voy al día, me acerco al mar y empiezo a andar, siempre viéndolo y escuchándolo. No ando en línea recta», explica David, recordando que la vida siempre se ha hecho cerca de la costa. Lo de Santiago fue una desviación. Después de un mes de buen tiempo, empezó a llover. El chaparrón lo pilló en Noia y ahí tomó una decisión: «Todo el contenido que hago en redes es de paisajes y con la lluvia no podía grabar bien. Era una pena pasar por las Rías Baixas sin poder disfrutarlas. Miré la predicción y vi que paraba en un par de días, así que decidí esperar para seguir bajando. Abrí Google Maps para ver qué tenía cerca y justo estaba Santiago de Compostela. Eran dos días andando, tiempo que para cualquier persona puede ser una burrada, pero para mí, que llevo ya ciento y pico, esa distancia es como estar al lado de casa».

Una serie de casualidades coincidieron el día en el que llegó a la Praza do Obradoiro. Esa mañana se cumplieron 100 días desde que salió de Salou, era 1 de septiembre y un lunes —primer día del mes y primer día de la semana— y, además, llegó a los 50.000 seguidores en su cuenta de Instagram (@elretodedavid), en la que lleva compartiendo su día a día desde que se se embarcó en esta aventura. Una serie de coincidencias que hicieron que disfrutara de la ciudad más si cabe. Entre todas las cosas que llamaron la atención, menciona la sombra del peregrino de la Quintana, sobre la que estuvo leyendo información posteriormente. También le sorprendió ver a la gente llorar cuando llegaban al Obradoiro y poder tumbarse en el suelo para ver la Catedral del revés: «A la una y pico de la mañana no había ni una sola persona. Me sorprendió mucho siendo un sitio tan especial».

«Volví a Noia, que fue donde dejé la ruta, visité el Castro de Baroña y ahora estoy de camino a las Dunas de Corrubedo», explica David, que, mientras atiende por teléfono a La Voz, sigue caminando. No quiere perder tiempo, aunque no le importa quedarse más de lo previsto en la comunidad. «Cuando llegué, mi idea era recorrer rápido las rías para adentrarme pronto en Portugal. Poco sabía de Galicia, pero todo cambió cuando entré por Ribadeo. Recorrí todo el norte e hice el camino de los faros cuando llegué a Malpica. Ahora pienso que Galicia es el paraíso de España, pero que la gente no lo sabe», explica David. Él estuvo en Australia y en Indonesia, pero asegura que las gallegas son las mejores playas que ha visto jamás. 

Cuando termine de andar por el perímetro de la comunidad, se adentrará en Portugal. Hace su ruta en soledad y piensa que «hay que estar muy preparado mentalmente» para hacerle frente. Viaja con un carro que ha bautizado como Charlie. En él lleva lo imprescindible para sobrevivir: una tienda para acampar donde lo necesite, un colchón, un saco de dormir, ropa, comida, hornillos, un botiquín, un cámping gas para sobrevivir y plazas solares. Pesa acerca de 35 kilos y ya es su confidente. «Al principio pasaba horas solo y hablaba con él, así que me hice su amigo», bromea.

A medida que fue colgando contenido sobre la ruta en sus redes sociales, la soledad se hizo más llevadera. Enseguida lo empezaron a reconocer en los pueblos por los que pasaba, ofreciéndole comida y cobijo en sus casas. Le gustaría volver a la gran mayoría de lugares que ha visitado, pero, teniendo en cuenta los que le quedan todavía, no sabe si en algún momento volverá a tener el tiempo para hacerlo. David siempre seguirá eligiendo la vida al minuto.