
La mayor duna móvil del Noroeste enseñorea una fiera playa de cuatro kilómetros de largo Es un pedazo de desierto en plena costa, que deja sin habla al visitante primerizo
19 ago 2004 . Actualizado a las 07:00 h.?os franceses, que son tíos muy listos, le sablean un puñado de euros a todo incauto que desee visitar la duna de Pyla, a un paso de Arcachon, en las Landas. En Galicia, donde el negocio verde escasea, se ofrece por la cara a los cinco sentidos el parque natural de Corrubedo, con su complejo de playas de cuatro kilómetros de longitud incluido. El arenal gabacho es mucho más alto: alrededor de doscientos metros, mientras que la duna ribeirense apenas supera los veinte en su punto de mayor elevación. Pero no es menos cierto que el rácano paisaje de aquel pedazo de la costa atlántica francesa, avaro en formas y cualquier color que no sea el verde de sus monótonos e interminables pinares, no soporta la comparación con los potentes contrastes y la riqueza de este fiero paraje galaico. Corrubedo es una de las pocas playas donde todavía pueden verse más camisas que bañadores, donde las parejas que retozan completamente vestidas conviven con los nudistas, donde ni siquiera es necesario descalzarse para besar el mar. Aquí todo lo domina la duna, que avanza lentamente hacia la tierra. Hace años, los paisanos se quejaban de que los cochinos jabalines arrasaban sus leiras de millo con el salvoconducto del espacio natural protegido entre sus hocicos destructores. Si algún gallego sigue plantando patatas por estos lares dentro de algunas eras, tal vez tenga que hacer causa común con los porcos bravos para evitar que la arena se lleve por delante el mundo que hoy comparten. Pasado cementicio No siempre los tiempos pasados fueron mejores. Un turista de Huelva comprueba lo acertado del comentario, escuchando el relato de un amiguete de Ribeira a pie de duna. «Antes, los camiones y las excavadoras llegaban aquí mismo, hasta la misma arena; después lo fueron haciendo con más disimulo, por los alrededores, pero no paraban». ¿Qué es lo que hacían los volquetes en la playa? Premio; extraer toneladas de arena para engrosar el cemento con el que se fraguaron buena parte de los descalostres urbanísticos de ésta y otras comarcas. Por fortuna, la cosa ha cambiado. El amigo andaluz lanza al aire sus propias conclusiones: «Aquí teníamoh que haber venío de sorteroh», dice con aire furtivo, encontrándole una clásica y lúbrica utilidad al inmenso arenal. Su compañero, el de casa, resuelve por el lado romántico casposo: «Pues antes de casarnos nosotros sí vinimos, y yo le escribí en la arena 'Te quiero, cari'». Una señora de acento madrileño e impecable blusa estampada sueña en voz alta con «el camello de Peter O'Toole». Otros cierran los ojos y creen haberse transportado a la Playa del Inglés, en Gran Canaria. Sus espejismos desembocan como lo hace la duna, descendiendo hacia un mar abierto, agitado, cuyo rugido sordo y constante despierta un recuerdo primigenio, profundo y salvaje.