Borracheras de altura

SOCIEDAD

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La anécdota del famoso que se pasa con las copas en el avión y la lía parda se socializa

08 nov 2014 . Actualizado a las 13:54 h.

Liarla parda en un avión por pasarse con las copas formaba parte de las excentricidades de los famosos cuyo dudoso pasado podía soportar una muesca más en su catálogo de golfadas. Mearse en la moqueta de la aeronave como hizo Depardieu, dar la brasa durante ocho horas seguidas como el músico Liam Gallagher o hacer regresar a Madrid un vuelo con destino a México, un mérito de Melendi, ha dejado de ser una anécdota en la sección de noticias singulares para convertirse en una pesadilla socializada para los tripulantes de compañías, para los sufridores viajeros y para los propios borrachines aéreos, a los que las aerolíneas han decidido apretarles el cinturón de seguridad.

El tema está que arde. Tanto que fue uno de los asuntos estelares de la última convención de IATA (Asociación Internacional de Transporte Aéreo) celebrada hace unos días en Washington, donde se pusieron los cimientos para crear una base de datos mundial con los bebedores habituales de altos vuelos que se pasan de rosca. El objetivo, no venderles ni un pasaje más. ¿Por qué se ponen tan serias ahora las aerolíneas? ?Porque sin llegar a perder el control de las situaciones, sí es cierto que hubo algo de permisividad en el pasado y es una incidencia creciente que afecta gravemente a la seguridad de las personas y del aparato. Todo tiene que ver con la popularización de la aviación, que tiene muchas cosas buenas y alguna mala?, explica Agustín Guzmán, comandante de una gran compañía española que habla como miembro del departamento técnico de seguridad del Sepla. Guzmán las ha vivido de todos los colores y le sobra criterio para afirmar que es un problema transversal que se da en las primeras clases de una compañía de bandera, en chárteres vacacionales y en aerolíneas regulares de bajo coste. A su juicio, las redes sociales y los teléfonos inteligentes con cámara solo han acelerado la difusión de escenas que nunca son agradables.

Jetcost, un buscador de vuelos con fuerte presencia en Europa, presentó el mes pasado una encuesta que realizó entre sus usuarios en la que uno de cada siete jóvenes admitía haber viajado en avión a España de vacaciones con copas de más. Las tomaban en el aeropuerto y seguían la ingesta en la aeronave. La disculpa más extendida para hacerlo fue la euforia y excitación que les generaba tener por delante unos días de asueto. El experto en seguridad de cabecera del Sepla no cree que exista una contradicción en el hecho de que las compañías vendan alcohol a bordo. «El problema lo traen puesto de casa o del aeropuerto», asegura el piloto, quien recuerda que en una ocasión tuvo que dejar en tierra a tres individuos que pretendían embarcar llevando a uno de ellos arrastrando los pies y «totalmente inconsciente. ¿Qué hacemos con esa persona si hay una incidencia? ¿Y si todo deriva en un problema médico más grave?», se pregunta el comandante, quien recuerda que algunas aerolíneas ya pasan denuncias y facturas por los gastos ocasionados por lo que técnicamente llaman «pasajeros conflictivos». Un pico, no lo duden.

La otra gran disculpa para entregarse a los chupinazos aéreos tiene que ver con el nerviosismo y la inquietud por volar. ¿Ayuda de verdad una copita para relajar los ánimos? Carlos Álvarez, psicólogo clínico y directivo del Colexio de Psicoloxía de Galicia, es cauto sobre los efectos reales que pueda tener un lingotazo entre los que sienten cierta inquietud al volar (el 25 % de la población) pero rotundo ante ese 10 % que siente auténtico pavor: «El alcohol no quita el miedo», garantiza Álvarez, quien ve mucho más efectivo para superar el trago otros «elementos de distracción» como la lectura o los aparatos tecnológicos de entretenimiento.

Cada aerolínea tiene su librillo ante situaciones excesivas, pero casi todas coinciden en que el nivel de simpatía hacia estas circunstancias debe zanjarse cuando se molesta a terceros. Lo primero es el diálogo amable, y lo último, la inmovilización. Así, atado al asiento, acabó Jordan Belfort (el ejecutivo de los 90 que interpreta Leo DiCaprio en El lobo de Wall Street) en un vuelo entre Nueva York y Ginebra. Una escena memorable para ver una y otra vez... en el cine.