Recuerdo de un apagón en un quirófano (1)

Doktor Pseudonimus

SOCIEDAD

14 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Sucedió hace ahora exactamente medio siglo. En el ranking mundial de la cirugía oftalmológica los tres primeros puestos tenían nombres españoles. Hermenegildo Arruga e Ignacio Barraquer en Barcelona. Ramón Castroviejo en Nueva York. Aún eran tiempos en los que el éxito y la fama de un cirujano dependían sobre todo de la habilidad de sus manos, de la rapidez de sus reflejos y de la intrepidez de su temperamento. De aquellas tres haches que exigía el imperativo anglosajón: Hands, Heart, Head. Dependían también, que todo hay que decirlo, de una astuta puesta en escena del gran cirujano como taumaturgo o prima donna. El cirujano-estrella era algo así como la encarnación moderna del mito de superman.

De joven Castroviejo había jugado al fútbol en el Logroñés y participado en unas olimpiadas como lanzador de jabalina. Ahora estaba en el apogeo de su fama como cirujano y como personaje. Maestro innovador en la cirugía de la catarata y primera autoridad mundial indiscutible en el trasplante de la córnea. En el Upper East Side de Manhattan había comprado una enorme y antigua mansión señorial y la había convertido en una clínica moderna hecha a su medida. Muy cerca del Solomon Guggenheim Museum, esa maravilla arquitectónica debida al genio de Frank Lloyd Wright. A la clínica acudían gentes de todas partes del mundo y de muy variada condición. Desde magnates y jefes de Estado a gentes del común, especialmente emigrantes españoles y sudamericanos a los que don Ramón dedicaba especial atención.

Invitado y becado por el propio Castroviejo, allí llegué yo una fría mañana del mes de octubre de 1965. En la clínica la mañana se dedicaba a la exploración de los pacientes. Explorar supone preguntar, escuchar, mirar y volver a preguntar. Y si se quiere evitar el patinazo en el diagnóstico, dedicar unos momentos a la duda. Darle vueltas en la cabeza a lo que has visto o escuchado. Para un cirujano nato eso solía ser algo así como perder el tiempo. El ámbito propio de la cirugía es el de los hombres de acción. Aquellos que son capaces de transformar la realidad con sus propias manos. Castroviejo delegaba esa tarea a sus ayudantes. Lo que realmente le interesaba era saber si aquello que traía al enfermo a la clínica se podía o no se podía operar. Su patria era el quirófano. Era allí donde gozaba y se transformaba. Las sesiones empezaban a las tres en punto de la tarde. Don Ramón presumía de operar con pinzas, tijeras y cuchillas diseñadas por él mismo, cosa que era cierta. Para ver mejor se valía de unas simples lupas y nunca le vi utilizar el microscopio operatorio. Operaba siempre con anestesia local y durante la intervención hablaba con el paciente y con los asistentes. Cuando el paciente se quejaba, don Ramón se incomodaba y le reñía. En castellano o en el inglés macarrónico que aún hablaba después de haber vivido más de treinta años en USA.