Flamencas, guitarras y jamón, clichés ibéricos de la película récord de Netflix

SOCIEDAD

Más de treinta millones de cuentas vieron en sus tres primeros días la comedia «Criminales en el mar», protagonizada por Adam Sandler y Jennifer Aniston

21 jun 2019 . Actualizado a las 13:03 h.

Queremos el streaming para catar bocados exclusivos que la programación ordinaria no ofrece, pero, cuando nadie nos ve, nos lanzamos con avidez sobre la comida rápida. Netflix tiene las pruebas. La última película protagonizada por Adam Sandler y Jennifer Aniston, Criminales en el mar, se estrenó en la plataforma el pasado viernes 14 y en sus tres primeros días fue vista desde 30,8 millones de cuentas en todo el mundo. Un total de 13,3 millones hicieron clic desde Estados Unidos y Canadá y otros 17,9 millones, desde el resto del mundo. Esta alocada comedia sobre un misterioso asesinato a bordo de un yate de lujo en el Mediterráneo, inspirada en Agatha Christie, se convirtió así en la película con la mejor taquilla de Netflix en el fin de semana de su estreno, y, tal vez por eso, la plataforma decidió presumir y hacer públicos los datos con una transparencia poco habitual.

¿Quién duda entonces de que el acuerdo que Adam Sandler y Netflix firmaron para crear varios títulos en común ha sido un buen negocio? Lo cierto es que el célebre nombre de sus protagonistas es lo más destacado que puede ofrecer esta película que une humor y misterio con recursos nada nuevos.

El actor cómico y la exprotagonista de Friends vuelven a hacer pareja después del éxito de Sígueme el rollo. Ella encarna a Audrey, una peluquera de Manhattan, y él, a Nick, un policía poco cualificado que entró en el cuerpo por los pelos y que, quince años después de su boda, se ve coaccionado a cumplir por fin su vieja promesa de llevar a su mujer de viaje a Europa.

Durante el vuelo transoceánico, en una incursión soterrada al bar de primera clase, Audrey conoce a un vizconde que, sin pensárselo dos veces, invita al matrimonio a pasar las vacaciones en el yate familiar. Los ricos, sabido es, suelen subir a bordo al primero que se cruza con ellos.

Pero el modesto plan de viaje de la pareja es otro. Primero llegan a un aeropuerto de Málaga donde afloran los clichés ibéricos. Igual que Misión imposible 2 mezclaba la Semana Santa sevillana con las Fallas de Valencia, aquí un guitarrista y una bailaora flamenca esperan a los viajeros al pie del autobús, mientras un guía de nombre «Gonzáles» les racanea la copa de champán de bienvenida que el folleto turístico prometía. En ese autobús, los Spitz planean dirigirse a su primera parada en «el idílico pueblecito de San Griglio»: asistir a una demostración de cómo se cura el jamón. «Siempre que nos comemos un bocadillo de jamón te preguntas cómo se cura el jamón; pues ya no tendrás que volver a preguntártelo», dice el marido, emocionado por el poryecto.

Ahí surgen las diferencias entre ellos. Él apuesta por jamón y autobús; ella, por beber vino, saborear los platos del chef Maurice y navegar de gorra por los puertos europeos. Al final gana ella y, en un pispás, entre canciones de Álvaro Soler y Mala Rodríguez, la pareja llega en descapotable desde el aeropuerto de Málaga al puerto de Cartagena, según se puede leer en una nave industrial, aunque el paisaje pintoresco de fondo no se corresponde con el litoral español, sino con la localidad italiana de Santa Margherita Ligure. Total, qué importan los detalles.

Una vez en el barco, un cascarón con helipuerto propio, los Spitz se convierten en dos infiltrados de trote entre esmóquines y trajes de gala; él, de turista en pantalón corto y cerveza en la mano, y ella, bueno, ella acicalada de Jennifer Aniston.

En su accidentada singladura se cruzan con una mezcolanza de personajes que incluye un coronel de Namibia y su guardaespaldas de las fuerzas especiales rusas; un marajá de Bombay; un piloto español de fórmula 1 y una bella estrella de cine. En un lugar de honor en la sala está la mortífera daga de acero chino que el mismísimo Marco Polo regaló a sus antepasados, el arma de este Cluedo disparatado en el que un puñado de figuras caricaturescas se disputan una herencia suculenta.