La falta de liderazgo hizo encallar la cumbre del clima de Madrid

Raúl Romar García
r. romar REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Jesús Hellín - Europa Press

Todos los deberes quedan pendientes para la reunión de Glasgow

17 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La cumbre de la ambición climática acabó convirtiéndose en la cumbre de la decepción. Nunca antes como ahora se habían visto frustrado tanto las expectativas, porque nunca antes como ahora se había visto una presión social semejante para encauzar un acuerdo digno, ni tampoco una predisposición tan grande por parte de las empresas energéticas para encaminarse hacia la transición verde. Pero de Madrid solo salió un tibio texto en el que se urge a los países a que presenten el próximo año objetivos más ambiciosos para la reducción de gases de efecto invernadero, ya que con los actuales no solo no se conseguirá contener en 1,5 grados el aumento de las temperaturas de aquí a fin de siglo, sino que se elevarán hasta 3,2 grados. Sin más concreción.

El verdadero y gran objetivo era articular un mercado mundial de carbono -por el que países y empresas que hayan superado su cuota puedan comprarlo a otros que no lo hayan hecho- que desarrollase el artículo 6 del Acuerdo de París. Un aspecto esencial para que el pacto mundial pueda aplicarse. Entrará en vigor, en cualquier caso, el 1 de enero, en sustitución del aún vigente Protocolo de Kioto, que solo compromete a 55 países, pero sin una de sus principales herramientas. Ni tampoco se ha logrado mayor financiación para el Fondo Verde, que debe dotarse con 100.000 millones de euros a partir del 2020 para financiar la transición ecológica a los países desfavorecidos. Y la ambición climática, concretada en números, se ha quedado en una mera petición.

Todo queda pendiente para la COP26 que se celebrará en noviembre próximo en Glasgow. Será, realmente, la última oportunidad para salvar el planeta, porque ya no quedará margen de actuación. Demasiada presión.

Pero, ¿qué falló en Madrid? Fundamentalmente liderazgo. Primero, en la gestión propia de la cumbre. Aunque se celebró en Madrid, la presidencia siguió recayendo en Chile, el país organizador que tuvo que ceder la sede a causa de las revueltas vividas en el país. La ministra de Medio Ambiente chilena, Carolina Schmidt, encargada de las negociaciones, pecó de inexperiencia. En vez de iniciar las conversaciones con objetivos altos para luego ir cediendo poco a poco hasta un mínimo aceptable, presentaron desde el principio un texto de mínimos. La ambición ya se había esfumado. Y luego había que lidiar con los negociadores de otros países, con múltiples diferencias entre ellos. Le faltó cuajo. Hasta el punto de que tuvo que pedir la mediación de la ministra española de Transición Ecológica, Teresa Ribera, experta en estas lides, para alcanzar un mínimo acuerdo. Su papel, según los analistas, fue clave en una larga madrugada de reuniones.

También faltó liderazgo porque directamente faltaron líderes. A diferencia de otras cumbres más cruciales, China, India, EE.UU. o Japón, entre muchos otros, enviaron delegaciones de tercer nivel. Ni presidentes, ni jefes de Estado, ni ministros. Para conseguir su presencia había que gestionarlo previamente a lo largo de todo un año. Por ejemplo, el primer ministro chino, Li Keqiang, cuya participación es esencial como representante del país más contaminante del planeta, sí ha comprometido ya su presencia en la cumbre de Glasgow.

La Unión Europea se quedó sola con su liderazgo en Madrid. Y, hoy por hoy, su tirón es insuficiente. A falta de Estados Unidos, solo la alianza de China y de la UE permitirá materializar acuerdos fuertes.