Nobel para Meldal, Sharpless y Bertozzi por la «química del clic» y su aplicación a los organismos vivos

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K. Barry Sharpless, Carolyn R. Bertozzi y Morten Meldal.
K. Barry Sharpless, Carolyn R. Bertozzi y Morten Meldal. Efe

La Academia Sueca distingue una ingeniosa técnica para construir moléculas. Es la segunda vez que Sharpless recibe el Nobel

05 oct 2022 . Actualizado a las 22:00 h.

Como programar a dos personas para que se gusten exclusivamente, para que se busquen entre la muchedumbre, para que se encuentren de forma rápida y se junten, porque unidas son más fuertes, mejores. Esta suerte de flechazo provocado, este cada oveja con su pareja trasladado a las moléculas es lo que se conoce como química clic: programar químicamente moléculas para que se reconozcan y, como piezas de un puzle, encajen a la perfección. Para trazar rutas directas. Para que reaccione solo que queremos que reaccione. Sobre los padres de esta técnica que hace fácil lo complejo y sobre la mujer que la aplicó en organismos vivos ha recaído este año el Nobel de Química. Según la academia sueca, el estadounidense Barry Sharpless y el danés Morten Meldal sentaron las bases de una nueva manera de construir moléculas —por eso pasa el futuro, por diseñarlas a medida para hacernos la vida más fácil, para protegernos o para curarnos—; y su colega de la Universidad Stanford Carolyn Bertozzi las llevó a una nueva dimensión, a las células vivas.

Fue Sharpless quien comenzó a hacer rodar la pelota en el año 2000, al plantear desarrollar moléculas programadas de alguna manera para unirse al verse, dando lugar a otras moléculas más complejas y ya funcionales, como los medicamentos. Su idea era «obligar» a dos sustancias a gustarse, a reaccionar de forma rápida y eficiente, incluso en presencia de otras muchas. ¿Pero cómo? Un año después de publicar este concepto, dio con una reacción química que no solo demostró que la teoría podía llevarse a la práctica, sino que esta técnica era extraordinariamente selectiva. Junto a Meldal, ambos de forma independiente, dio con la joya de la corona de esta filosofía: la cicloadición de azida-alquino catalizada por cobre.

Ilustración: Niklas Elmehed

«Imagina un concierto en un campo de fútbol en el que hay miles de personas vestidas de colores, y solo dos de blanco —ilustra José Luis Mascareñas, catedrático de Química en la USC—. Una tiene azida y otra alquino, y gracias a esto son capaces de encontrarse fácilmente en el campo, gustarse y acoplarse, sin rozar a los demás. Esto en química se llama unirse de forma ortogonal». Crear una molécula a través de la unión de otras dos no es sencillo. Hay muchos sitios por donde se puede unir, pero para obtener un resultado concreto es necesario que se unan por un sitio específico. «Es muy importante que haya esa programación para que la unión sea por ahí y no por otro lugar, y para que una molécula se una a la que tú quieres y no a terceras», explica el experto.

Ahora imaginen un organismo vivo con millones de moléculas, ese campo de fútbol multiplicado por mil. Bertozzi demostró que también aquí era posible aplicar la química clic, modificar células de manera selectiva. La extrapolación del concepto al medio biológico —la química bioortogonal— se usa para entender cómo se comportan determinadas moléculas naturales (marcándolas, adosándole un átomo de color, y observándolas), pero también para conseguir fármacos más potentes, por ejemplo uniendo anticuerpos con enzimas o compuestos citotóxicos. Una forma dual de atacar el cáncer.