La faceta más íntima de Benedicto XVI: le encantaba el piano y adoraba a los gatos

VALENTINA SAINI VENECIA / E. LA VOZ

SOCIEDAD

Max Rossi | REUTERS

El pontífice emérito frecuentaba en Roma restaurantes de cocina bávara

08 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Los papas también son ante todo personas y, como todas las personas, tienen sus aficiones y pasiones. Pío IX tocaba muy bien el violonchelo y le encantaba ir de caza. León XIII era un amante de la viticultura, y cultivaba personalmente un pequeño viñedo, donde también le gustaba descansar y componer poesía en latín. Pío XI era un excelente alpinista, a Pío XII le encantaba tocar el violín y sobre todo cuidar de sus periquitos. Pablo VI fue un incansable coleccionista de autógrafos y un amante de las matemáticas. Y también era muy conocida la pasión de Juan Pablo II por el deporte, especialmente el senderismo y la natación, tanto que mandó construir una piscina en Castel Gandolfo para mantenerse en forma.

Por su parte, como muchos alemanes, el papa emérito Benedicto XVI, recientemente fallecido, amaba mucho la música clásica. Tras el concierto en el Vaticano por su 80 cumpleaños, Benedicto dijo: «Doy gracias a Dios por haber puesto la música a mi lado, casi como una compañera de viaje que siempre me ha dado consuelo y alegría». De hecho, el joven Joseph Ratzinger creció rodeado de la música: su padre tocaba la cítara, su madre cantaba, su hermana María tocaba el armonio. Su hermano mayor, Georg, fue compositor y director del coro de la catedral de Ratisbona, y condujo a su coro por todo el mundo.

Al propio Benedicto XVI, que consideraba el canto «casi un vuelo, una elevación a Dios, una anticipación en cierto modo del canto de la eternidad», le encantaba tocar el piano, y adoraba a dos compositores en particular: Mozart y Beethoven. Pero también a Schubert con sus Lieder, y a Bruckner, un compositor austríaco profundamente católico. Escribió el libro Alabar a Dios con el arte y en el 2009 publicó un álbum de música sacra contemporánea en el que la voz de Benedicto XVI recitando oraciones y cantando el Regina Coeli a la Virgen se mezclaba con las interpretaciones de dos prestigiosas orquestas.

Función purificadora

Además de amar la música y su función purificadora, Ratzinger era muy aficionado a los gatos, incluso de niño. Ya a los dos años tenía uno de peluche y, como suele ocurrir en el campo, los gatos de verdad tampoco faltaban en casa. Durante sus años de docencia universitaria en la ciudad bávara de Ratisbona, Chico, el gato atigrado rojo del vecino, le visitaba a menudo en casa, paseando sobre el piano mientras Ratzinger tocaba obras de Mozart.

Cuando dirigía el Dicasterio para la Doctrina de la Fe en Roma —donde aún había más gatos que jabalíes entonces—, el futuro pontífice era famoso por dar de comer a muchos gatos callejeros, que le seguían hasta el Vaticano, ante el asombro de los guardias suizos. Y su elección a papa supuso el ingreso de varios gatos en los jardines vaticanos, que por supuesto recibían atención veterinaria. Las fotos del papa acariciando a Pushkin, el gato negro mascota del Oratorio San Felipe Neri de Birmingham, durante el viaje apostólico al Reino Unido, dieron la vuelta al mundo. E incluso cuando renunció al papado, Benedicto XVI siguió disfrutando de la compañía de sus queridos felinos en el antiguo monasterio Mater Ecclesiae.

Amante de las artes y del estudio, el pontífice emérito también disfrutaba de los placeres de la mesa. Le gustaba especialmente la cocina sencilla, y por eso se encontraba muy a gusto en Roma, famosa por sus platos sabrosos pero simples, como la alcachofa a la romana y los espaguetis a la carbonara. Como cardenal acudía a menudo a un pequeño restaurante romano donde servían cocina bávara: en particular, le encantaban el frittatensuppe —caldo de carne con fideos— y el strudel.