Un año sin mascarillas en interiores: ¿es hora de retirarlas en los hospitales?

Tamara Montero
Tamara Montero SANTIAGO / LA VOZ

SOCIEDAD

MARCOS MÍGUEZ

La comunidad científica abre el debate sobre los usos obligatorios que hay todavía en España: centros sanitarios, residencias y farmacias. La Voz ha consultado a varios expertos, con opiniones encontradas

20 abr 2023 . Actualizado a las 15:14 h.

Tras 700 días, el BOE publicaba hace hoy un año el decreto que dejaba sin efecto la obligatoriedad del uso de mascarilla en espacios interiores. Habían pasado dos años de pandemia y una sexta ola con un ritmo de contagio sin precedentes, pero tras las vacaciones de Semana Santa, el uso quedaba reducido a espacios concretos, fundamentalmente los de mayor concentración de población vulnerable (centros sanitarios y residencias), que fue acogido con normalidad por la población, y en el transporte público, una medida que generó mayor debate y que se ha mantenido hasta inicios de este mismo año.

Sin embargo, en este primer aniversario se ha comenzado a abrir de nuevo el debate sobre la pertinencia del uso de la mascarilla en los espacios en los que sigue siendo obligatoria, incluyendo también los centros hospitalarios. Un artículo en Annals of Internal Medicine analiza los pros y los contras de retirar la mascarilla allá donde todavía es obligatoria, y los expertos también tienen diferentes opiniones.

«Es un momento en el que podríamos plantearnos retirarlas». Marcos López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología, hace un listado de las razones por las que opina así: la circulación del coronavirus en este momento no es alta, hay una buena inmunización de la población y la pandemia ha dejado de ejercer una fuerte presión en el sistema sanitario. Y además, el virus no ha mutado y lo que circula siguen siendo variantes de ómicron.

«Ha dejado de ser probablemente una emergencia y se ha convertido en un virus que podemos considerar endémico», explica el presidente de los inmunólogos, una tesis que se sostiene también en el artículo de Annals of Internal Medicine. Aunque la OMS sigue calificándola de emergencia, la aprobación de vacunas por parte de la EMA es una evaluación rutinaria.

La opinión viene matizada con un «por ahora». Por ahora el momento es el adecuado y siempre que «sigamos vigilando la evolución». La buena evolución en este momento no significa que haya que relajarse. Se puede plantear dejar el uso masivo en los centros sanitarios de la mascarilla y pasar a tener el mismo protocolo que con cualquier otro agente infeccioso respiratorio. 

Ildefonso Hernández, catedrático de Salud Pública de la Universidad Miguel Hernández, también lista sus razones, en este caso para opinar que no. Al menos no deberían retirarse por ahora. «Tenemos muchas incertidumbres desde el punto de vista científico porque aventurar cuáles pueden ser los impactos de retirarlas o dejarlas es difícil», explica. 

Hernández cree que lo más adecuado sería dejar un tiempo para cerciorarse de cómo evoluciona la vacunación antes de pensar en suprimir el uso masivo. «Yo esperaría a tener más evidencia científica sobre la duración de la inmunidad, sobre la circulación y sobre la aparición de nuevas cepas», máxime pensando en una pandemia que ha tenido un «impacto en salud de una magnitud escalofriante».

La balanza del perjuicio-beneficio se inclina, para Hernández, hacia mantener las mascarillas. Su uso no genera grandes molestias, está restringido a situaciones muy concretas (centros sanitarios, sociosanitarios y farmacias) y el beneficio de usarlas es alto. «Nuestros centros de salud están configurados de un modo en el que hay mucha circulación de personas y eso es bueno porque significa que son accesibles, pero en el caso de la pandemia tuvo el efecto de que se contagiaron rápidamente muchas personas que van con frecuencia a los centros de salud». Y quien va con frecuencia a un centro sanitario es una persona vulnerable. «El uso de mascarilla tiene el beneficio de que la gente más vulnerable está más protegida. No cuesta nada tener más certidumbre antes de retirarla».

Entre la población vulnerable están, por ejemplo, los pacientes con cáncer. Sergio Vázquez, jefe de oncología del HULA, se muestra a favor de la retirada del uso masivo de mascarilla. Él también hace una lista de razones: «Yo la retiraría, si duda», teniendo en cuenta la situación actual del coronavirus y de otros virus respiratorios, como la gripe, en lo que a vacunación se refiere, que ya no se usa en Europa y que además, «dificulta mucho la comunicación médico paciente». Ese factor, el de complicar la comunicación, lo nombran también desde el sector sociosanitario, en el que el debate también está abierto. Como en el CHUS.

«Desde luego», responde Cristina Fernández, jefa de medicina preventiva del CHUS, a si se habla habitualmente de la posibilidad de retirar la obligatoriedad de la mascarilla en los centros sanitarios. De hecho, se hace una evaluación continua de la evolución de la situación a través de la ponencia de vigilancia del consejo interterritorial «aunque periódicamente siempre está sobre la mesa la situación de la mascarilla, a día de hoy no hay fecha para la retirada en estos centros sanitario», explica la subdirectora xeral de Saúde Pública de la Consellería de Sanidade, Marta Piñeiro, cuya argumentación se alinea con la de Ildefonso Hernández: «Nos parece indispensable mantener los centros sanitarios como centros limpios donde hay que evitar brotes y donde se debemos proteger a la población más vulnerable».

¿Se pueden acercar posturas? Por supuesto. Cristina Fernández introduce la posibilidad de un sistema mixto, en el que se mantenga la mascarilla en áreas hospitalarias de alto riesgo, como en zonas de hematología y allá donde haya personas inmunodeprimidas. La cuestión es precisamente esa, dónde están esos pacientes.

«Circulan por todo el hospital», explica Fernández. Vulnerable es un mayor cuyo sistema inmunitario ya esté en senescencia o una persona joven tratada con corticoides cuya respuesta inmunitaria se haya visto reducida. La logística es complicada y en esta posibilidad tiene también mucho que ver la responsabilidad individual, otra de las expresiones más utilizadas a lo largo de toda la pandemia: es fundamental que las personas con sintomatología respiratoria utilicen mascarilla.

PACO RODRÍGUEZ

«Sería interesante, como ya existía en otras culturas antes de la pandemia, que las personas se ponían la mascarilla al tener sintomatología sin que se lo tuviera que imponer la autoridad sanitaria». Marta Piñeiro cree que cabe la posibilidad de que el uso de la mascarilla acabe siendo una cuestión cultural. Que hayan llegado para quedarse.

«Yo, como director de mi departamento, procuro de forma suave, amistosa y con broma, recordar a la gente que si se encuentra mal y no puede hacer teletrabajo, use la mascarilla», explica Ildefonso Hernández, porque nunca se sabe en un entorno concreto si puede haber personas vulnerables y porque siempre es mejor evitar el contagio y la mascarilla es la primera barrera.

En esos pequeños cambios culturales no solo está la normalización de la mascarilla, sino gestos, como lavarse las manos adecuadamente, en los que la OMS por ejemplo había insistido durante muchos años y que deberían también quedarse, resalta Hernández. Y también lecciones aprendidas de la pandemia del covid-19, como la mejora de la ventilación de los espacios interiores y un control exhaustivo de la calidad del aire, lo que contribuiría, resalta López Hoyos, a reducir el riesgo de contagio de enfermedades respiratorias más allá del uso de la mascarilla. 

¿Y las farmacias?

Parece que la población ha asumido con total normalidad la obligatoriedad del uso de mascarilla en espacios como centros sanitarios (donde todo el mundo debe llevarla) y de centros sociosanitarios (en los que los residentes están exentos y solo es obligatoria para el personal externo y las visitas). Pero otra cuestión es en las farmacias. De nuevo, las opiniones difieren.

«Las farmacias son el centro comunitario donde más se acumula gente enferma», porque cualquier persona con sintomatología para pedir paracetamol. Y es más, también acuden muchas personas que van a recoger su medicación por una patología crónica. Ildefonso Hernández ilustra bien por qué se ha decidido mantener la mascarilla en las oficinas de farmacia, a pesar de que es cierto que muchas mantienen los circuitos de entrada y salida para mantener las distancias y que la población, en no pocas ocasiones, hace colas respetando la separación de manera espontánea. 

También está la opinión contraria. Por las mismas razones por las que tendría sentido proceder a retirar el uso masivo y obligatorio de las mascarillas en los hospitales, el presidente de los inmunólogos cree que tendría todo el sentido del mundo que dejase de ser obligatorio su uso en las oficinas de farmacia. 

Eso sí, «aquellas personas que individualmente decidan mantener el uso de la mascarilla tampoco deben tratarse como apestadas», advierte Marcos López Hoyos, que matiza que la retirada está condicionada, precisamente, a esa evaluación periódica de la situación a la que alude Marta Piñeiro: «Siempre se puede volver atrás».

Y no solo con el coronavirus. Ildefonso Hernández se remite a la visión macro para reiterar su mensaje de prudencia: hay que tener en cuenta cómo van a evolucionar las enfermedades transmisibles en estos años con cuestiones de cambio climático y la reducción de biodiversidad, por ejemplo. «Seguimos estando en una situación de riesgo y evaluar completamente lo que ha pasado con la pandemia, con una perspectiva más amplia, no es malo».

No es malo tampoco el uso de la mascarilla más allá del covid. «La prueba la tuvimos en la pandemia y en los momentos clave porque cuando la mascarilla era obligatoria para todas las situaciones y todas las personas la epidemiología de los virus de transmisión respiratoria cayó, hubo virus que no circularon», recuerda la subdirectora xeral de Saúde Pública.