«El chico de las musarañas», el libro de Ana Obregón sobre Aless Lequio: «Mamá, me muero de dolor, me voy a urgencias»

La Voz REDACCIÓN / LA VOZ

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Obregón relata el viaje de sufrimiento que supuso la enfermedad y la muerte de su hijo e insiste en que tener descendencia propia era uno de los sueños del fallecido

19 abr 2023 . Actualizado a las 20:40 h.

«Mamá, me muero de dolor, me voy a urgencias». El 23 de marzo del 2018 cambió la vida de un joven y de toda su familia. Ese día Aless Lequio le contaba a Ana Obregón que necesitaba acudir a un médico porque no aguantaba más. En esa precisa fecha empieza un viaje de mucho sufrimiento y destellos de esperanza que Obregón cuenta en El chico de las musarañas, un libro que llega este miércoles a las librerías que cuenta la experiencia de una madre que intenta ayudar a su hijo para superar un tumor maligno, un cáncer muy agresivo que al principio solo parecía un abceso.

«Lloré lágrimas púrpuras que salían a borbotones porque ese doctor me acababa de arrancar el corazón de cuajo y me estaba desangrando. ¿Cómo se lo iba a decir a mi hijo? ¿Qué iba a hacer?», relata la autora. La enfermedad le llevó a recorrer hospitales de Madrid, Barcelona, Nueva York y Nueva Jersey. Según cuenta Ana Obregón en el libro, su hijo estuvo acompañado en todo momento por su padre, Alessandro Lequio. «Eran los mejores amigos del mundo», relata la actriz. 

Ana destaca el papel crucial que ha tenido el colaborador de televisión no solo en la vida de su hijo, sino también en la suya. En un arrebato de sinceridad, escribe uno de los episodios más estremecedores de la historia: «Salí al balcón. Un séptimo piso, la decisión era firme. Me empiné sobre la barandilla, que no era muy elevada. Saltar hacia el abismo era mi única opción». El episodio tuvo lugar tras la muerte de Aless, el 13 de mayo del 2020. Entonces, cuenta, escuchar la voz del italiano hizo que revocase su decisión. 

«Ana, por Dios, abre la puerta. Tienes algo importante que hacer. ¿Recuerdas lo que nos pidió Aless, su última voluntad?», dijo. «Tu padre nunca supo que, en ese momento, tu última voluntad me salvó la vida. Se enterará leyendo estas páginas. Juro que en ese instante mi acto lo veía como una salvación, pero quiero dejar claro que el suicidio no es jamás una opción, ni en la peor de las tragedias que puedas vivir. Es una cobardía», afirma.

A lo largo de las páginas de El chico de las musarañas, Ana Obregón quiere dejar clara la última voluntad de su hijo, esa por la cual lleva acaparando titulares desde hace semanas. Quería traer un hijo al mundo y así se lo hizo saber a sus padres en una conversación. «Mamá, papá... Si me pasa algo, acordaos de la muestra que dejé en el laboratorio de Nueva York. Quiero tener hijos, aunque ya no esté. Es mi deseo. Prometedme que lo vais a hacer... Por favor», escribe ella al final del libro. 

«Durante tres años he guardado en secreto tu testamento, ese pacto que hicimos en el hospital que solamente sabíamos tu padre, tus tías y yo. He luchado sola en silencio para conseguir lo imposible y esa ilusión me ha perdonado la vida cada día de mis tres años de duelo por ti. Te prometí que te salvaría y no pude cumplirlo. Te juré en el hospital que cumpliría tu última voluntad, y ese milagro se ha hecho realidad», añade la actriz. Describe a Ana Sandra, nacida el pasado 20 de marzo en Miami, como «el milagro único jamás contado, fruto del amor infinito de una madre y un hijo, de un amor que traspasa todos los límites, uniendo el cielo y la tierra».

72 páginas escritas por Aless

«Para mi hijo Aless, el amor de mi vida» es la dedicatoria con la que Ana Obregón inicia el libro publicado por HarperCollins, ya en segunda edición solo con las preventas, que comenzó a escribir su hijo cuando le diagnosticaron cáncer, y que consta de 312 páginas, 72 de ellas escritas por el joven fallecido a los 27 años y que ha sido respetado íntegramente en su versión original.

Cuenta cómo le cambio la vida en apenas horas un «puto 23 de marzo». Lo que parecía un simple abceso resultó ser un tumor maligno de diez centímetros. «¿Cómo un tumor. ¡Me quiero morir! ¿Es cáncer? Se han equivocado joder. Dígame que esto no es verdad, se lo suplico -—balbuceé compulsivamente sin esperar respuestas mientras las lágrimas rodaban irremediablemente por las mejillas y me derrumbaba en la silla como un peluche de algodón de azúcar—», escribe.