El papa invita a los jóvenes a preguntarse si sienten asco de la pobreza de los demás

María Viñas Sanmartín
maría viñas REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

ANDRÉ KOSTERS / POOL | EFE

Francisco reunió a más de 800.000 personas en un Vía Crucis en Lisboa

05 ago 2023 . Actualizado a las 10:54 h.

En su tercera jornada en Portugal, Jorge Mario Bergoglio fue un sacerdote más, administrando él mismo el sacramento de la confesión a tres jóvenes, uno de ellos español. Almorzó con otros diez, con quienes charló sobre el aborto y la eutanasia y, antes de emprender un Vía Crucis en el Parque Eduardo VII de Lisboa —en el que más de 800.000 personas reflexionaron sobre la salud mental, la soledad y la violencia de género—, instó a los fieles a «contagiarse» con la pobreza sin sentir «asco» por los necesitados.

A su llegada al Jardim Vasco da Gama, rebautizado como el Parque de la Reconciliación, el papa fue de nuevo aclamado por una marea humana. Miles de jóvenes recibieron con entusiasmo y cánticos al pontífice en un espacio sembrado de confesionarios —150, construidos por reclusos con materiales reciclados—. Unos 850 sacerdotes de todo el mundo ofrecían confesión en diferentes idiomas. Fue más tarde, durante un discurso improvisado en un encuentro con asociaciones de caridad, cuando Francisco sugirió que cada uno debe preguntarse si siente «asco hacia la pobreza», y observar si se limpia las manos tras tocar a una persona enferma o vulnerable para «no contagiarse». «El amor concreto es ese que se ensucia las manos; y cada uno puede preguntar: ‘¿El amor que siento a los de aquí es concreto o abstracto? ¿Yo cuando doy la mano a un necesitado, a un enfermo, a un anciano, hago así [el gesto de limpiarse las manos] enseguida para que no se me contagie? ¿Le tengo asco a la pobreza de los demás?», planteó. Aprovechó además el momento para criticar las «vidas destiladas», una expresión que ya utilizó en otra ocasión para preguntarse cuántas vidas inútiles pasan por el mundo sin dejar huella porque no tienen peso.

Especialmente sonadas han sido unas declaraciones de Francisco a la revista católica Vida Nueva, donde aseguró que no le preocupa que le «echen en cara» el hecho de que reciba a mujeres transexuales en la audiencia general: «Son hijas de Dios, él las sigue queriendo así», dijo.

La visita a España, cada vez más lejos

Pasó el Año Santo y el papa no apareció por Santiago, a pesar de haberle prometido a Alberto Núñez Feijoo que visitaría Galicia. Con la movilidad condicionada —por un problema de rodilla y achaques varios—, la prioridad de Francisco es ahora visitar lugares de crisis para lograr mayor impacto. El clima político y la investigación sobre los abusos en el seno de la Iglesia acabaron de decantar la balanza a favor de la ausencia, y el pontífice terminó cancelando su viaje a Compostela, previsto para el pasado verano. La posibilidad de que se deje ver pronto por aquí es ahora mismo remota. Ayer mismo, la revista Vida Nueva publicaba una entrevista con Jorge Mario Bergoglio en la que aseguraba que no va a ir a ningún país grande de Europa —ha visitado todos ya menos España— hasta que no termine con los pequeños.

Adonde sí viajará será a Argentina, su país de origen. Espera poder hacerlo el año que viene, tras las elecciones presidenciales, y no descarta acercarse también a Uruguay e incluso a Kosovo. Tras Lisboa, Francisco viajará a Mongolia, del 31 agosto al 4 de septiembre, y unas semanas después, del 22 al 23 de septiembre, se desplazará a Marsella —sur de Francia— para participar en los Encuentros del Mediterráneo, cita a la que asistirán alcaldes y obispos del área, y reunirse con el presidente francés, Emmanuel Macron.

La Jornada Mundial de la Juventud, que comenzó el martes, concluirá el domingo con una misa multitudinaria oficiada por el pontífice a las afueras de Lisboa.

La JMJ, en la era 5.0: códigos QR y calculadoras de huella carbónica

María entra en un supermercado de Lisboa. Compra un menú de comida preparada, se coloca en una fila especifica para peregrinos y cuando llega a la caja muestra el código QR que contiene su credencial de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) junto a su fotografía. Cada peregrino es dueño de una acreditación que le identifica y de un código que le permite pagar no solo en supermercados, también en los bares y restaurantes adheridos a la JMJ, con filas de atención propias y menús específicos.

Otra de las innovaciones es la calculadora de la huella carbónica, con la que los visitantes pueden medir el impacto de sus actividades desde su punto de origen y hasta que retornen a sus hogares. Para hacer el cálculo, cada peregrino debe responder a un cuestionario sobre el viaje, la estancia y los métodos de movilidad utilizados; al final del encuentro descubrirá cuál es su huella. Esta iniciativa, explica la organización, responde a la preocupación de la organización de la Jornada con el desarrollo sostenible y la ecología.