Cuando se habla de alcoholismo —o, en términos clínicos, trastorno por consumo de alcohol— el foco suele estar en quien sufre la adicción. Y es comprensible. Pero hay una dimensión menos visible, igual de dolorosa y muchas veces silenciada: el impacto que esta adicción genera en el entorno familiar y cercano.
Desde el campo de la salud mental, sabemos que convivir con una persona con dependencia al alcohol implica un desgaste emocional profundo. La vida se vuelve impredecible: cambios bruscos de humor, episodios de agresividad, ausencias afectivas, promesas incumplidas, negación del problema. Todo esto crea un ambiente cargado de tensión, miedo y frustración, especialmente para la pareja e hijos/as. Con el tiempo, este clima puede derivar en ansiedad, depresión, baja autoestima o incluso síntomas compatibles con un cuadro de estrés postraumático.
Uno de los efectos más dañinos es la llamada codependencia: un patrón relacional en el que los familiares —con la intención de ayudar a la persona afectada por el alcoholismo— terminan olvidándose de sí mismos. Asumen el rol de cuidadores, la protegen o la justifican, se hacen cargo de responsabilidades ajenas. Y, en el intento de sostener al otro, van perdiendo sus propios límites, necesidades y bienestar emocional.
En este escenario, los grupos de autoayuda como Alcohólicos Anónimos (AA) y, especialmente, Al-Anon —dirigido a familiares y amigos/as de personas con problemas con el alcohol— ofrecen un espacio valioso de contención y transformación. Allí, quienes conviven con la adicción ajena pueden compartir experiencias, validar el sufrimiento, romper el aislamiento, comprender mejor lo que les ocurre y, sobre todo, saber que no están solos.
Los beneficios de participar en estos grupos pueden ser notables. Muchas personas reportan una mejora significativa en su bienestar emocional, aprenden a poner límites saludables, dejan de asumir culpas que no les corresponden y fortalecen su capacidad de afrontamiento. También se empieza a desarmar el círculo de vergüenza y silencio que, con frecuencia, rodea al alcoholismo dentro del hogar.
Porque sí, el alcoholismo es un problema que no solo afecta a quien bebe: es un problema sistémico, que daña los vínculos, desorganiza la vida familiar y erosiona la salud mental y emocional de quienes más cerca están.
Como profesionales de la salud mental, debemos promover una mirada más amplia, compasiva y libre de estigmas frente al alcoholismo. El sufrimiento de quienes conviven con una persona con dependencia al alcohol es real, profundo y, afortunadamente, puede revertirse con el apoyo adecuado. Los grupos de autoayuda, en este camino, no solo brindan contención, también pueden abrir la puerta a la comprensión, la recuperación y la esperanza.
Fernando L. Vázquez es catedrático de Psicología Clínica de la Universidade de Santiago de Compostela (USC), y asesor clínico de la «spin-off» de la USC Xuntos. Atención psicológica y psiquiátrica.