
Cada pontífice tiene menos influencia de lo que se quieren creer sus contemporáneos
10 may 2025 . Actualizado a las 10:42 h.Lo habíamos sugerido en broma en una crónica anterior y ha resultado ser verdad. Lo cuenta el hermano del cardenal Prevost: el actual papa León XIV fue a ver la película Cónclave para saber cómo tenía que comportarse en la votación papal. Que un cardenal se documente del procedimiento de un cónclave en un thriller prueba hasta qué punto vivimos en una sociedad intensamente secularizada. Otro ejemplo lo tenemos estos días, cuando se intenta ansiosamente determinar si el nuevo papa es «progresista» o «conservador».
Es un baremo tomado de la política que utilizan incluso los creyentes (no hace muchas décadas, lo que se habrían preguntado es si el nuevo papa es más o menos santo). Los periodistas somos los primeros que caemos en esto, y seguramente es inevitable. El problema es que la retórica de la religión y la política se solapan a veces de manera engañosa. Ayer los progresistas se aferraban a un par de tuits del cardenal Prevost en los que decía que hay que amar a los inmigrantes ilegales; y los conservadores a unas declaraciones en las que defiende una posición tradicional en materia de sexo y familia. Lo cierto es que tanto unas afirmaciones como las otras encajan en la doctrina convencional de la Iglesia. En el ámbito político, serían políticas; en el religioso son obviedades. Pero hasta los propios papas han aprendido a jugar con esa ambigüedad, conscientes de que ese es el lenguaje que moviliza hoy en día. Francisco lo hacía constantemente, también Juan Pablo II; y por cierto que sus discursos coincidían más de lo que ahora se cree.
Una reflexión parecida se podría hacer sobre el revuelo que ha causado la nacionalidad estadounidense del nuevo papa. Para empezar, nuestro antiamericanismo sociológico hace que se insista un tanto cómicamente en que «es el menos norteamericano de los cardenales norteamericanos», como si se le estuviese disculpando de una grave falta. Pero, sobre todo, la prominencia pública de Donald Trump es tal que parece necesario interpretar la elección de León XIV a partir de ella. Se intenta dilucidar si para el presidente norteamericano esta es una victoria o (el veredicto de los medios) una derrota. La realidad seguramente será más prosaica: los papas tienden a ser diplomáticos y en todo caso su peso en la esfera internacional es cada vez menor. Incluso tratar la nacionalidad de León XIV como una ruptura resulta exagerado. Claro que a Francisco, hijo de italianos y criado en una de las ciudades culturalmente más europeas del planeta (Buenos Aires), se le llegó a llamar «el papa que vino del fin del mundo». En un Occidente fuertemente globalizado, ¿se puede de verdad considerar exótico un papa de Chicago? Desde luego, no más que Gregorio III, que era de Damasco; o Gelasio I, que era bereber. Se decía estos días que a lo mejor se elegía al «primer papa asiático», cuando en realidad ya ha habido tres. La Iglesia católica es una institución tan extraordinariamente longeva que en su historia se puede encontrar de todo. Y en esa historia, cada papa concreto tiene menos influencia de lo que quieren creer sus contemporáneos.