Tienen razón (e ingenio) los guionistas de El intermedio, de El Gran Wyoming, que han presentado el caso de Koldo, Ábalos y Cerdán como un culebrón televisivo: Sin jetas no hay paraíso. En realidad, como espectadores, llevamos boquiabiertos y con el interés puesto en estos personajes como si hubieran salido de un serial interminable, con todos los elementos caóticos y esperpénticos que atrapan. Ábalos, en la puerta de su casa, con la camiseta con el logo de Orlando (Florida), rodeado de micrófonos, es ya una de las imágenes icónicas, que algunos han elevado a la categoría de meme como aquella foto de Chenoa en pijama tras su ruptura con Bisbal. Hay algo disruptivo y delirante en toda esta trama de Sin jetas no hay paraíso que, si no fuese por la repugnancia que provoca, tendría hasta su punto cómico. Ni en los mejores guiones de las series que vemos en las plataformas y que nos muestran el lumpen y las cloacas de los políticos hay verbena como esta. Porque en cada capítulo que vamos conociendo hay más chicha. El lenguaje chusquero, las grabaciones, el maltrato y la denigración de las mujeres, el descaro, la desvergüenza, el maquillaje, el disco duro guardado en el pantalón de la actriz porno, la desfachatez extrema, el no me reconozco... Cada día que pasa hay datos más espantosos que salpican a todos lados. En el próximo episodio, lo veremos, la cosa se pondrá aún más caliente.