
En la nueva crianza el azúcar es veneno y, como veneno que es, la mayoría de los padres han decidido que sus hijos no prueben una chuche, un caramelo o un helado. Esa tendencia de azúcar cero, en la que los refrescos también están prohibidos, se expande por las redes sociales a la velocidad en la que hoy corre todo, de tal manera que el contagio ha terminado por hacerse norma. Es difícil hoy encontrar a un padre o a una madre que no esté preocupado por el consumo del azúcar de su niño, pero, claro, llega el verano y los críos acaban subidos a los brazos de los abuelos, donde es más complicado pedir cuentas, porque no hay nada que haga más feliz a un abuelo o a una abuela que consentir por lo bajini cualquier deseo de su nieto. Esa relación es tan mágica que hace saltar por los aires cualquier norma. Por eso los abuelos, en esa lógica de haber criado y criado con experiencia a sus hijos, rompen con cualquier estrés que estos les impongan para con sus nietos. Conozco a abuelos que se han convertido en los camellos del chocolate, que se saltan el protocolo rígido, al que les han obligado sus vástagos, para que sus nietos caigan en la tentación de las dos onzas de chocolate. O la tentación de un helado o de un refresco a deshora. Y ahí están trapicheando a escondidas de sus hijos para que los nietos los adoren como lo que son. ¿Hay razón más golosa para ese amor?