
Como Movistar + ofrece ahora a sus clientes la posibilidad de ver Sirât, la película de Oliver Laxe se ha vuelto un runrún imparable en la calle. No hay medias tintas. Es ese fenómeno que dinamita todo. Sirât o no Sirât es la cuestión. Y la gente se ha dividido apasionadamente en el amor y el odio. No hay puente que nos salve, cada uno de nosotros estamos en la orilla irreconciliable del desacuerdo. Es tal el impacto de la cinta que nos destroza. Porque Sirât deja mal cuerpo, remueve, incomoda, desconcierta y desalienta en ese caminar por el desierto. Sirât —y no hago espóiler— va de la muerte y lo de menos es la rave, aunque la música golpea con precisión en esta cinta en forma de road movie sin la épica del wéstern. Pero mientras unos aplauden su originalidad, su efectismo y su provocación, otros no ven más que un tostón cruel, pretencioso y sin sentido. Y es tan decepcionante que, después de la ola de Cannes y de los Óscar, no pueden más que despreciarla. Ese bodrio, áspero como una lija, es para otros una obra maestra hipnótica que nos pone contra las cuerdas, como un canto contemporáneo a nuestra decadencia. Nos abre la herida —que no deja de supurar— de la profunda soledad del ser humano. Es la vida de verdad sin paños calientes. ¿Dejamos de correr y empezamos a bailar el tiempo que nos queda? Sirât o no Sirât es la cuestión. A muerte con Oliver. Hay que verla.