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Luis Gutiérrez, crítico de vino del ránking Parker: «Siempre he sido un gran defensor del tinto de verano, me parece el mejor refresco del mundo»

Guillermo Elejabeitia MADRID / COLPISA

AGRICULTURA

El 14 y 15 de junio se pondrá al frente del evento La Cata del Barrio de La Estación de Haro, donde se concentra la mayor cantidad de bodegas centenarias del mundo

20 may 2024 . Actualizado a las 11:57 h.

Es uno de los hombres con más poder en el mundo del vino, aunque él se resista a alardear de ello. Luis Gutiérrez (Ávila, 1965) trabaja para la prestigiosa publicación de Robert Parker The Wine Advocate desde el 2013 y es el crítico responsable de España y Portugal. Los próximos 14 y 15 de junio se pondrá al frente del evento La Cata del Barrio de La Estación de Haro, donde se concentra la mayor cantidad de bodegas centenarias del mundo. Antes hablamos con él de historias, emociones, modas y tópicos en torno al mundo del vino, por el que dejó su empleo como ejecutivo de una empresa de tetrabrick.

—¿Cuántos vinos habrá catado en estos diez años como hombre Parker en España?

—Entre 30.000 y 40.000. Esos que cato por trabajo no me los trago, porque si no ya no estaría aquí. Este oficio es una cuestión de entrenamiento, de probar muchísimos estilos, zonas, calidades, rango de precios, viejos o jóvenes, para entrenar el paladar. Pero también se trata de conocer la región y las personas que los hacen, el contexto en el que están hechos, eso para mí es vital.

—¿Es posible puntuar con un número algo tan sujeto a gustos particulares como un vino?

—Bueno, lo mismo podríamos decir de un restaurante, una película o un disco. Al final es una opinión basada en mi experiencia. Si me preguntas cuál es la diferencia entre un vino de 92 puntos y uno de 93, pues te diré que el segundo me parece mejor que el primero, pero tampoco hay una explicación matemática. Yo escribo unos artículos larguísimos, notas de cata un poco menos áridas y muchos comentarios. Al final la puntuación no es más que una forma de condensar esa información en un número, pero no es una ciencia exacta.

—¿Cuánto de objetividad y cuánto de romanticismo hay detrás de un 100 puntos?

—Para mí un vino de 100 puntos es un vino que me acelera el corazón. Es una cosa muy emocional. Generalmente son vinos que conozco, que he ido siguiendo, tanto los viñedos como la gente que los trabaja. Y de repente llega un año que se dan las circunstancias en que esa añada me llega de una forma especial.

—Esa corazonada tiene una repercusión económica increíble para la bodega, ¿lo tiene en cuenta?

—No, no, no. Intento abstraerme de eso. Sé lo muchísimo que cuesta hacer un vino, bueno, malo o regular, y tengo mucho respeto por las personas que lo hacen. Yo no hago nada más que contar lo que el vino me ha transmitido. Indudablemente, me da mucha alegría encontrar un vino que me genere esas sensaciones, es un subidón. Cuando encuentras algo así mi sensación es: ¡Lo tengo que contar! 

—¿Qué teclas hay que tocar para que un vino le emocione?

—Si me hablas de un viñedo plantado en un sitio cualquiera, con unos clones de una variedad francesa que no van con el terreno, probablemente le haré menos caso que si me hablan de un majuelo familiar, recuperado con variedades autóctonas casi extintas, intentando entender cómo se hacía el vino antiguamente. Ahí han captado mi atención. Al final el contexto es todo, la historia, el paisaje, la cultura, la gastronomía, la gente... esas son las cosas que hacen vinos únicos y que no se pueden manufacturar. A partir de ahí, que el vino tenga armonía, equilibrio. Creo que equilibrio es uno de los conceptos más importantes tanto en el vino como en la vida.

—Parker ha pasado a la historia como sinónimo de un tipo muy concreto de vino.

—Parker llegó a acumular tanto poder que se hacían vinos para su paladar, pero es fenómeno que pasó hace casi 20 años y desde entonces The Wine Advocate ha cambiado. Parker se ha jubilado y ahora hay 11 críticos cubriendo todo el mundo, no podemos hablar de aquella homogeneización. Yo mismo he dado puntuaciones muy altas a un vino rancio viejísimo de Cataluña, a jereces, a un blanco de Galicia, a varios riojas, uno del 86 y otros recientes. No hay un patrón, la tónica de este momento es la diversidad.

—Como embajador del barrio de La Estación de Haro, ¿qué le sugiere la palabra «riojitis»?

—Las zonas vinícolas más populares suelen tener ese problema, que la gente, o no sale de ahí, o trata de evitarlas. Pero hoy en día en Rioja tenemos una diversidad apasionante, con perfiles como José Gil o los López Heredia, que son casi polos opuestos y ambos están haciendo vinos magníficos y vendiéndolos muy bien, precisamente porque se han salido del estereotipo. El gran público llega más tarde, pero todo influye y acaba permeando a los vinos más comerciales.

—¿Algún placer culpable?

—Hombre, siempre he sido un gran defensor del tinto de verano, me parece el mejor refresco del mundo. Además, se cómo hacerlo y qué tipo de uva le va. No le pongas un Viña Real del 62, claro, necesitas un vino joven con fruta, sin madera, y que esté bien frío. Me encanta. ¡Yo podría ser comercial de gaseosa!