Pocas personas pueden, corrijo, a pocas personas se les permite, en un mismo día, hablar de recesión, Obama y Zapatero, por la mañana, y fingir, por la noche, que se muere de risa en un programa presentado por un par de cucarachas y el primo hermano de Pumuki, aquel duendecillo pelirrojo, invisible para todo el mundo menos para el maestro carpintero.
Una de esas personas es Antonio Banderas, ese actor que gusta de implicarse en política, pero no tanto como para no zafarse de la pregunta sobre el impuesto a las grandes fortunas con un «los hay mucho más ricos». Su entrevista en Los desayunos de La 1 con Ana Pastor nos demuestra que, para promocionar ficción, vale hasta hablar sobre una realidad nada peliculera, porque lo importante es ocupar minutos en televisión.
El medio sigue siendo el mensaje. El que no sale en televisión no existe y, consciente de ello, Pedro Almodóvar se ha convertido en el maestro de la promoción. No estoy insinuando que fuera él el paparazi que retrató, para una revista que muestra, sin vergüenza, las vergüenzas ajenas, la piel que habita en Elena Anaya y su novia, pero él sabe que mientras se hable con ella, o con él, bien o mal, no hay taquilla que se le resista.