Vale que es verano y que la parrilla arde con cualquier animalada. Pero para los que nos hemos criado con Félix Rodríguez de la Fuente al tiempo que con la mona Chita la diferencia animal-persona, al menos en la niñez, la teníamos clara. Tanto como quién era Enrique y quién era Ana. Lloramos de tal forma con la muerte traumática del «amigo Félix» que los enredos actuales de Frank de la Jungla nos saben a lágrimas de cocodrilo de un show mediático. El mismo que juega a confundirnos en esta nueva dimensión en que los gatos y los perros acaban jugando como niños en la televisión. Tan espeluznantes como todos los concursos en que los más pequeños acaban cocinando, compitiendo, cantando e imitando a imagen y semejanza de los adultos son estos programas en que una rata se convierte en protagonista. Si hay que esperar tumbada en el sofá a que una rata salga de un agujero como una estrella mediática es que nos hemos domesticado demasiado rápido en los nuevos modos televisivos. A todos aquellos dueños de osos, canes y felinos que salten y berren con gracejo vaya desde aquí un aplauso sonoro, quiéranlos mucho, adórenlos, háblenles y trátenlos como iguales, de animal a animal, o de persona a persona, según se sientan. Pero guárdense todo su instinto para la intimidad. A la tele, con toda su irracionalidad, ya le sobra fauna a la que salvar.