Cosas que salen en las universidades de las películas americanas que nunca verás en las universidades españolas
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Despierta. En las facultades ibéricas no hay ni hermandades ni animadoras. Ni las necesitamos
23 may 2023 . Actualizado a las 22:19 h.«No te echaré de menos en septiembre». «Llegó septiembre y creo que me tengo que ir». «Wake me up when september ends...» ¿Cuántas? ¿Cuántas canciones hablarán del ocaso vacacional, del camino de vuelta a las aulas, de decir adiós, de empezar de nuevo? Podríamos hacer una playlist bien nutrida de temas en Spotify para escuchar durante todo el mes que viene y no nos cansaríamos de oírlas. Porque la barrera de septiembre en el volátil estadio juvenil es un delicado momento, envuelto en una atmósfera explosiva de decaimiento e ilusión al mismo tiempo, al que regresan una y otra vez compositores y directores de cine, seguros de que encontrarán en las despedidas veraniegas y en el principio de un nuevo curso materia prima más que suficiente, a la que sumar algún que otro topicazo, para inspirar sus futuras creaciones. No, queridos jóvenes recién salidos del instituto. Las universidades españolas no son Harvard University, Yale o Stanford.
La educación universitaria está sobrevalorada. En realidad, es la vida universitaria la que está sobrevalorada y un poco azucarada. Y sí, es una etapa inolvidable, divertida como pocas, desenfrenada y alocada, pero no es como la relatan las películas americanas. Porque de tanto ver ciertos clichés en la gran pantalla hemos asumido que son reales y, que tire la primera piedra el que no, todos hemos acabado preguntándole a algún conocido que se haya paseado por el cámpus estadounidenses de turno si realmente hay animadoras rubias haciendo piruetas en el campo de futbol americano, si hay bailes de fin de curso, con ponche y ramilletes en las muñecas de las chicas, y si realmente existen las hormonadas hermandades. Bienvenidos al mundo real, un mundo mucho mejor.
Topicazos de las universidades americanas y por qué no los necesitamos aquí
-Las fraternidades. O hermandades, que lo mismo es. Siempre segregadas por sexos, no vaya a ser que en la casta y pura patria estadounidenses se mezclen fluidos que no deben mezclarse a la luz del día en las dependencias de una institución de renombre. Que a las fiestas desmadradas hacemos oídos sordos, que lo que pase dentro de los caserones de las Alfas y los Betas, se queda dentro de estos prestigiosos clubs con nombre de letra griega. Aquí tenemos colegios mayores. Mixtos. También masculinos y femeninos, sí. Pero muchos mixtos. Y sin horarios de llegada y con mucha, mucha jarana. Muchas divertidas e inocentes novatadas, muchos cánticos populares, muchas fiestas de tiros largos, pero también muchas barbacoas, fiestas de la sangría, del calimocho, fiesta de la sardina, fiesta de lo que a cualquier espontáneo se le ocurra. Pero muchas.
-Las animadoras. Y su consecuente escuadra de hombretones apuntados al equipo de fútbol americano. O al de rugby. O al de béisbol. Con su capitán, (o su quarterback) siempre tan guapo que quita el hipo. Y sus cazadoras con letras (otra vez) griegas. Qué envidia de la Antigüedad tienen estos americanos. Cheerleaders escuálidas y flexibles, con pompones y faldas mínimas de tablas, subidas en descapotables rojos, masticando chicle a todas horas. Aquí nos divertimos de otra forma, sin necesidad de disfrazarnos de Barbie y Ken. Tenemos otro gusto y otro sentido de la moda juvenil, porque aunque nos guste exagerarlo todo al máximo en los pasillos de la facultad, y encontrarnos a nosotros mismos en alguna corriente estética de la que con el tiempo nos avergonzaremos, o simplemente no hará reír, tenemos consistentes firmas en las que fijarnos, que se pueden encontrar en El Corte Inglés, trampolines para no perder la orientación que marcan los grandes del diseño en las pasarelas mundiales. Los universitarios españoles ni son todos iguales, como en los títulos de las ficciones norteamericanas, ni se dividen en populares y frikis. En su ecosistema conviven lo que un día alguien bautizó como tribus urbanas, pero que merecen más otros términos como variedad o riqueza.
-Los bucólicos cámpus universitarios. Con pistas deportivas, casoplones de las hermandades, colosales aulas con forma de anfiteatro, puestos de perritos calientes, césped perfectamente cortado, ligotecas y acogedoras cafeterías. En España somos más de tener las facultades desperdigadas por las ciudades, incluso por diferentes localizaciones geográficas. La de Enfermería y la de Ingeniería Naval aquí, al lado de esta urbanización residencial, la de Aeronáutica casi al borde de una carretera nacional, la de Historia en el casco antiguo. Desordenados, pero eficaces en nuestro caos. Más de clases medianas y anodinas, de chiringuitos de cerveza, hippies vendiendo pulseras a la salida, y tres o cuatro que se han montado un puesto de chucherías. Más de colas interminables en la fotocopiadora, siempre en el sótano. Más de abarrotadas cafeterías, con camareros de pajarita que te llaman de usted, palillo en boca y bocata de calamares fritos.
-Las clases de literatura. O cualquier clase en general impartida en las películas no solo americanas -que de esto también pecan las europeas, porque ni uno de cien profesores de Historia son como esos interesantes y siempre jovencísimos docentes que, además de cortejar a la chica guapa de la clase, imparten charlas magistrales sobre las guerras mundiales-. ¿En serio son tan interesantes los temarios de literatura? ¿Por qué tanta gente estudia letras cuando aquí las universidades de Hispánicas, las filologías y las Humanidades flaquean, hambrientas de alumnos sedientos de conocimientos? ¿Por qué Robin Williams daba lecciones de vida en sus clases y aquí los profesores se pierden entre la fonética articulatoria y las teorías de Chomsky? Bueno, a los universitarios españoles ya les inculcan -o deberían- el amor por las letras, por su nutrida tradición literaria y por la ajena, desde que aprenden a leer. Aunque no proliferan, hay en nuestro sistema educativo auténticos genios que no solo citan a Shakespeare y que enseñan algo más que mezclar dos fluidos de colores en una probeta en la «clase de ciencias». Enseñan de todo, desde matemáticas, hasta derecho constitucional, desde biología, hasta moda. Pero no consejos para madurar.