Coches oficiales, ancianos conducidos y la petición del voto, convirtieron al «Glasgow» en el escenario de la confusión ética
22 feb 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Fue el kilómetro cero de la ola de incendios del 2005. Fue después el epicentro de las riadas que al año siguiente arrastraron los lodos y las cenizas de los montes del Baixo Miño. Y sin quererlo ni programarlo, Oia se acaba de convertir en el punto neurálgico de la campaña electoral de las autonómicas del 2009.
Tres cuartos de hora antes de que Anxo Quintana pronunciase su mitin más tranquilo pero más polémico de cuantos ha celebrado en la presente campaña electoral, una riada de ancianos peregrinaban desde las escalinatas de sus autobuses hasta el restaurante Glasgow. La imagen era merecedora de inspirar un nuevo documental de Michael Moore: Cientos de mayores, caminaban por el arcén sin saber muy bien cual era su destino y sobre todo por qué paraban en Oia cuando habían contratado un viaje a Portugal tras pagar 15 euros por cabeza. La viva imagen de la utilización de los ancianos que tanto se denostó durante años en Galicia por parte del BNG. Así fue, sin más añadidos ni adornos.
Al cruzar el cierre del restaurante iban conociendo que comerían allí, pero siempre después de que les hablase «un político de la Xunta». «En cuanto nos pararon aquí pensé que nos iban a vender libros o tarteras, como tiene pasado otras veces», indicaba el primer pensionista que puso el grito en el cielo. Y es que parece que la utilización de Oia les ocurre a los pensionistas con cierta asiduidad, según confiesan. Viaje a Ourense pagado por ellos y en una parada imprevista se les pone al día de las supuestas últimas novedades editoriales. Viaje a Santiago y parada en un restaurante que alguien parece tener de mano. Así se maneja a los ancianos todavía.
Pero lo del Glasgow marcará y definirá unas elecciones autonómicas, donde parece que todo vale.
En las puertas del local varios coches oficiales de Vicepresidencia y de su delegación en Vigo ocupaban plaza reservada, mezclando todavía más lo institucional y lo político, lo administrativo y lo partidario. La ceremonia de la confusión. Anxo Quintana pidiendo el voto para el Bloque y el líder de los pensionistas pidiéndole un salón de baile y dándole la gracias por lo mucho que el vicepresidente les ha ayudado.
Y se puede explicar ese caos ético culpando a la prensa, a los medios de comunicación que pudieron y quisieron contar lo que allí sucedía, achacándoles una estrategia para desmotivar a los votantes, pero esa es solo una manera de ocultar un error, el mismo que Quintana echaba en cara por teléfono al integrante de su formación que dio el visto bueno a un acto, que, como se vio, no tenían controlado. O sí, pero mal.
Tras escuchar unos treinta testimonios no fue posible encontrar a ningún anciano que supiera que iba participar en un acto electoral. Desde el Bloque se asegura que algunos lo sabían, pero allí no dieron la cara. Y cuando el portavoz nacional del BNG ya había abandonado el lugar uno de los pensionistas clamaba «¿en que mesa está Piñeiro? -el presidente de una de las organizaciones de mayores allí presentes que pactó el encuentro con los nacionalistas- pues ya que nos trajo engañados que por los menos nos sienten rápido».