«Tenía la empresa que iluminó la T-4 y 4 coches, y ahora cobro 400 euros»

E.V Pita / L.C Llera VIGO / LA VOZ

VIGO

M.Moralejo

La moratoria hasta febrero no ha evitado más de 100 desahucios en tres meses

23 ene 2022 . Actualizado a las 18:52 h.

«Llevo un mes durmiendo en el albergue, no puedo pagar el alquiler de una casa», señala María Antonia Expósito. Las medidas del Gobierno han hecho que los desalojos de inquilinos que no pagan el alquiler hayan descendido en Vigo en los tres últimos meses a 116, un 14 % menos. El 2021 terminó con 458 lanzamientos, 78 más que en el 2020, según el Servicio Común de Notificaciones y Embargos de los Juzgados de Vigo. La razón de la disminución se debe a que muchas familias que son vulnerables (hogares con hijos o dependientes, parados porque la empresa quebró tras el covid y familias monoparentales) han solicitado una prórroga al juzgado y este ha suspendido la ejecución del desahucio. Estas prórrogas seguirán vigentes hasta el 28 de febrero por disposición del Gobierno. Pero en la calle ya se palpan situaciones dramáticas.

Bajita y de edad madura María Antonia Expósito ejerce la mendicidad en Vigo, a su pesar. Es una excluida del estado del bienestar en una época en al que crecen las desigualdades y los problemas sociales de diversa índole. Expósito recorre con prisa los portales del populoso barrio de Coia, donde viven más de 8.000 vecinos. Muchos de ellos lo están pasando mal, aunque no tanto como ella. María Antonia embozada en una mascarilla y con un chaquetón de abrigo tipo impermeable de color azul toca el timbre en los rellanos aguardando la respuesta del otro lado de la mirilla donde a veces reina el miedo, la desconfianza y una situación económica que tampoco es boyante. «Llamo para pedir», señala con humildad y mostrando una figura frágil. Espera con paciencia la contestación.

No todos abren la puerta porque no pueden o porque no quieren y eso que es un barrio muy solidario, con una oficina de derechos sociales y una labor vecinal de ayuda intensa en las asociaciones de vecinos y en las parroquias como el Cristo de la Victoria. La mujer se ubica a distancia del punto de mira donde la puedan ver con nitidez para que se disipen las dudas de algunos recelosos, escarmentados de tantas cosas raras que suceden. La desconfianza ha crecido con el covid. El miedo al contacto se ha disparado en algunas personas que temen el contagio, aunque para que este se produzca es necesaria una exposición relativamente prolongada al virus. En cualquier caso, María Antonia explica su dramática situación en días de frío invernal. «Llevo un mes durmiendo en el albergue, no puedo pagar el alquiler de una casa», insiste María Antonia, que recoge con diligencia las monedas que le dan. Antes de pernoctar en el albergue lo hacía en una casa abandonada y la echaron.

Paco era un empresario de éxito. Tenía una empresa de telecomunicaciones y electricidad. Montó las torres de telefonía de Amena en Galicia y su empresa iluminó la pista de la terminal T-4 de Barajas. Ganaba mucho dinero pero vino la crisis del 2008 y el temporal financiero barrió a Paco como a muchos otros empresarios dándole cuantiosas deudas, «Tenía cuatro coches pero como coticé solo doce años ahora apenas cobro una pensión no contributiva de 400 euros». Lleva dos separaciones. «Menos mal que mi exmujer me ayuda», reconoce. Ahora él asesora a otros que pasan una mala racha y a los que Os Ninguéns tratan de echar un cable. Dice que hay que ser optimista.

Entre los jergones y protegidos por edredones sucios malviven decenas de personas en Vigo. Otros ni siquiera tiene una casa en ruinas donde alojarse porque los propietarios las tapian.

En Jacinto Benavente y en el barrio del Cura había muchas personas refugiadas en el interior de naves y en el antiguo asilo de mayores. En estos lugares la mezcla es grande por eso algunos sintecho prefieren dormir sin compañía en algún portal húmedo construyendo una habitación que se separa del resto del mundo con sábanas, cuerdas y cartones, siempre con el ojo avizor a que nadie robe las escasas pertenencias de las que dispone el inquilino de estos lugares que salpican el barrio histórico de O Berbés o el de Bouzas donde el obispado puso una verja en la rectoral para que no se convirtiese en un foco de suciedad y de botellón de personas sin techo que pasaban la noche bajo los soportales.

«Los desahucios van a ir a peor porque hay pocas viviendas sociales en la ciudad»

Sergio Silva, abogado especializado en desahucios del bufete IBM prevé un repunte de desahucios en cuanto acaben las prórrogas de medidas de gracia dadas por el covid, «Van a ir a peor, porque hay pocas viviendas sociales».

Ahora y desde la pandemia, la comisión judicial recibe la orden de suspensión por vulnerabilidad, para el desalojo y lo pospone varios meses, hasta que se repite el proceso. De esta forma, muchas intervenciones quedaron aplazadas y las familias pudieron continuar en la vivienda hasta que la Xunta les buscó un alojamiento alternativo. A día de hoy, los funcionarios desconocen si la moratoria continuará en primavera.

En el 2019, se registraron 571 casos de lanzamientos. En el 2021, se ejecutaron el 24 % menos que en el 2020 de las intervenciones previas a la pandemia por situaciones de vulnerabilidad en los hogares, decretadas por el Ejecutivo. Los servicios sociales del Concello de Vigo son quienes interesan que se aplace el desalojo para dar tiempo a la familia a buscar otro hogar o que la Xunta les encuentre un acomodo alternativo.

«Hay mañanas en las que tenemos cinco lanzamientos señalados y al final se suspenden tres, y otras en las que no se aplaza ninguno», comentan en el Servicio Común de Notificaciones. La mayoría de los desalojados son inquilinos porque los hipotecados negocian con los bancos fórmulas para mantener su vivienda. Las situaciones de vulnerabilidad son muchas, también las de algunos caseros. Sergio Silva asesora tanto a unos como otros.