Tras crecer sus hijas biológicas, la viguesa Teresa Rodríguez se inscribió en el programa de la Xunta gestionado por Cruz Roja para cuidar bebés en trámites de adopción. «Es un vínculo muy especial»
03 feb 2024 . Actualizado a las 21:29 h.Su vida es como la de cualquier otra madre. Teresa Rodríguez Montes (Vigo, 1969) se levanta, desayuna, lleva al bebé al centro infantil y se ocupa de cuestiones domésticas hasta que se va al trabajo. A partir de las cuatro, es su marido quien se encarga de la niña. Lo único que distingue a Maite de otras madres es que la criatura que arrulla durante las noches de catarros y horas sin dormir se irá de casa antes de que pueda recordar la cara y el nombre de la mujer que la recogió en el hospital y la bañó cada noche. Tras acoger temporalmente a 14 niños en trámites de adopción —13 de ellos bebés—, esta viguesa sigue abrazando a cada uno con el mismo amor con el que decidió ser madre biológica primero y, luego, de acogida.
Junto con Carlos, su pareja y padre de acogida, y su hija pequeña de 25 años, Maite cuida en estos momentos en su casa de Vigo a una bebé de 20 meses que llegó al hogar cuando cumplió mes y medio. «Ser madre de acogida es querer y cuidar, pero también recibir, porque recibes mucho. Los tratamos como a nuestras hijas. Sabes que se van a ir, pero en el día a día son nuestros niños. Es un vínculo muy especial». En la primera acogida, la llamada de Cruz Roja —entidad que gestiona el programa de la Xunta— llegó solo tres días antes de la fecha de recogida de la criatura. «Tuvimos que organizar el carrito, la cuna, el biberón, todo, a la carrera. Una locura». El primer bebé se quedó ocho meses.
Maite los conoce casi siempre en el hospital. Suelen ser niños recién nacidos a los que sus padres renuncian. Ha cuidado a bebés de madres adolescentes que han llevado el embarazo en secreto y que recogen a los críos semanas después del parto, con apoyo de la familia, pero lo más habitual es que sean renuncias definitivas y que los bebés se queden en casa de esta mujer durante meses, mientras se tramita la adopción. «Tuvimos una niña que estuvo con nosotros dos años y medio. Cuando se fue nos llamaba mamá y papá. No es lo recomendable, pero en casa escuchaba a nuestras hijas y fue inevitable. Cuando se van a ir, les explicamos que se van con sus padres, les enseñamos sus fotos y se lo contamos».
Las despedidas siguen siendo duras, por más veces que se repitan. Desvincularse físicamente de una criatura tan vulnerable no es sencillo y más cuando hay poca información de su nuevo paradero o cuando los críos retornan a un entorno familiar complejo del que fueron retirados por los técnicos. La mayoría de los casos son adopciones definitivas de familias que llevan años a la espera de un bebé. En estos casos, es habitual que los cuatro padres acaben llorando juntos cuando se entrega el crío. «De hace un tiempo a esta parte hay unos días de integración para que se adapten a su nueva familia. Es importante, sobre todo para el niño. Normalmente van con gente que sabes que los van querer mucho, pero a una casa donde no conocen a nadie».
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Preparar las pertenencias del pequeño forma parte del rito de despedida. «Si se le cae el ombligo con nosotros, le mando la pinza, el primer chupete, sus juguetes, su manta de dormir... Son sus cosas. También se llevan una carta que les escribo en la que explico quienes son y lo que han pasado con nosotros. Y un álbum con sus fotos». En casa de Maite y Carlos se queda una copia de cada misiva y de cada instantánea, porque los niños forman parte de la familia para siempre. «Me gustaría que supiesen que el tiempo que estuvieron con nosotros los hemos querido muchísimo».
Regresar sin el bebé es complicado. Los primeros días prevalece la ausencia, «es un duelo», explica. Pero poco a poco va ganando terreno la satisfacción de haber dado amor y cuidado a una criatura cuya otra opción era un centro de menores. «La primera despedida lloré toda la tarde. Lo pasamos fatal, dije que no volvería a acoger, pero mi hija me dijo: ‘Mamá nuestra casa queda abierta ahora para más niños que lo necesiten’». Y así sigue siendo. Cada vez que suena el teléfono buscando un hogar para alguna criatura la respuesta de esta familia es siempre sí. «Te vuelven a llamar y vuelve la ilusión». Cruz Roja busca más familias para formar parte del programa de la Xunta.
Que se mantenga contacto con los niños depende de los padres definitivos. En algunos casos, Maite y Carlos reciben felicitaciones y fotos en sus teléfonos de aquellos bebés que se van convirtiendo en niños y luego en adolescentes. «Escuchas esas vocecitas y se te ensancha el alma. Hay una familia que incluso ha hecho un libro con nuestros nombres contándole su historia». Para esta madre, cada uno es especial e irrepetible. «Pones tu granito de arena y, quitando el momento de la despedida, recibes más de lo que das. Yo lo recomiendo a todo el mundo». Para esta viguesa solo hay un problema, que al tener la casa casi siempre llena de bebés, sus hijas no tienen ninguna prisa en hacerla abuela.
Su canción favorita
«Lela», de Dulce Pontes. «Esta canción de la obra de Castelao se la canté al primer bebé y la tarareo siempre a todos los que cuidamos. Es mi nana, para mí es muy especial». Asegura con la esperanza de que, aunque no se acuerden de sus abrazos, los niños quizás recuerden la melodía y el cariño recibido.