«En el mundo debe de haber pocos puestos de trabajo mejores que el mío»

VIGO

Oscar Vázquez

José Luis Pousa vigila desde hace 25 años el monumento de A Virxe da Rocha y cuida a quienes suben hasta lo alto del monte Sansón

25 jun 2024 . Actualizado a las 09:50 h.

Cierra los ojos, extiende los brazos y recreando una situación de trance, invita: «Escuche el sonido del mar, a los pájaros, el movimiento de las ramas... Estar aquí es como hacer yoga», proclama José Luis Pousa (Baiona, 1969), vigilante del monumento de A Virxe da Rocha, la estatua de 15 metros que empezó a levantarse en 1910 siguiendo el diseño del porriñés Antonio Palacios. Pousa cumplirá en noviembre 25 años cuidando tanto del espectacular monumento baionés como de quienes suben a la cúspide y continúan aún más allá por los 45 escalones que forman la escalera de caracol en penumbra dentro de la escultura. A los que llegan hasta la puerta situada bajo el manto de la virgen «les miro primero el calzado, para comprobar que no llevan cordones sueltos» y pasado el examen visual, toca reconocimiento médico previo al pago de dos euros para entrar. «Les pregunto si están mal de las rodillas o de las caderas», concreta para advertir que la subida, y aún más la bajada, pueden ser exigentes para quienes no estén en condiciones. Alguno ya ha hecho algún aterrizaje forzoso, o mareado al alzar la vista hacia el cielo para ver a la virgen. Pero lo más común son episodios de claustrofobia al avanzar por el laberíntico corredor que en su punto más ancho tiene solo 80 centímetros. Los vértigos no se quedan atrás. «La mayoría tiene que ver con problemas de oído o de cervicales», diagnostica tras escuchar infinidad de historias y fobias todos los días desde el 24 de noviembre de 1999, cuando le ofrecieron el puesto de guarda.

«Lo que más me gusta de estar aquí es escuchar, sobre todo las reflexiones de los mayores. Son la historia viva, quienes nos han pasado el testigo. Son la sabiduría de la tierra y aprendo mucho de ellos», filosofa Pousa poniendo la vista en el horizonte. «Allí las Cíes, detrás todo O Morrazo, el monte Alba, A Groba, o Galiñeiro...», va recitando de memoria un paisaje que podría ubicar con los ojos cerrados sin equivocarse ni una sola vez.

«¿Es verdad que la virgen dirige su mirada hacia el Cristo Redentor de Río de Janeiro?», se autoinvita en la conversación el guía improvisado de dos turistas alemanes. «No sé decirle», responde con cautela José Luis Pousa, para a continuación rechazar con modestia la base de la pregunta con una afirmación. «Lo que sí está es en la misma latitud de la estatua de la libertad», sentencia con la seguridad de quien sabe todo sobre la estatua que se levanta a cien metros sobre el nivel del mar.

Todo el año

«En el mundo debe de haber pocos puestos de trabajo mejores que el mío», considera el vigilante, presente tanto durante el duro invierno como en los veranos más abrasadores. Él y la virgen son inseparables en el monte Sansón. Si arrecia la lluvia, cambia de ubicación y de tarea para echar una mano en el local de la Comunidad de Montes de Santa María de Afuera, propietaria del espacio en el que el ingeniero Laureano Salgado puso el dedo para señalar la ubicación idónea para levantar a comienzos del siglo pasado A Virxe da Rocha.

José Luis Pousa comenta los datos históricos que jalonaron la construcción del monumento, por qué se decidió recortar la altura durante su construcción para rebajar costes. Data igualmente los sucesivos trabajos de rehabilitación llevados a cabo para tapar grietas, luchar contra las humedades en el interior de la estatua y la intervención más llamativa, la llevada a cabo para reducir el tamaño y el peso de la barca que la virgen aguanta en su mano derecha y que sirve de balcón hacia el mundo de quienes suben el casi medio centenar de escalones. «Antes cabían allí siete personas. Ahora solo cinco, pero yo prefiero que suban como máximo cuatro de cada vez», explica para dar pruebas de su querencia por la prudencia. Recomienda en qué parte de la roca sentarse para recuperar el aliento o desde dónde hacerse la mejor foto. «¡Ojo con los selfis!», advierte a quienes retroceden demasiado hasta el borde el acantilado para abarcar más fondo con sus móviles.

Budistas, musulmanes, chinos, japoneses, estadounidenses... José Luis Pousa ha visto pasar por delante decenas de nacionalidades, de idiomas, de historias. Pese a la singularidad del monumento, cree que la mayoría de los extranjeros y visitantes de fuera de Galicia se encuentran la escultura sin un mínimo conocimiento previo. Cree, en todo caso, que es un hito tan excepcional como puede ser la Torre de Hércules, uno de los enclaves que considera puede rivalizar con su puesto de trabajo. Una estampilla de San Giuseppe de Génova que le enviaron en una carta con remite «al vigilante de A Virxe da Rocha», forma parte de sus tesoros de guardián, así como el orgullo de que la posición que vigila desde hace un cuarto de siglo haya sido escenario de cine. «En Un asunto privado, de Amazon Prime, unos paracaidistas a los que se le estropea la avioneta quedan enganchados en lo alto de la virgen», rememora con orgullo.

Máximo respeto

Ante el monumento se ha encontrado alguna pareja durmiendo en noches de verano, pero las sorpresas son la excepción. Pousa se considera creyente, pero lo justo. «Algo hay», dice mientras se confiesa recitador de oraciones en sus versiones más antiguas. Pero muestra el máximo respeto por los que llegan al monte Sansón con fe u ofrecidos. «Les escucho, ahora que prácticamente nadie lo hace».

EN DETALLE

- Primer trabajo

- Empecé en una carpintería. Me gustaba mucho barnizar. Fue una gran experiencia, pero mi oficina en A Virxe da Rocha es lo mejor.

- Causa a la que se entregaría

- A lo que hago. A escuchar a la gente, a aprender de los demás.