José Domingo González, vicepresidentde de la Federación de Empresas de Turismo y Hotelería de Pontevedra, siguel al pie del cañón a los 75 años. Lamenta la caída de la restauración un 20 % en julio por el mal tiempo
13 ago 2024 . Actualizado a las 01:01 h.Emigró huyendo de la pobreza que había en las aldeas de A Cañiza. Pasó la frontera hacia Portugal camuflado en un coche con apenas 12 años y empezó a trabajar en Lisboa por un plato de comida y un techo. A base de tesón y esfuerzo, logró ahorros y se formó en la escuela de hostelería de Lausana (Suiza). Dirigió hoteles en Barcelona, donde conoció a su mujer Aurora Fernández, una coruñesa con la que lleva 52 años casado, y fundó un grupo empresarial que llegó a firmar 4.000 contratos anuales a camareros y cocineros. José Domingo González (Santiago de Parada, A Cañiza, 1949), conocido por muchos como Don Pepe, el nombre de su restaurante, es el vicepresidente de Feprotur, la asociación creada el año pasado y que aglutina a 1.4000 establecimientos de la provincia de Pontevedra que nació de la fusión de la asociación de hoteles y la federación de bares, cafeterías y restaurantes. Ha cumplido 75 años y sigue al pie del cañón desde su atalaya en la carretera de Camposancos, aunque es uno de sus hijos el que lleva el día a día del negocio.
José Domingo González y sus colegas están preocupados por la situación de la hostelería este verano en las Rías Baixas. «En el mes de julio hubo mucho menos trabajo. Lo hemos analizado en la asociación y creemos que se debe a que ha hecho mal tiempo en general y la gente ha salido poco. Calculamos que hemos perdido entre el 20 y el 25 % respecto al año pasado», señala. Pero esta caída no se debe solo al mal tiempo, sino también al encarecimiento de las materias primas: luz, gas…
Lagareta es el nuevo nombre que tiene Don Pepe una vez superado el concurso de acreedores que sufrió por el agujero de 1,6 millones que le dejaron varios astilleros a los que suministraba el cátering. «No quise reclamar en su día por la amistad y perdí hasta el IVA», recuerda queriendo pasar página.
Don Pepe está criado en la resiliencia. Hace unos años sufrió un cáncer y se le paralizó un brazo, pero se ha recuperado y muestra con ilusión la cocina de su complejo, donde poco después de las once de mañana solo están la jefa de cocina, la venezolana Florelis, y el sobrino nieto del empresario, Gael, que ya es todo un aprendiz de máster chef y elabora un gofre muy bien decorado por una colección de siropes y golosinas. «Le gusta», dice su tío mientras el niño se embebe escuchándole con cariño.
El complejo Lagareta tiene 6.000 metros cuadrados que incluyen una piscina en la que los visitantes pueden pasar el día por 10 euros. Las instalaciones se abren a las 12.00 y a esa hora es cuando llega e primer grupo de peregrinos del Camino de Santiago. Son latinoamericanos y alemanes. «Recibimos a muchos», cuenta Pepe González en un momento de auge de la ruta jacobea por la costa. Al flanquearles la entrada del complejo, el grupo de caminantes muestra su asombro por las vistas que hay a la ría de Vigo desde la gran terraza donde descansa un peregrino venido de Honduras, contento de haber dejado atrás un mundo de maras y violencia en el reposo de Camposancos. «Esto es muy bonito», dice. Y apostilla: «El paisaje de Honduras se le parece».
El remanso hostelero tuvo una redecoración de los salones durante la pandemia. «Mi familia y yo pintamos, redecoramos e incluso hice los nuevos muebles porque aprendí de mi padre que era un manitas de la aldea y hacía de todo». «El covid nos truncó a todos y nada ha vuelto a ser igual», asegura. Ahora tienen que cerrar los lunes, martes y miércoles porque «no hay personal» suficiente. Escasean los camareros y cocineros formados. La federación apoya a centros como el instituto Manuel Antonio de Vigo o la escuela de hostelería provincial Carlos Oroza. Asegura que ahora los profesionales de la hostelería están bien pagados y cobran entre 1.200 y 1.400 euros por cuarenta horas de trabajo a la semana. «Algunos hosteleros pagan horas extras y así el personal cobra más». Señala que ya se acabaron aquellas jornadas que él llegó a realizar de dieciséis horas diarias. «Es necesario que el personal que atiende al público tenga buena cara y haya descansado lo suficiente», concede.
Buena cara y mejores modales los exhibió el empresario ante Bill Clinton y ante el rey emérito, al que le sirvió muchas veces en Sanxenxo. Al expresidente norteamericano le dio un banquete con manjares gallegos en Bosnia para celebrar el fin de la guerra. «Un día me llamó don Manuel Fraga y me preguntó si me veía capaz de servir a 8.000 personas. Me citó al día siguiente para un banquete organizado por la agrupación Galicia para los soldados gallegos y asturianos que estaban en Bosnia para celebrar el fin de la guerra», cuenta. Recuerda que trasladaron al personal «en once aviones pequeños militares para servir las comidas y en un Hércules cargamos pulpo, patatas, mariscos, merluza, lacón... Clinton nos felicitó y dijo que la comida gallega era buenísima y que había estado en Galicia cuando era joven».