Una nueva vocación a raíz de las lesiones

míriam vázquez fraga VIGO / LA VOZ

VIGO

XOÁN CARLOS GIL

La ferrolana  Paloma Eiroa nunca se había planteado ser entrenadora hasta que se rompió la rodilla por primera vez; ahora compagina esa faceta con las de jugadora y delegada del Celta de baloncesto

18 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Así como la faceta de jugadora la cultiva Paloma Eiroa (Narón, 2002) desde muy niña, las otras que desempeña en el ámbito del baloncesto llegaron años después. Fue a raíz de la primera de un calvario de lesiones que la apartaron durante un largo tiempo de la pista. Ahí, y sin vocación previa, descubrió que lo de ser entrenadora y delegada podía ser lo suyo. Actualmente compagina los tres roles en el Celta, el club al que llegó al comenzar unos estudios universitarios de Ingeniería de Telecomunicaciones con los que también sigue adelante y que son otra pata fundamental de su vida.

Los padres de Eiroa habían jugado al deporte de la canasta y ella no tardó en probarlo y en descubrir que quería seguir sus pasos. «Me apunté a la actividad extraescolar en el colegio y después, seguí en el Basket School de Ferrol», sitúa el inicio de un largo recorrido que le llevó luego a Costa Ártabra y Peleteiro, con una beca en Bachillerato, antes de aterrizar en Vigo por los estudios y convertirse en céltica a raíz de una llamada de Carlos Colinas. «Dejarlo nunca fue una opción aunque los estudios fueran prioritarios», cuenta.

Tenía 17 años y admite que llegó nerviosa, pero todo salió muy bien desde el principio, sintiéndose muy cuidada. «Te pasas toda la vida jugando contra el Celta, es un club con mucho nombre y da un poco de respeto, pero la acogida fue muy buena», recalca. Lo que se encontró respondía a la idea que tenía de la entidad, «un club muy grande y profesional. Lo que hay no te lo encuentras en otros de Galicia» algo que podía no invitar a un ambiente familiar que sí le caracteriza también, afirma. «Nos conocemos todas. Tú empiezas a entrenar y antes fueron las júnios, las cadetes... Compartimos mucho y es bonito», valora.

Eiroa se integró en el equipo de Primera Autonómica, pero en el mes de abril de su primera temporada se rompió por primera vez el ligamento cruzado de la rodilla. «Estoy una temporada entera sin jugar, me recupero y en la siguiente, mi tercer año, me suben al primer equipo, que entonces estaba en Liga Challenge», rememora. En la primera jornada, tras hacer la pretemporada, se rompe de nuevo la misma articulación: «Estuve dos años parada, hasta este septiembre, que volví a jugar en Primera».

La primera lesión la pudo sobrellevar «bastante bien», consciente de que iba a pasar un período difícil, pero concienciada para trabajar de cara a volver lo mejor posible. «La segunda fue un golpe muy duro que a nivel de cabeza, me costó asimilar. Me había recuperado hacía siete meses y me habían subido al primer equipo, lo que toda niña quiere», enfatiza. Y su planteamiento ya no fue el mismo: «Desde el primer momento tuve claro que iba a recuperar la rodilla, pero tardé en tener claro volver a jugar. La cabeza me llevó bastante más tiempo que la rodilla», admite.

Finalmente, ha vuelvo a jugar, yendo con «pasitos muy cortos» y venciendo los miedos, inevitables de inicio. «Empiezas pensando que puede volver a pasar, pero hasta yo misma me sorprendo de cómo te vas volviendo a encontrar. Hay momentos en los que tengo dolor, pero me encuentro con confianza y me está respondiendo bien», explica. Celebra que ha conseguido «volver a disfrutar jugando» mucho tempo después. Por su mente no pasa la aspiración de volver a un primer equipo que ahora está en la máxima categoría. «No me pongo objetivos. El único era volver a jugar al máximo nivel que yo pueda y volverme a encontrar», sostiene.

Paralelamente, mientras se recuperaba, comenzó a asumir otros papeles en el club diferentes al de jugadora. «Cuando me lesiono, como premio por todo lo que había pasado, me dejaron ir a un Campeonato de España júnior y ahí me di cuenta de que me gustaba estar al otro lado», detalla. Y le pidió a Carlos Colinas que le permitiera entrenar a un equipo de niñas. Empezó con un conjunto benjamín con la idea de seguir vinculada y actualmente lleva a infantiles. «Te enseñan mucho. Aprendes a ver este deporte de otra manera y en épocas malas, te hacen ver que hay otras maneras de vivirlo y entenderlo que jugando», ahonda.

Revela divertida que sus inicios como entrenadora fueron «con muletas en la pista», sentándose y volviendo a levantarse. «A mi ritmo, apañaba como podía», relata. Ya recuperada, tuvo claro que no quería dejar de entrenar. «Cada vez me picó más el gusanillo y eso que no tenía esa vocación de antes. Ahora, si tengo una tarde libre, me vengo al pabellón a ver los partidos del resto de equipos», detalla. Navia también es lugar de estudio: «Si tengo una hora intermedia, me meto en cualquier sala».

Recientemente le han propuesto, además, ser delegada de la selección gallega de minibasket, algo que recibe «como un premio, porque se valora lo que haces». Ese papel también lo ejerce en el Celta y supone «controlar todo lo que pasa fuera de la pista: cuidar a las niñas, ver qué necesitas, despertarlas por la mañana y decirles qué camiseta se tienen que poner...», ejemplifica. Agradecida al baloncesto, considera que, en todas sus facetas, le ha hecho ser la persona que es hoy en día.