Un empleo mejoró la agorafobia de Sonia; su larga espera por una cirugía la está empeorando: «Yo quiero trabajar»

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

VIGO

Sonia Portela, con su gata Farah, en su pequeño piso de Vigo, del que apenas sale para ir a la compra o al médico
Sonia Portela, con su gata Farah, en su pequeño piso de Vigo, del que apenas sale para ir a la compra o al médico XOÁN CARLOS GIL

Esta mujer se ha pasado media vida encerrada, con miedo a salir de casa; hace unos años logró un puesto en la automoción y empezó a mejorar, pero se lesionó; lleva un año y medio esperando que el Sergas la opere; acumula ya cuatro años y medio de baja

16 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Un día Sonia Portela fue incapaz de ir al cine. Otro día no logró subirse a un autobús. Otro, quedar en una cafetería. Poco a poco, esta mujer de Vigo que ahora tiene 47 años, empezó a encerrarse en su casa y a evitar todas esas situaciones que le generaban ansiedad. Dice que un suceso traumático descubierto en su adolescencia, y que prefiere no revelar, le desencadenó un constante miedo a los demás. A los 17 años le diagnosticaron agorafobia, un trastorno de ansiedad que provoca al paciente pánico cuando tiene que estar en lugares muy concurridos o de los que cree que no va a ser capaz de escapar. «Llevo 30 años encerrada», resume.

De joven, Sonia perdió muchos trabajos. Iba a la entrevista y la fichaban, pero cuando iba a empezar experimentaba un ataque de pánico. «Era como si me fueran a matar. Yo no sabía explicarlo y mi familia no me entendía», dice. «Se me acelera el corazón, sudo, veo nublado, a veces tiemblo, escucho a la gente como de lejos...», enumera. No se presentaba al trabajo y lo perdía. Se ha quedado sin novios y amigos por ser incapaz de quedar fuera de casa, de irse de viaje o de hacer planes.

Un estudio hecho con encuestas de la Organización Mundial de la Salud a 136.000 personas de distintos países estimó que el 1,5 % de la población cumple los criterios oficiales de la agorafobia, en distintos grados.

Para Sonia, todo cambió en el 2017. La contrataron en Ilunion, una empresa del grupo ONCE que emplea a personas con discapacidad, para trabajar en la fábrica de PSA, ahora Stellantis, en Balaídos. «Pensé que no iba a ser capaz, pero fui», relata con orgullo en la cocina del modesto piso que comparte con su gata, Farah. Montaba piezas de furgonetas, retrovisores, pletinas, altavoces... «Era superperfeccionista».

En la pandemia, todo sucedió al revés de lo normal. El mundo se encerraba en casa y Sonia, que había vivido media vida con miedo al mundo, salía para ir a trabajar. «Yo estaba feliz, había conseguido algo que me había costado muchos años, me compré un coche, me subí a un autobús... y me convertí en una buenísima trabajadora, me decían que estaba muy valorada. Incluso empecé a relacionarme con gente».

La lesión

Pero en septiembre del 2020 se lesionó. Montaba retrovisores y tenía que hacer mucha fuerza con las muñecas, porque las piezas eran muy resistentes. Tanto cargar el peso le provocó una lesión. Sufrió una tenosinovitis de Quervain, una dolorosa inflamación que afecta a los tendones que van del dedo pulgar hasta el codo. Tuvo que parar de trabajar.

No la operaron hasta casi dos años después, en el 2022. Ya le habían dado una incapacidad permanente y su empresa la había despedido —está en pleitos con ella, aún por resolver—. Como el Hospital Álvaro Cunqueiro tenía mucha lista de espera en traumatología, la derivaron al hospital Quironsalud Miguel Domínguez, en Pontevedra. La cirugía no salió bien. Su problema médico continuaba y le indicaron que tendrían que reintervenirla. Seguía con ganas de volver a trabajar, pero el dolor se lo impedía.

Se negó a ser operada en el mismo hospital. Los documentos oficiales prueban que la incluyeron en la lista de espera del Cunqueiro en junio del 2023. La cirugía era de prioridad 2, lo que significa que no debía demorarse más de 90 días. Lleva un año y ocho meses esperando que la operen por segunda vez. Fuentes oficiales del Sergas dicen que le ofrecieron operarse en un hospital concertado cuando llevaba cuatro meses en lista de espera. «Me ofrecieron operarme otra vez en Domínguez, ¡donde me habían dejado mal!». Se negó.

Mientras, su agorafobia ha empeorado. Una amiga intentó llevarla al concierto de Melendi de agosto, en Castrelos. Al llegar, huyó. Se fueron lejos, a escucharlo las dos solas desde la distancia. «Se me está pasando la vida y me fastidia limitar a la gente que está a mi alrededor». Dice que sale poco de casa, al médico, a la compra y raramente a casa de sus hermanos. No tiene vida social.

Según los últimos datos oficiales del Sergas, el 30 de junio del 2024 no había nadie que llevase más de un año esperando una cirugía de traumatología en el Cunqueiro. Sonia arrastraba en esa fecha un año y tres semanas, pero su caso no cuenta en las cifras oficiales: cuando se ofrece a un paciente irse a un privado y lo rechaza, se borra de la estadística.

La llamada

El viernes por la mañana, La Voz preguntó a la Consellería de Sanidade por el caso de Sonia. Cuatro horas después, llamaron a Sonia desde el Cunqueiro para ofrecerle ser operada en el Hospital Povisa, gracias a un acuerdo para reducir la lista de espera de la pública. «Por supuesto, les dije que sí», confirma.

La mujer conoce de sobra las listas de espera. A pesar de su trastorno mental, tuvo que esperar un año y tres meses por su primera cita con la psicóloga del Sergas, que ahora la ve cada dos meses. No tiene dinero para pagarse una consulta privada. De su baja permanente cobra 640 euros y vive de alquiler.

Ella no aguanta. «Llevo cuatro años y medio de baja, esta situación no es normal. Yo quiero trabajar».