En las entrañas del Teatro Afundación Vigo: «He visto más de mil espectáculos, pero más que disfrutarlos, los disecciono»
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VIGO
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La técnica de iluminación María del Carmen Ruiz asegura que «la gente no se imagina el esfuerzo que hay detrás del montaje de cada actuación»
24 feb 2025 . Actualizado a las 09:42 h.De la multitud de historias que se viven en un teatro hay una que siempre queda fuera de foco. Los técnicos son los actores secundarios de una trama con muy pocas mujeres. María del Carmen Ruiz (Vigo, 1979), a la que todos llaman Del, es una de las pocas operadoras que ejerce entre bambalinas. Cuando empezó en el auditorio de Ourense, hace 20 años, eran solo cuatro mujeres trabajando en labores técnicas de sonido y luces en Galicia. Hoy no hay datos oficiales, pero basta curiosear en los extremos de los escenarios para comprobar que siguen estando en minoría, igual que en el resto de categorías escénicas en las que ellas apenas representan el 20 %.
En el Teatro Afundación de Vigo (antiguo Teatro García Barbón), Del Ruiz es la única mujer en un equipo de trabajo formado por otros seis compañeros, coordinados por Marian Rodas. Esta técnica de iluminación ha trabajado en el Centro Dramático Nacional y ha estado de gira con A Panadaría y otras compañías, también ha sido profesora de la UNED, pero lo que más disfruta es la labor de auxiliar de teatro. Afundación programa unos 500 espectáculos al año y cada uno de ellos supone un montaje distinto y tan diverso como puede ser recrear el Lago de los Cisnes o un cabaret. Del Ruiz y sus compañeros ponen luz y sonido, pero también cargan, cablean, montan estructuras o atienden las entradas y salidas.
Son una red invisible que pocas veces sale a la luz y que casi nunca toma la palabra. «Si tú no le das al foco, al actor no se le ve. Es así de sencillo y de importante», reivindica. La iluminación es imprescindible para observar la escena, pero también modela y retrata. La luz puede conseguir que un espacio pequeño se convierta en un palacio o cambiar el color del vestuario; quita y pone años, expresa alegría o tristeza y ayuda a llevar a los espectadores a través de la trama, como lo hace el sonido.
Esta experta fue directora de iluminación del último espectáculo de A Panadería, As que limpan y desempeñó el trabajo de técnica de luces en la obra Elisa e Marcela. Lleva veinte años trabajando en el sector, desde que empezó en el Auditorio de Ourense. «El primer día, mi jefe me dijo: ‘Vete a la tronera y enfoca un recorte’. No entendí nada. Yo venía de cine y no sabía de teatro, pero me dio la oportunidad y me trató como a una igual».
El trabajo en un mismo teatro es más estable que las giras, pero nunca aburrido. Cada semana hay un show, o varios, y cada número conlleva un decorado diferente. La mayoría de compañías viajan con su propio equipo, pero Del Ruiz y sus compañeros son quienes consiguen encajar cada montaje dentro del escenario del teatro que diseñó Antonio Palacios y remodeló Desiderio Pernas. «La gente no se imagina el esfuerzo que hay detrás de cada actuación. Acaba de estar el musical Chicago, con una puesta en escena grande y tenemos un teatro antiguo con limitaciones de carga. Hay que montarlo todo con un orden estricto como si fuera un puzle. Tuvimos todo el auditorio lleno de material: la entrada, las galerías, los pasillos... La gente tiene que valorar lo complejo que es tener estos montajes aquí».
Detrás del telón hay prisas, imprevistos y, a veces, problemas. «Tienes que pensar 80 soluciones sobre la marcha y dar con la que sirva». Se levantan pesos, se mueven estructuras, hay que subir a las alturas...». También consigue, por momentos, ser espectadora. «No exagero si digo que he visto más de mil espectáculos distintos, trabajando y desde las butacas, pero más que disfrutarlos, los disecciono». Con los años ha aprendido a prestar más atención a la historia que a los defectos técnicos.
Hoy, ellas van ganando terreno: Del Ruiz, Montse Piñeiro, Violeta Martínez, Laura Iturralde o Beatriz de Vega son otras colegas que llevan años venciendo las resistencias. «Cuando estudiaba, éramos más mujeres que hombres, pero ellos encontraban empleo y nosotras, no. He llegado a oír que las mujeres estorban tras el escenario y me han llegado a quitar el trabajo de las manos, con los años he aprendido a sacar el carácter». Cuenta que otras lo dejaron porque nunca les dieron la oportunidad de trabajar.
La niña que decidió dedicarse al espectáculo a los ocho años, viendo a Lina Morgan en La Latina, es ya una veterana. En su carrera ha coincidido con actores y músicos de primera línea, con sus luces y sombras. «Ya me encantaba Federico Luppi, pero cuando lo conocí me pareció encantador. Vino a pedir disculpas a cada técnico porque estaba enfermo y montamos sin saber si iba a poder actuar. Hay quien te sorprende para mal. Un actor conocido me pidió un té, se lo conseguí y lo rechazó porque no le gustó la taza; la dejó sobre un altavoz. Eso fue lo peor, lo que nunca debes hacer a un técnico es dejar líquidos sobre los equipos». No se admiten desastres, de ella depende que el espectáculo pueda y deba continuar.
Su canción favorita
«Babilonia», de Morodo. «Vengo de una familia poco convencional y eso me ha hecho sentir que no tengo un camino marcado. Tener hijos, casarme..., cosas que se supone que debería haber hecho a mi edad y que nunca me han interesado. Esta canción me representa porque refleja esa forma de vivir».