El dolor de perder al compañero de vida: «De golpe, te ves sola, vacía»

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

VIGO

Ana Oderiz, con su perra Greta, en la plaza de Compostela de Vigo
Ana Oderiz, con su perra Greta, en la plaza de Compostela de Vigo XOÁN CARLOS GIL

Una de cada diez personas es viuda, como Ana, que estuvo 38 años casada con Daniel; la Asociación contra el Cáncer inicia en Vigo un taller de terapia psicológica grupal para quienes han perdido a sus parejas

13 abr 2025 . Actualizado a las 19:26 h.

Muchas veces, cuando se desliza Gran Vía arriba a través de las rampas mecánicas del bulevar, a Ana Oderiz (Buenos Aires, 59 años) se le escapa la vista hacia el lateral de la calle. Buscando. En los últimos años, cuando la enfermedad había avanzado y él ya se movía en una silla de ruedas eléctrica, Ana usaba la rampa para subir la Gran Vía de Vigo, mientras Daniel remontaba la cuesta a través de la acera. Echaban una carrera. Al poco, él la miraba de lado desde su silla, socarrón, mientras levantaba la mano, como diciendo adiós, ahí te quedas, para demostrarle que el juego lo ganaba él. «Y su cara de pícaro... ¡Era tan simpático!».

Hay días en que Ana se desliza a través de la rampa mecánica y, cuando la vista se le escapa hacia el lateral de la calle, se parte de risa. Visualiza allí a su marido ganándole la carrera, con las gafas, la gorra, la sonrisa socarrona y la cara de pillo.

Hay otros días en que al recordar las gafas, la gorra y, sobre todo, la cara de pillo se da cuenta de que nada de eso existe ya, de que Dani no va a volver nunca. Y es la rampa la que se desliza colina arriba, mientras ella se queda allí parada. Arrasada.

En su recién estrenada viudez, hay momentos buenos y malos, claro, pero hay incluso recuerdos concretos que son buenos y malos al mismo tiempo. «A veces vienen con una sonrisa y a veces vienen fatal», explica, «el mismo recuerdo, ¿eh?». Tal vez por eso, Ana suele salir de casa detrás de unas enormes gafas de sol.

Su marido falleció hace un año por un cáncer de pulmón fulminante. Él llevaba ya unos años enfermo de aracnoiditis, que es una inflamación crónica y degenerativa de la aracnoides, una de las capas que protegen la médula espinal, probablemente provocada por una lesión en la columna. La enfermedad le provocaba graves dolores y una fuerte dependencia. «Pero peleaba por la vida que no era normal», dice su esposa. Convivían con la dolencia, pero de repente apareció el cáncer, que no guarda ninguna relación. Los pilló a contrapié. Fue todo muy rápido. Él nunca llegó a asimilar el diagnóstico. Murió en el hospital a los 60 años.

Los cánceres son la principal causa de muerte en la provincia de Pontevedra. Están detrás de uno de cada cuatro decesos, 2.780 en el 2023, según el INE.

Ana Oderiz y Daniel Miretti nacieron en Buenos Aires. La familia de ella había emigrado desde Galicia; la de él, desde el norte de Italia. Cuando a mediados de los 90 la situación económica de Argentina empezó a torcerse, se marcharon. El corralito ya los cogió en Galicia. Hicieron su vida. Ella, como consultora de calidad de empresas; él, como representante en temas de ingeniería.

Llevaban 38 años casados. Tenían dos hijos, que ahora tienen 32 y 36. «Éramos compañeros de vida. Estábamos superunidos, en Povisa nos llamaban Pin y Pon. ¡Éramos siameses! Él era mi compañero, el papá de mis hijos, mi mejor amigo, mi soporte emocional», dice.

Todo eso se fue de repente. Ana dejó de ser compañera, esposa, amiga, soporte. También dejó de ser cuidadora. «De golpe, te ves sola, vacía, no hay nada», dice, «nadie te necesita».

Lleva un año tratando de adaptarse a su nueva condición. Según la última Encuesta de Población Activa, uno de cada diez gallegos han perdido a la persona con la que se casaron. Son 237.000 viudos. En realidad, viudas: el 81 % son mujeres.

Ana sigue de duelo. En este año ha vivido con angustia cosas que ella creía que eran excepcionales y la ha tranquilizado descubrir que son normales. Es algo que ha aprendido gracias a la terapia psicológica de la Asociación Española contra el Cáncer, una entidad de la que se convirtió en voluntaria tras conocer sus servicios cuando más los necesitaba. «Tener el teléfono 900 100 036, llamar y que te apoyen. A lo mejor estás mal de madrugada, pero no vas a llamar a tus hijos para asustarlos. En la asociación te sientes acogida», dice.

En este año ha vivido el miedo a enfermar, porque teme que la enfermedad la aparte de sus hijos. Pero la terapia le ha descubierto que no sufre una depresión, sino que está de duelo. O que es normal tener pesadillas en las que siente que la agarran y le hacen daño. También se ha permitido volver a hablar a su marido para contarle las cosas que le suceden. Y poner en orden sus prioridades. Ella, que antes tenía su casa como un quirófano, recomienda: «¿Qué importa si la casa no está limpia? Vete a dar un paseo, vete a tomar el sol, disfruta de tu familia. Ríete de tu jefe, pártete de risa de todo».

Ana no renuncia a vivir. Comparte la casa con Greta, la perra que adoptaron ella y Daniel un mes antes de que él enfermase. Y sigue creyendo que todo tiene un sentido. El suyo lo tiene claro: «Yo soy mamá, yo quiero seguir siendo mamá».

Un duelo que son mucho duelos: «Perder a la pareja tiene un impacto en la identidad»

La Asociación Española contra el Cáncer organiza en Vigo un taller de duelo para personas que han perdido a su pareja. Serán nueve miércoles, de 10.00 a 11.30 horas, desde el 23 de abril. Lo impartirá la psicooncóloga Elisa Alonso. Cada sesión se centrará en un tema. Ya hay seis apuntadas, entre ellas Ana Oderiz. Se tramita en el 900 100 036.

La psicóloga explica que el duelo de una pareja es especial porque son muchos duelos al mismo tiempo. «Se pierde una relación íntima, no solo a la persona en sí. Se pierde la complicidad, el amor, la convivencia diaria, que marca mucho. También supone un cambio de rutina y de estilo de vida», explica la psicóloga especializada en tratar a personas con cáncer y sus familias. «Todo esto tiene un impacto en la identidad personal que puede llevar a una crisis existencial, de saber quién soy. Hay gente que dice que no es nadie», añade. Hay más: se pierden las expectativas de un futuro compartido, las relaciones personales se redefinen. En definitiva, «este duelo se caracteriza por su intensidad», dice Elisa Alonso, que trabaja en el equipo de atención psicosocial del programa para atención integral a personas con enfermedad avanzada, promovido por la Fundación La Caixa a través de la AECC.

La especialista explica que a veces el duelo se confunde con la depresión, pero explica que el duelo es más cambiante y es habitual pasar de la risa al llanto. Tiene un principio y un final, que llega cuando la persona «es capaz de recordar sin un dolor intenso».