«El trasplante de médula me ha cambiado la forma de ver la vida»

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

VIGO

XOÁN CARLOS GIL

Lucía tiene dos hermanos y los tres han recibido un trasplante, «los tres estamos vivos». dice; Manu cuenta que corrió una media maratón «mientras me medicaba para la leucemia». Vigo cumple 30 años de trasplantes de médula y un millar de pacientes tratados; «son tratamientos agresivos, hay una edad límite», dicen los médicos

19 may 2025 . Actualizado a las 13:53 h.

Un hombre que padecía un mieloma múltiple fue el primer trasplantado de médula en Vigo. Se cumplen ahora 30 años de aquel hito. El 19 de junio de 1995 comenzó la extracción de su médula ósea y el 26 se le infundió de nuevo en el Hospital Xeral. Fue un autotrasplante. Hasta ese momento, no se hacía. En estas tres décadas, la actividad no ha dejado de crecer y, según indica el servicio de hematología del Complejo Hospitalario Universitario de Vigo, en marzo alcanzaron los mil pacientes en terapias celulares. Este dato incluye una veintena de personas que han recibido CAR-T una vanguardista terapia para algunos cánceres hematológicos. El número de personas ya trasplantadas se acerca, pues, al millar —la cifra de trasplantes lo supera, ya que algunas personas han recibido varios—.

El año con más trasplantes fue el 2023 en Vigo, con 72. En el 2024 fueron 59. En Galicia, solo los hospitales de Vigo, A Coruña y Santiago hacen trasplantes de donante (alogénicos, se llaman). El Álvaro Cunqueiro absorbe los del sur de Galicia. El primero se hizo en 1998, con donante emparentado; desde el 2008, se usan tejidos de donantes ajenos a la familia. Pero también hay otros con células madre del propio paciente (autólogos o autotrasplantes), que también se ejecutan en Pontevedra, Ourense y Lugo. Este tipo constituye la mayoría: de los 59 trasplantes que se hicieron en el hospital de Vigo el año pasado, 42 fueron autólogos.

«El trasplante es un tratamiento agresivo. Tenemos una edad límite de referencia, que es de 70 años en el autotrasplante y 65 en el alogénico», explica la hematóloga Judith Vázquez, una de las tres que forman la sección de terapias celulares. El trasplante de donante es más agresivo. «Aunque el donante sea compatible, las células de la nueva médula van dirigidas a la enfermedad, pero también pueden actuar contra las células del propio cuerpo», insiste la especialista. Es la enfermedad de injerto contra huésped (EICH), el principal temor de los pacientes. Después del trasplante, reciben intensas medicaciones para evitar esta complicación.

En los órganos sólidos no son frecuentes los problemas de compatibilidad con el donante, pero en los de médula, sí. Para la médula, hay que comprobar el sistema HLA, en grupo de genes que se encargan de identificar qué es propio en el cuerpo y humano y qué es ajeno, para atacarlo. Hay diez regiones en esos genes; lo ideal es que todas ellas sean iguales, pero es difícil de encontrar.

Lo habitual es buscar primero familiares compatibles y, cuando no los hay, acudir al Registro Nacional de Donantes de Médula Ósea (Redmo), que gestiona la Fundación Josep Carreras. Hay medio millón de personas inscritas. Para acceder hay que tener entre 18 y 40 años y después se puede donar hasta los 60. Pero no siempre se encuentra un tejido compatible y es frecuente que la médula llegue desde el extranjero. Alemania es el país con más donantes, más de diez millones de personas. Del millar de trasplantes que se han hecho en Vigo, 154 son de donantes no emparentados.

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La médula ósea es un tejido que está en el interior de algunos huesos —no se debe confundir con la médula espinal—. Su función es fabricar las células que componen la sangre. Aunque cada cáncer es distinto y afecta a un tipo diferente de células, en general los cánceres hematológicos provocan una proliferación descontrolada de alguna de estas células, lo que impide que la médula funcione correctamente. En algunas dolencias (como algunos mielomas) el trasplante es la primera opción; en otras (algunas leucemias y linfomas) se acude a él cuando la medicación no es suficiente.

Para hacer un trasplante, primero se pasa por una fase que se llama acondicionamiento. El paciente ingresa en el hospital en régimen de aislamiento y se le da una agresiva quimioterapia que acaba con su propia médula. Dura una semana. «Además de tratar la enfermedad, barre la médula», dice Judith Vázquez. El sistema inmune se resetea. Se pierden todas las defensas hasta que la nueva médula arraiga y empieza a luchar, también, contra el tumor.

Como el sistema inmune es nuevo, es habitual que las personas trasplantadas tengan que ponerse todas las vacunas de nuevo. Se estudia cada caso. Pero un trasplante es siempre una vuelta a empezar

Lucía Amoedo, paciente: «Somos tres hermanos y los tres estamos trasplantados; los tres estamos vivos»

Lucía Amoedo, en Redondela
Lucía Amoedo, en Redondela XOÁN CARLOS GIL

Cuando todo el mundo se desconfinó, después de tres meses encerrados en casa para frenar la expansión del coronavirus, a Lucía Amoedo (Redondela, 36 años) le tocó confinarse de nuevo. Era junio del 2020, el mes del alivio generalizado, cuando en el Hospital Álvaro Cunqueiro le dijeron que aquel dolor de garganta que no se iba, la inflamación de los ganglios, las aftas y las fiebres eran producto de una leucemia. «Tenía mucho miedo, mi madre había fallecido y no quería otro palo en la familia», dice. Tenía 32 años.

Se quedó 34 días aislada en el hospital, recibiendo quimioterapia. Una prima suya se encerró con ella una semana; cuando tuvo que salir, entró su amiga Natalia. No estuvo sola.

En aquel momento no lo sabía, pero Lucía iba a tener tres largos ingresos en estricto régimen de aislamiento. El segundo duró casi dos meses. «Me vine abajo, estaba desesperada, no subían las plaquetas, no me podía ir...», rememora. Como su tratamiento no era suficiente, los hematólogos le explicaron que el trasplante de médula era la única solución.

Antes de Navidades supo que tenía un donante y pudo pasar en casa ese período. El tercer ingreso, ya en febrero, fue el definitivo Su hermana se encerró con ella. Sabían de sobra lo que era un trasplante. «Somos tres hermanos y los tres estamos trasplantados; los tres estamos vivos. ¡La donación es tan importante!», agradece. Sus hermanos recibieron un órgano, como su madre, ya fallecida. Recuerda intensamente el miedo de los primeros días. «¿Va a funcionar?». El proceso de la enfermedad es también una lucha contra el miedo.

Dice que el momento fue tranquilo. El trasplante de médula sorprende a muchos pacientes, que se imaginan una técnica cruenta; aparentemente, es similar a una transfusión de sangre. La médula llega en una bolsa que se conecta a una vía y se infunde. «No sientes dolor, pero sí sientes algo por dentro que no sabes cómo describir...», explica.

En los primeros días, el trasplante es una incertidumbre. Es un trance duro en lo físico y en lo anímico. «Daba cuatro pasos y me cansaba. Tenía una bicicleta estática en la habitación, recuerdo subirme y aguantar dos minutos; ¡el día que aguanté 20 hice una fiesta!», explica. Se agarraba a las pequeñas celebraciones. «El hospital es mi segunda casa, tengo un recuerdo bonito», dice.

Lucía reconoce que, desde entonces, siempre ha ido dando pasos hacia adelante. Las revisiones iniciales son muy intensas. Al principio, semanales; después, más espaciadas. Todo ha ido bien y por eso, hace un año le dieron el alta de la unidad de terapias celulares. Ya dejó los inmunosupresores, no se medica. Tiene revisiones con el hematólogo clínico, que suele disipar sus miedos diciéndole que sus analíticas son para enmarcar.

El diagnóstico hizo a Lucía perder su trabajo como educadora en una escuela infantil de Vigo. Ahora trabaja en un comercio. «Al principio me dieron la incapacidad permanente, pero después ya no, estoy de vuelta en el mercado laboral. Me quedé tirada, no me dejaron ni paro», cuenta. Tuvo varios empleos, pero al principio era muy duro físicamente. No ha podido volver a las aulas. Ahora ya se encuentra bien.

Había vivido tres trasplantes en su familia, «pero esto fue un giro radical, me cambió la forma de ver la vida: todos los días hay algo que disfrutar», apunta. Se refiere a las cosas pequeñas. La brisa en la cara. El olor a mar. «A veces pienso que el día ha sido un desastre, pero luego digo: ‘‘Te levantaste, tomaste un café y volviste''». No es poca cosa después de este viaje.

Manuel Estévez, paciente: «Corrí la media maratón mientras me medicaba para la leucemia»

Manuel Estévez, en Vigo
Manuel Estévez, en Vigo Oscar Vázquez

A Manuel Estévez Pereira (Vigo, 40 años) la leucemia lo pilló corriendo. Estaba preparando la maratón de Oporto cuando empezó a notarse cansado, débil, con los ganglios inflamados. No le dio importancia. Corrió la carrera. El diagnóstico de leucemia le llegó unos meses después, en el 2019, con 34 años; pero tampoco lo frenó. «Corrí la Vig-Bay pocos días después del diagnóstico y la Vigo 21 seis meses después, cuando me estaba medicando», dice. En aquel momento trataban su leucemia linfocítica crónica con quimioterapia oral y le iba bien. Dice que apenas le afectaba.

Pero unos meses después, al terminar el confinamiento por el covid-19, a Manuel le diagnosticaron también un linfoma. Los médicos llaman síndrome de Richter a la combinación de las dos enfermedades. El trasplante de médula era la única solución.

Las pruebas revelaron que su hermana no era compatible. En el 75 % de los casos, según la Fundación Josep Carreras, especializada en esta enfermedad y creadora del Registro de Donantes de Médula Ósea (Redmo), los familiares no son compatibles. De ahí la importancia del registro.

Según el Ministerio de Sanidad, hay una posibilidad entre 4.000 de encontrar un donante no familiar que sea compatible. A Manu le encontraron dos al mismo tiempo con una compatibilidad del 100 %. Ambos eran de Alemania.

Le hicieron el trasplante en diciembre del 2020. Su mujer se confinó con él en el hospital. Recuerda esos días como una experiencia dura, pero en la que todo salió bien. Estaba preparado para volver a correr.

Hasta un año después.

En enero del 2022 se contagió del covid. «Mi cuerpo falló», explica. «Sufrí toxicidad neuronal, tuve un fracaso renal agudo, una parada cardiorrespiratoria, estuve cuatro días en coma...», relata, del tirón. Le tocó permanecer tres meses en el hospital. «Perdí veinte kilos, casi tuve que volver a aprender a caminar, dependía de mi mujer hasta para ducharme... para todo», detalla.

La leucemia lo había pillado corriendo, pero la recuperación ha sido muy dura. Contrató a una entrenadora personal para volver a valerse por sí mismo. «En noviembre del 2023 corrí otra vez La 21, en el 2024 otra vez», dice, «y además ahora me han hecho embajador, así que voy a ser un fijo». Este año también hizo la Vig-Bay.

Trata de mantenerse activo. No ha podido volver a trabajar aún —era vendedor en una tienda de telefonía—, pero en este tiempo ha intentado formarse. También colabora con la Asociación de Gallega de Afectados por Trasplantes Medulares y Enfermedades Oncohematológicas (Asotrame), una entidad que busca divulgar y «desmitificar la donación de médula», dice. La conoció en el 2022. La asociación tiene un proyecto de apoyo entre iguales: «Expacientes como yo acompañan a personas a las que acaban de diagnosticar o que se van a enfrentar a este proceso». Ya lo ha hecho con varios enfermos y ahora la asociación busca darle un empujón a este proyecto en el Cunqueiro a partir del mes que viene.

Manu dice que no se plantea mucho por qué le ha tocado vivir esto. Simplemente trata de vivir. Un ejemplo: «El día en que nos dijeron que tenía que hacer el trasplante teníamos programada una cena con un grupo de amigos. Ya tocaría dejar de hacer cosas». Lo primero que hizo fue contarlo.

Hace dos meses que a Manuel Estévez le dieron el alta en la unidad de terapias celulares. «Estoy contento de cómo he pasado todo esto y de la persona que soy ahora. Ha sido duro, pero estoy orgulloso», resume.

Enfermeras y médicas de la sección de terapias celulares del servicio de hematología del Hospital Álvaro Cunqueiro, responsables de los trasplantes
Enfermeras y médicas de la sección de terapias celulares del servicio de hematología del Hospital Álvaro Cunqueiro, responsables de los trasplantes

Acompañantes que se aíslan durante semanas con los pacientes

El trasplante de médula ósea —en rigor, trasplante de progenitores hematopoyéticos— es un proceso médico de alta complejidad. Pero es también una vivencia personal dura, llena de altibajos. El paciente tiene que quedarse aislado durante tres semanas, aproximadamente, en una habitación del hospital. «Pueden estar acompañados las 24 horas», dice la supervisora de planta de hematología, la enfermera Lorena Gómez Lago.

Este acompañante se queda allí permanentemente. Duerme en el sofá cama, tiene una taquilla propia y puede ducharse. Solo sale para la comida, que le proporciona el hospital. Si coinciden varios caso a la vez, todos los acompañantes comen en una sala de la planta. Antes del ingreso se les hace una PCR. La mayoría de los pacientes tienen a alguien que se queda con ellos aislado, explica la supervisora; otros no tienen esa posibilidad.

Además, se les permite recibir visitas. En las habitaciones hay una esclusa, separada por un cristal, con un interfono para comunicarse. El aislamiento es estricto porque a los pacientes se les resetea su sistema inmune; apenas les quedan defensas. A la mínima, pueden enfermar y morir.

En la unidad de hematología hay seis habitaciones de presión positiva (el aire sale pero no entra) para estos aislamientos. «Es una unidad semicrítica, que requiere una monitorización constante y cuidados específicos, por eso las enfermeras son especializadas», dice.

Todo es delicado. También los cuidados. Y los autocuidados. La enfermera Ana González hace de enlace entre los pacientes y el hospital, y les explica qué pueden y qué no pueden hacer. «Tengo un teléfono de contacto que está operativo de 8.00 a 15.00 para resolver dudas de los pacientes», explica esta enfermera gestora de casos, Ana González. «También utilizamos WhatsApp. A veces les decimos a los pacientes que nos manden fotos de alguna cosa». Este sistema evita que los enfermos tengan que desplazarse al hospital.

Entre los cuidados hay dos pautas básicas: la alimentación y el ejercicio. «Los pacientes deben comer todo cocinado y evitar el contacto con alimentos crudos», explica la enfermera, que también hace educación sanitaria en consulta. Es la manera de evitar infecciones por la vía alimentaria. Las normas son duras en los momentos más próximos al trasplante, pero luego se relajan. Por ejemplo, los enfermos «deben usar tablas de cortar diferentes para verduras, pescado y carne», detalla la enfermera. El uso de mascarilla FFP2, para evitar infecciones, también es estricto.

En cuanto al ejercicio, «les decimos que tienen que llegar al trasplante en la mejor forma física posible, porque se pierde mucha masa muscular», dice la enfermera. Durante el ingreso, los fisioterapeutas los visitan dos veces por semana y en las habitaciones hay bicicletas estáticas.