«Tenemos miedo a que haya un desplome y nos quedemos aislados»

Luis Carlos Llera Llorente
luis carlos llera A CAÑIZA / LA VOZ

A CAÑIZA

M.Moralejo

Dos octogenarios son los únicos residentes en una aldea de A Cañiza

19 jun 2025 . Actualizado a las 19:11 h.

«Tenemos miedo de que haya un derrumbe o un incendio y quedarnos aislados». Son octogenarios, y con minusvalía. Vecinos de una remota aldea de A Cañiza han denunciado al Concello el riesgo de desplome de unas viviendas que están junto al único camino que da acceso al núcleo de Ucha, en la parroquia de Petán, a cuatro kilómetros del centro de la villa.

Las raíces del roble taladran el muro de la casa centenaria situada junto al único camino de acceso y que parece salido del cuento de Hansel y Gretel. El bosque es profundo e intrincado, aunque no se ven manzanos, sino solo sobreiras, loureiros, carballos y jaras.

El camino se encuentra parcialmente asfaltado hasta que se pierde en un mar de hierbas altas muy crecidas para dar estopa al fuego en caso de incendio. Tanto las viviendas abandonadas como los robles y loureiros se encuentran en un talud escarbado por los temporales de lluvia y viento.

El 5 de noviembre pasado, María Teresa Viéitez denunció en el registro del Concello el estado ruinoso de la finca en la que habitan su hermana Carmen, de 80 año, y su cuñado Julio Fernández Doval, de 85. Ella padece una minusvalía del 50 % y él, una del 65 %. Aunque las apariencias engañan y puede dar la impresión de que están bien de salud, Julio tiene una cita en el hospital Meixoeiro el próximo mes de julio para una revisión interna y ella está pendiente de tres en el Álvaro Cunqueiro. «Andamos con dificultad y la ambulancia no puede llegar hasta la puerta de casa. Es una de las dos que siguen habitadas en Ucha, la otra es de unos vecinos que no viven todo el año en el corazón de un bosque en el que solo se escuchan los jilgueros, el kiriki de los gallos y el zumbido de los insectos.

«A ver si nos hacen caso y tiran las casas en ruinas y los árboles que pueden desplomarse. Por lo menos tienen que cortar las ramas más peligrosas», reclama María Teresa, preocupada por su familia.

Los Viéitez señalan que en la oleada de incendios del 2017 «las llamas llegaron hasta la puerta de la casa». «Menos mal que teníamos la finca limpia», recuerdan.

La vivienda que amenaza con desplomarse es de familiares lejanos que tienen más de 70 años. Viven en Montevideo y nunca pasan por A Cañiza. «Debería tirarla el Ayuntamiento después de notificárselo a las dueñas en Uruguay porque nosotros no vamos a cortar ni tirar nada de una propiedad que no es nuestra pero que amenaza la seguridad», advierten.

La pareja de octogenarios no puede conducir. Si no fuera por la camioneta ambulante que acude cada miércoles a la aldea, se quedarían sin provisiones para alimentarse. El conductor del camión de comida circula despacio, midiendo las distancias, para y abre el mostrador del remolque para ofrecer bacalao, carne de cerdo, quesos, leche… «Este camino no está bien, pero tengo que circular por otros que están incluso peor», cuenta el chófer Daniel Carballo, que acepta pagos con tarjeta en un lugar que parece anclado en el siglo XIX y que, como tantos otros pequeños núcleos, se muere.