Tras casi 40 años en la Gran Manzana, el guardés Francisco Álvarez «Koki» ciclista de vocación, vuelve a sus orígenes con «Aldea Buxán», un libro de relatos inspirado en las experiencias que unen a los emigrantes del mundo
13 may 2022 . Actualizado a las 01:04 h.«Yo soy un obrero que en un determinado momento de mi vida tuve que escribir porque lo necesitaba. No es que yo quisiera ser escritor. El escritor no se hace, tiene que nacer», opina Francisco Álvarez Koki (A Guarda, 1957). El autor y animador cultural afincado en Nueva York desde hace más de 30 años no lo tuvo fácil para abrirse paso en una ciudad donde sobran los estímulos y el talento. Su primer trabajo en la Gran Manzana fue de lavaplatos en un restaurante en el que, a los pocos días de llegar, vio sentado en una mesa a Kirk Douglas, uno de los ídolos de su infancia. Se quedó petrificado. «Me pareció irreal ver al actor que me hizo soñar tantas veces. Nunca olvidé aquella sensación y nunca la volví a tener al tener delante a alguien famoso», confiesa, aunque reconoce que le decepcionó un poco, porque físicamente no era tan imponente como parecía en la gran pantalla. Es solo una anécdota de las muchas que podría contar el guardés nacido en la parroquia de Salcidos, que da título a su última obra: Aldea Buxán. A pesar de la portada con la imagen de un niño, que, como apunta, «no soy yo», y las historias que cuenta, «que podrían haberme pasado a mí, a cualquier chaval en ese entorno», el libro de relatos es ficción, no es autobiográfico», insiste. Hace años que el escritor le daba vueltas a este trabajo que llegó a las manos de Xosé Neira Vilas y lo definió como «un libro singular escrito por un emigrante que recorda o eido orixinario».
Pero el rapaz de aldea creció, y el deporte marcó otra etapa de su vida antes de volar a Estados Unidos. «Quise ser ciclista. Esa fue mi gran vocación», recuerda el autor, que de joven corría en un equipo O Porriño y luego en el Riego Lomba de A Guarda. «Fue muy importante, posiblemente el mejor de Galicia y uno de los mejores de España. De ahí salió Álvaro Pino y otros también muy buenos», asegura. Pero él solo estuvo un año como amateur. «Por defender los derechos de los trabajadores, el director del equipo me despidió y ahí se terminó el ciclista», concluye. Álvarez, que entonces estaba empleado en la empresa de cerámica para la construcción que los patrocinaba, emigró a Francia, donde aún pedaleó un poco más. Pero se casó, y con su mujer, la tomiñesa Loli, y su hijo Breogán, con 22 años se fue a vivir a Nueva York buscando un futuro laboral. Después de asentarse comenzó a acercarse a la comunidad gallega. «El ámbito cultural era escaso. Era más bien social, reuniones para comer o para ver partidos de fútbol», lamenta. Koki (nombre que él mismo se puso dándole la vuelta a Kiko), fue conociendo a autores del mundo hispano y apuntándose a todo cuanto evento de letras encontraba. «Leía poemas en gallego cuando había lecturas en castellano», recuerda el autor del dos antologías, una de poetas españoles en Nueva York que incluye al vigués Marcos de la Fuente, y otra de 46 poetas hispanos.
«En la literatura está todo inventado. He hecho de todo, hasta textos para niños, pero más que nada soy poeta», considera «Nunca he buscado vender, pero siempre transmitir un mensaje y el de Aldea Buxán es la problemática que afecta a los personajes que se enfrentan a problemas de todo tipo, que existían antes y ahora, es la misma lucha. Las circunstancias del capitalismo nos cercan y hacen nuestro espacio más pequeño. Es una crítica social», admite.
Vetado en el Centro Gallego
Francisco Álvarez tiene obra publicada tanto en gallego como en castellano, «y algo de poesía en inglés , pero traducciones», reconoce, porque a pesar del manejo del idioma de su país de adopción, «no me sale de dentro crear en inglés, a pesar de que yo no escribiría igual si no fuese a Nueva York, que no es Estados Unidos, sino un mundo aparte», advierte.
El guardés, que tras empezar de lavaplatos fue camarero, vendedor de libros y agente del sector inmobiliario en el que se ha jubilado —lo que le permite más libertad para escribir—, fundó en sus años newyorkinos el colectivo Celso Emilio Ferreiro. «Hacíamos muchas actividades, homenajes a autores como Rosalía, lecturas, íbamos a ferias del libro con libros en gallego...», recuerda. El poeta dice que la mitad de su corazón está allí, pero nunca perdió el contacto con Galicia. «Seguí publicando en gallego aquí. En el 2007, la editorial Sotelo Blanco publicó Ratas en Manhattan, que, por cierto, va a salir ahora en castellano». De ese libro tiene un recuerdo imborrable, aunque no necesariamente bueno. «En el Centro Gallego de Nueva York se sintieron identificados, creyeron que me refería a ellos y me prohibieron la entrada desde entonces», lamenta negándolo. «Yo lo que he hecho siempre ha sido tratar de impulsar la cultura», argumenta el creador, que formó parte de la Asociación de Escritores en Lingua Galega.