El parque Güell de Carmelita: 60 metros de mosaicos en su casa de Nigrán

Monica Torres
mónica torres NIGRÁN / LA VOZ

NIGRÁN

Mónica Torres

Una vecina de 81 años recrea su entorno y viajes en murales a lo Gaudí

10 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En Vilariño, los muros hablan. Cuentan la historia de la familia de Carmen Souto Vidal, una mujer incansable de 81 años cuyo talento ha transformado su hogar en un auténtico Parque Güell gallego. Cuando se jubiló hace ya 16 años, lejos de bajar el ritmo, esta antigua modista de Nigrán, cambió la aguja y el hilo por la paleta, el martillo y la argamasa, creando espectaculares mosaicos que hoy cubren cerca de 60 metros cuadrados por toda su finca. «En un viaje a Barcelona conocí y me conquistó el Parque Güell y desde entonces no dejé de darle vueltas a la cabeza. Sabía que en algún momento, yo también quería poner en práctica la técnica del trencadís», recuerda.

Carmelita, modista durante muchos años y creadora de los trajes de numerosas novias de Donas y Vilariño, incluyendo su hija Sandra, tuvo que reinventarse en 1985, cuando uno de sus hijos falleció en un trágico accidente. «Se me caía la casa encima, me sentía atrapada», confiesa. Fue entonces cuando comenzó a ayudar en Areeira, la empresa de materiales de construcción que fundó con su marido Cristino González hace justo medio siglo.

Tras aquel viaje a Barcelona, Carmelita comenzó a almacenar restos de azulejos y pavimentos de colecciones antiguas y muestrarios de la empresa y el día de ponerse manos a la obra llegó 24 horas después de su jubilación. Comenzó por un muro de bloques que quería disimular. «Lo primero que hice fue una casita, y aún estaba en obra cuando mi hija Rosana me dijo: ‘Ay, por Dios, no hagas esa trapallada delante de casa'. Pero ahora está encantada», cuenta Carmelita entre risas.

La galería fue creciendo a la par que sus viajes con Cristino: un pintoresco pueblo de Ourense, los tradicionales hórreos de Combarro, el faro de Silleiro adornado con un arcoíris luminoso, el monumental hórreo de Carnota, el famoso toro de Osborne y hasta los majestuosos elefantes que admiró en Cabárceno. Se le quedó pequeño el muro y lo amplió «para poder representar la iglesia de Santa Cristina de Sabarís, la parroquia de mi marido», añade Carmelita con orgullo.

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Desde entonces, cada pared que ha levantado es un homenaje a sus experiencias vitales, viajes, recuerdos familiares y a una profunda admiración por el arte modernista del famoso arquitecto catalán Antoni Gaudí.

Su última creación, un gran mosaico dedicado a los padres franciscanos del antiguo convento de Vilariño, llama poderosamente la atención desde la carretera. Sobre una pared exterior de seis metros de ancho y 1.80 de alto, Carmelita trabaja intensamente para terminar a tiempo del día de San Antonio, en julio. «Quiero que el cura pueda bendecirlo», explica emocionada mientras aplica meticulosamente cada fragmento cerámico mediante esta técnica que consiste en componer figuras a partir de pedazos rotos de azulejo.

Sus obras no solo evocan viajes, sino también devoción y tradición. «Mi favorita es la Virgen del Carmen, porque es mi santa», reconoce. El trabajo físico no siempre es fácil. Por ello, Cristino, compañero fiel de aventuras, le diseñó hasta un carrito con ruedas y cuerdas atadas a un árbol para facilitarle la tarea de levantarse tras largas horas creando en el suelo. Gracias a este sistema pudo darle forma a la espectacular recreación del puente romano que une Baiona y Nigrán y que preside el muro de entrada a la vivienda. Y es que el arte de Carmelita no solo es un testimonio de su talento, sino un reflejo de la complicidad y el amor que comparten desde hace décadas.

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En esta zona están también un gran hórreo en relieve o el cruceiro que hizo su hijo. y del otro lado, navegan las tres carabelas guiadas por una gran rosa de los vientos. «Me encanta hacer todo este trabajo y además me relaja. Me inspiro en los viajes y me gustan los animales así que tengo desde caballos y pavos reales, a garzas, gallinas, loros o elefantes»», dice. Le dedica una media de 5 o 6 horas al día. A veces llega la noche y aún estoy mezclando masa, y mi marido, bromeando, ya me pregunta si me pone una luz», dice con complicidad.