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Oficia enlaces para parejas que buscan un rito original y no católico en sintonía con los elementos de la naturaleza; «me han pedido hasta un ritual de separación»
15 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.No todas las novias quieren ser Grace Kelly ni casarse con el vestido de la reina Letizia. Y menos mal. Para aquellas parejas que buscan sellar su amor con un rito que no pase por la iglesia y que tenga un significado espiritual, Alexandra Rial (Vigo, 1979) organiza ceremonias personalizadas, rodeadas de naturaleza y con los símbolos que han trascendido de los ancestros celtas. «Una boda celta es un formato muy espiritual, donde reina el amor y en comunión con los elementos de la naturaleza». Ella, apasionada de la cultura castreña desde niña, ha dejado su trabajo como decoradora para dedicarse a oficiar enlaces bajo el seudónimo Sacerdotisa del Bosque.
Reconstruyendo los datos sobre cómo druidas y sacerdotisas oficiaban ritos en la antigüedad, Rial ha creado una ceremonia que tiene a los novios como protagonistas y que siempre ha de hacerse en un entorno natural. «Los celtas creían en los lugares sagrados, y pensaban que los árboles y las piedras tenían su propio espíritu». Durante el enlace, los novios permanecen de pie dentro de un círculo trazado con piedras y en el que las hierbas y flores tienen protagonismo propio. «Los novios se miran a los ojos toda la ceremonia. La parte de la unión de manos es la más importante, enlazan sus brazos formando un infinito y yo, como sacerdotisa, sello su amor con unas cuerdas trenzadas. Se dicen los votos uno a otro, es un momento muy romántico, tengo que hacer verdaderos esfuerzos para no llorar, y sujetan una piedra del juramento para que en esa piedra quede el recuerdo de esas palabras».
Los grandes bodorrios no encajan demasiado en el guion de este tipo de enlaces por el que optan incluso quienes buscan una celebración para dos. No hay nada establecido sobre el tamaño del evento, el número de testigos depende de hasta dónde quieran ampliar el círculo los protagonistas. «Los invitados están alrededor, cercanos a la pareja, acompañando. Se crea un ambiente muy mágico». Los celtas celebraban el amor en comunidad, entonces las uniones eran una fusión de clanes y bienes. Hoy, solo los sentimientos determinan este tipo de evento en el que el dónde sí tiene importancia. «El lugar perfecto es aquel en el que hay restos arqueológicos, son lugares que nuestros ancestros identificaban como lugares de poder». Si no se cuenta con el permiso de los propietarios de los vestigios, un bosque o un jardín es la opción más asequible.
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Una boda llevó a la otra
Cada vez hay más adeptos a este tipo de ceremonias que no tienen valor legal y que suponen un revival del antiguo rito. «Pensaba que los novios a los que iba a casar tendrían un perfil más espiritual, pero hay de todo». Los celtas celebraban estas ceremonias no solo para sellar una unión, también para presentar un nuevo miembro a la tribu o festejar la mayoría de edad de un niño que se convertía en guerrero. «No nos parecemos casi nada a ellos. La conexión con la naturaleza ha desaparecido en nuestra cultura». Antes de que existiese el rito católico, los celtas se casaban para toda la vida, pero cada enlace se revisaba un año después de la ceremonia, y se prolongaba si ambos miembros estaban de acuerdo. Aun así, Rial considera que no era una sociedad igualitaria. «Las mujeres tenían su peso en la cultura castreña, pero ellos tenían más autoridad», explica. No existía el divorcio como tal. En estos tiempos, Rial asegura que está a punto de explorar este ámbito. «Me han pedido hasta un ritual de separación, para cerrar el círculo y agradecer a la pareja el camino recorrido. En la cultura celta había quien se casaba, ya no para toda la vida, sino para todas las vidas, consideraban que volverían a encontrarse». Aunque lo suyo son las bodas, asegura que también es posible ritualizar los nacimientos y los fallecimientos.
Esta decoradora reconvertida a oficiante se pasó su infancia entre libros de leyendas y druidas. Estudió diseño de interiores y trabajó durante años en la empresa familiar del sector de la construcción, mientras se formaba en la cultura castreña, pero los poderes de los elementos no acuden a la piedra aserrada. De una forma casi natural fue dejando su faceta profesional para formarse en escuelas específicas. «Empecé porque una amiga me dijo si la podía casar, que quería una boda celta y que como yo sabía del tema, que quería que yo fuera la sacerdotisa. No pude decirle que no». Salió tan bien que una boda llevó a la otra y hoy se dedica profesionalmente a ejercer de maestra de ceremonias. «Me dedico a organizar la boda que me hubiera gustado tener, pero yo me casé hace años y no tuve esa posibilidad. Lo intentaré en el vigésimo quinto aniversario». Tendrá que buscar una colega que ejerza de maestra de ceremonias, «somos pocas, la más cerca, en Madrid».
Su canción
«Scarborough fair», de Celtic Woman. «Me casé con esta canción. Es muy bonita, es música medieval y hace referencia a un amor perdido y a una serie de ritos con hierbas mágicas que los celtas usaban para que ese amor volviese. Creo que las mujeres oficiando bodas acompañamos de otra manera que un sacerdote».