PONME UNA RACIÓN Y una mesa para una foto de Instagram. Hay locales en los que la comida, además de por la boca, entra por los ojos. Restaurantes que compiten con los bares más bonitos de Londres, Nueva York o Copenhague. Son los «Sketchs» gallegos.
15 oct 2016 . Actualizado a las 05:10 h.La decoración sí importa. Aquí la comida entra por la boca y por los ojos. Porque no solo interesa lo que te ponen en el plato, sino la vajilla en la que te lo sirven, el color de las paredes o las lámparas que cuelgan del techo. Estos son algunos de los locales más bonitos de Galicia, donde comer es otro gusto. Entre el Sketch de Londres y el The Long Bar en Da Nang, Vietnam, se cuela en la cuenta de My Restaurants de Instagram el local coruñés Crudo Bites & Shots como uno de los establecimientos más bonitos del mundo. «Vernos en My restaurants, rodeados de alguno de los locales más chulos del mundo, fue una satisfacción», confiesa Rosendo Silva, propietario de este local de la Ciudad Vieja con Luis Silva y Rodrigo García. Estos primos y amigos de Madrid, que no pasan de 28 años, tenían un sueño. Después de recorrer cientos de restaurantes, de empaparse de las auténticas taquerías callejeras en México y de buscar inspiración «a morir» en Instagram y Pinterest decidieron hacer las maletas, mudarse a Galicia y abrir, el 1 de julio, este mexicano-peruano con alma de local clandestino, grafitis en la entrada y lámparas industriales. Un sitio que representa como ninguno la palabra cool. Todo lo que ven los ojos en Crudo pasó por las manos de Rosendo, Luis y Rodrigo. Desde la pared irregular y llena de agujeros «de un verde distorsionado», hecha con una técnica de proyección de yeso, -«nos vuelven locos las paredes»- hasta la madera que cubre parte del local, «que fuimos a buscar nosotros mismos y que, en un determinado momento, pensamos que no se iba a secar para poder colocarla». Mesas antiguas, mucho hierro, platos de latón de la abuela? La reforma duró cuatro meses y contó con la ayuda de Mark Zlick y Paula Fraile, dos artistas con un laboratorio creativo en la zona. «Cuando abrimos venía mucha gente a hacer solo fotos. Otros entraban solo a tocar la pared y se iban». Instagram es su mayor publicidad: «Nos llega mucha gente a través de esa red social. Desde el principio apostamos por ella porque nos gusta lo joven y fresca que es. En ella la gente comparte, y esa es parte de nuestra filosofía». Eso, «y unos tacos y unos ceviches muy ricos» gluten free que, también, entran por los ojos.
DE FERRETERÍA A LA CENTRAL
Como en Crudo, a La Central, en pleno casco antiguo de Vigo, se viene a tomar una cerveza, a comer y a disfrutar del espacio. El local, que ocupó una histórica ferretería de la ciudad, llevaba años cerrado hasta que Omar Fares, propietario también de la Trastienda del cuatro, y varios socios, consiguieron reabrirlo en diciembre del 2015. «A diferencia del otro restaurante, este es un reflejo de la evolución de la sociedad. La Central es un espacio multidisciplinar, donde importa la comida, importa la música e importa la decoración, y en el que queremos que la gente no solo coma o beba, sino que viva una experiencia. No es solo un gastrobar, se trata de vender ocio», explica Omar. «Nosotros mismos nos encargamos de diseñarlo, inspirándonos en la mezcla de muchos viajes y después de probar muchos locales», asegura. Un espacio con alma industrial, pero «más cálido», con un jardín vertical que cuelga de la pared y que los clientes no podían evitar tocar al principio. Mucha madera, mesas sin mantel, figuras con forma de cabezas de alce, un techo descomunal y hasta un comedor privado con moqueta completan el ambiente. El local tiene también algo de galería de arte con gratifis en las paredes, cuadros «que adquirimos en galerías» y otros hechos a medida por el diseñador gráfico Radar Studio. Desde entonces, ir a La Central es como ir a un museo. «Hay muchos que entran solo para ver el local, aunque luego se sientan y disfrutan de la comida. Otros nos dicen que cuando vienen aquí no tienen la sensación de estar en Vigo, sino en Nueva York o Berlín», indican.
FILIGRANA EN SANTIAGO
El restaurante Filigrana está integrado en el Hotel A Quinta da Auga de Santiago, que es una fábrica de papel del siglo XVIII que fue rehabilitada por la arquitecta María Luisa García Gil, propietaria del negocio junto a su marido José Ramón Lorenzo. Abrió sus puertas hace casi siete años y quisieron que el restaurante fuese la tarjeta de presentación al público del complejo a orillas del río Sar, que está integrado en el colectivo Relais & Châteaux, el selecto club formado por establecimientos de lujo con carácter familiar. El buen gusto de Gil se aprecia en cada elemento del comedor, que tiene capacidad para sesenta comensales en distintos formatos. «Es muy habitual que los clientes se interesen por los muebles, las obras de arte o incluso por la vajilla», confirma Pedro Jiménez, el subdirector. El mobiliario procede de anticuarios, y salvo las sillas se trata de elementos bien restaurados y de cierta solera, «por lo que no hay dos iguales». Al margen de la cocina de alto nivel, de la que se encarga el chef Federico López, en la sala nunca faltan flores frescas en cada mesa y velas que crean un ambiente único por la noche. A Jiménez le cuesta elegir el mejor momento del Filigrana: «A mediodía es muy agradable, y si hace bueno nos encanta montar la terraza; por la noche es un lugar más íntimo, es la hora preferida por los clientes del hotel tras una jornada de visita por Galicia». Los detalles arquitectónicos también despiertan la curiosidad de los clientes. En el propio restaurante se pueden ver los antiguos canales de agua de la papelera que se convierten en una buena disculpa para hablar sobre los orígenes de un edificio que quedó en desuso en los años 60.
CASA PACO EN LUGO
Casa Paco es un mítico restaurante lucense construido en el año 1932 en la entrada a la ciudad por la zona sur. Llevaba varios años cerrado al público, pero desde principios del 2016 cuenta con nuevos propietarios. Un matrimonio y sus dos hijos se han interesado en reabrirlo. «Mi marido tenía el capricho, a mi hijo le gustaba la cocina y de ahí surgió», explica Berta Jaime, una de las propietarias. Eso sí, antes tocó hacer una reforma integral.
Los nuevos dueños optaron por decorarlo con un ambiente personal y elaborar una carta de vinos y platos muy variada y cuidada. Pero lo que llama la atención de este establecimiento es su estética, en la que todo destila un ambiente vintage, aunque la cafetería tiene tintes industriales y el comedor, más románticos. «Queríamos diferenciar las dos partes, pero al mismo tiempo que tuviesen un estilo parecido», explica Brais, otro de los nuevos dueños. En cuanto a la cafetería, está completamente pintada en colores neutros entre los que predominan los grises en diferentes intensidades.
Contrastan en este entorno las lámparas, de color oro y bronce con bombillas muy grandes que enlazan en la misma corriente retro que funciona como denominador común de todo el local. La barra, de mármol blanco, dispone de sofás Chester de cuero que marcan estilo y combinan con las sillas y las mesas, de metal y revestidas con cuero también marrón y verde botella. En cuanto al comedor, vuelven a dominar los colores neutros, enmarcados por un gran ventanal. Que las fotos, con luz, se hacen mejor. E Instagram lo agradece.