Un botones cinco estrellas para el Gran Hotel La Toja: «Me quedo con Severo Ochoa y Fernando Lázaro Carreter»

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MARTINA MISER

UNA VIDA TRATANDO CON LA JET Gerardo se pasó más de medio siglo atendiendo a los veraneantes más influyentes que pasaron por Galicia, que son unos cuantos y muy conocidos. Nos adelanta algo pero sus aventuras en el Gran Hotel se podrán leer al completo en un libro.

06 sep 2019 . Actualizado a las 10:40 h.

Atesoró los pasaportes de los hombres más poderosos del mundo. Su trabajo implicaba discreción y don de gentes. Gerardo Sanmartín (1950, O Grove) era botones en el Gran Hotel La Toja. Pasó la vida subiendo y bajando las escaleras del majestuoso edificio inaugurado en 1907. Recorriendo sus pasillos, atendiendo a sus más insignes clientes. Entró en la plantilla del hotel balneario ideado por el Marqués de Riestra, una de las mayores fortunas de la España de principios del siglo XX, en 1961. Tenía solo 11 años. Ahora está jubilado desde hace cinco años pero su medio siglo en la recepción, a la que después ascendió, ha dejado huella. Solo hace falta volver con él al lugar que fue como su segunda casa. «Me pasaba aquí muchas horas», admite.

Algunos son antiguos compañeros, otros veteranos clientes. No paran de acercarse conocidos para saludarlo a su regreso para esta entrevista. «Estoy escribiendo un libro, llevo más de 160 páginas», desvela mientras rememora anécdotas caminando por los salones. Prepara unas memorias. No fue ni aristócrata ni famoso ni rico, pero sí un empleado con tacto, confidente incluso de algunos de los que veranearon en el hotel 5 estrellas, «era el más exclusivo de Galicia -presume-, solo con permiso del Hostal dos Reis Católicos».

En esta misión lo ayuda el periodista Fernando Ónega, que le echa una mano supervisando la redacción. «Él fue uno de los que más me animó», explica Sanmartín. Tiene material para rato. «Si tuviera que elegir, me quedo con Severo Ochoa y Fernando Lázaro Carreter», confiesa. Con el premio Nobel pasó muchas tardes paseando por los jardines. «Mi turno terminaba a las cuatro, pero me quedaba aquí hasta las ocho o las nueve. Me gustaba escucharlo. Aprendía mucho, aunque no entendiera nada de lo que me decía», reconoce con una sonrisa. Eso fue a principios de los setenta y Gerardo andaba en la veintena. Sobre el académico de la lengua, subraya: «¡Fue el primer cliente que me felicitó las Navidades por mail! Vino muchos veranos. Me gustaba picarlo. Le decía que el gallego es más antiguo que el castellano».

Me quedo con Severo Ochoa y Fernando Lázaro Carreter

gerardo.Gerardo Sanmartín (a lomos del caballo) en sus primeros años como ayudante de los botones del Gran Hotel
Gerardo Sanmartín (a lomos del caballo) en sus primeros años como ayudante de los botones del Gran Hotel MARTINA MISER

Al preguntarle sobre los huéspedes más ilustres, hace un inciso y devuelve la misiva «¿Qué son para vosotros clientes ilustres? Famosos vinieron muchos -matiza-, pero para mí no son lo mismo». Gerardo tiene claro que en esta lista no pueden faltar Salvador de Madariaga, Gabriel García Márquez o Eduardo Barreiros. El empresario ourensano era un clásico de los veranos en la isla. «Se pasaba aquí dos meses y gastaba mucho dinero. Hacía fiestas de más de 100.000 pesetas en la piscina, los marineros venían a cantar y comer langosta», exclama.

POLÍTICOS, DEPORTISTAS...

Políticos como el portugués Mário Soares o el expresidente Adolfo Suárez, directores de cine como Pedro Masó, toreros como José Tomás y entrenadores como Guardiola disfrutaron de las noches de verano del Gran Hotel. Isabel Preysler vino de luna miel con Julio Iglesias y luego de viaje de novios con Miguel Boyer. Con el cantante le pasó una anécdota: «llamó a mi casa por teléfono para que le consiguiera un barco y se presentó como Julio Iglesias. Claro, mi mujer le contestó que ella era la Pantoja y le colgó», relata entre risas. Gerardo también se acuerda de una mujer entrañable que le dijo que había sido la primera española en una final de Wimbledon. Si la memoria no lo engaña era, en efecto, Lilí Álvarez, un referente del tenis en los años 20. Otros impactaban al personal, «incluso demasiado», como el franquista Fernando Martín-Sánchez Juliá: «le conectaron las cañerías de su habitación, la 113, con el balneario». ¿Y cómo no acordarse del club Bilderberg? En 1989 la isla de A Toxa fue un fortín. Buceadores inspeccionaban el puente, el más largo de Europa cuando se construyó en 1911, mientras Gerardo atendía a David Rockefeller y a Henry Kissinger. Respectivamente, una de las mayores fortunas y el político más poderoso de EE.UU. También a lord Carrington, exsecretario de la OTAN, a la reina Beatriz de Holanda, presidentes europeos y magnates como el dueño del grupo Fiat. «Impresionaban por la aureola que tenían. Pero tampoco tanto. Pronto cogía confianza con ellos», sonríe. Para saber más secretos nos emplaza al libro. Eso sí, anuncia que nadie debe estar alarmado: va a primar el juramento hipocrático que también reina en su profesión.