
Vamos de modernas, pero en el alma común habita una carca. Ha quedado claro con ese suspiro colectivo que ha lanzado el éter digital tras asistir al reencuentro de Brad Pitt y Jennifer Aniston en los premios del Sindicato de Actores. Particularmente creo que a la pareja le sobran mechas y un par de pantones, pero por lo leído y visto hay muchos avatares y nicks que creen que este mundo cruel que nos atosiga es un poco mejor si existe la posibilidad, por pequeña que sea, de que Pitt y Jen salven lo suyo.
Es verdad que los años le han sentado muy bien a Brad Pitt y regular a Angelina Jolie, y que Aniston, destinada a esa rigidez cosmética tradicionalista y de las JONS que suele apoderarse de las novias de América, ha sabido incorporar a su rictus una sombra de ironía muy fotogénica. Pero en ese ohhhh que todavía resuena, ese ohhh que rebota entre el camisón blanco de piel de ángel que llevaba ella y el esmoquin clásico que vestía él, hay un cheiro clasicote que invita a la desconfianza. La trama novelón años cincuenta arranca durante el rodaje de la película Sr. y Sra. Smith, cuando el hermoso Brad sucumbe a la belleza caníbal de Jolie. En casa aguardaba mientras la dulce Jennifer, cuyo encanto asequible no alcanzó para evitar el abandono. Así fue el relato planetario de este affair, en el que las señoras estaban donde los estamentos del amor romántico suelen colocarnos: una fuera robando maridos y la otra en casa, esperando.
Unos cuantos hijos y un tumultuoso divorcio después, el suspirado reencuentro de Brad Pitt y Jennifer Aniston vincula a cientos de miles de personas en el planeta Tierra. Como si frente a Trump y el Brexit, la hecatombe climática, la desaparición del ornitorrinco y el pin parental de Murcia necesitáramos la certeza de un amor eterno destinado a resucitar tras haber sido dado por muerto. Sabemos que la realidad es más cruda, pero ese devaneo de brilli brilli entre los dos actores es Hollywood puro, un lugar en el que los amores son a veces tan postizos como las extensiones de una Kardashian, porque allí lo importante es que las cosas parezcan, no que sean.