Roberto Verino, tras ceder el testigo a su hija Cristina: «Esto no es una retirada, yo voy a seguir trabajando hasta los 98»
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El diseñador le ha otorgado la dirección de Marca a Cristina Mariño, hasta ahora desconocida para el gran público. «Yo no quiero ser una fotocopia de mi padre», indica
23 oct 2021 . Actualizado a las 21:16 h.Verino llega solo a la cita en su fábrica de Ourense. Viste vaqueros y un jersey. Todo él desprende la sencillez de su firma. «No sé si dar la mano o el puño», dice con una cercanía que no abandonará en la próxima hora y media de entrevista. La atemporalidad de su moda en la era de Instagram es tan revolucionaria como él. Porque si hay algo que decir de Roberto Mariño es que siempre ha sido un visionario. A sus 76 años, la pasión lo desborda y lo define. Unos minutos con él bastan para comprender que lo que acaba de coger su hija Cristina, de 52, no es ningún relevo, sino el testigo de una parte de su imperio, la del negocio, la que más le estorba a su padre para hacer lo que mejor sabe sin distracciones: crear. Ella se incorpora encantadora al encuentro a los pocos minutos. La simbiosis entre ambos es total. Sencilla y discreta, está decidida a tomar las riendas del márketing. Otra mujer, Dora Casal, se encarga de la dirección ejecutiva. Verino está ilusionado con este tridente y seguro de que el tándem con su hija va a funcionar. Precisamente la seguridad es otra de las claves de su éxito. La tercera podría ser el inconformismo.
«Yo siempre digo que estoy muy contento. Satisfecho, jamás, porque esa palabra no entra en mi diccionario. Decir que estás satisfecho significa que ya no te queda nada por aprender, y creo que todos los días tenemos algo que mejorar. Hay que buscar esa excelencia que persigues. Te acercas a ella, pero nunca acabas de lograrla. Si lo haces, es que ya no hay nada que mejorar o estás al borde de la otra vida...», reflexiona.
Ambos vienen de celebrar otro éxito, el de la presentación de su nueva colección cápsula, Caminae. De nuevo, un homenaje a Galicia que llega en pleno año xacobeo. También una metáfora de este nuevo camino en el que Cristina da un paso al frente. «Llevamos con esto desde el 2019, cuando hicimos la primera presentación de la colección Legado y dimos un giro en la estrategia. Yo, desde el 2016, los desfiles ya los estaba haciendo con relación a la temporada de uso y no a la que iba a venir, porque para mí ya no tenía mucha lógica. En su día, era para hacerle ver a la prensa en qué estabas trabajando y que fueran ellos en primicia los que lo fuesen contando en el momento en que lo creyeran conveniente. Desde el momento en que las nuevas tecnologías te ponen al instante en conocimiento de otros, me parecía que hacer eso era estar fuera del contexto», explica el diseñador.
Y vaya si le han dado la razón: «Me la están dando. A mí me llamaron de todo, las que yo habré escuchado en el entorno profesional. Pero es una decisión que tomas porque crees en ella». Un cambio de paradigma que presentaron a nivel internacional. Regresaron de México el 13 de marzo del 2020, un día antes de la declaración del estado de alarma en España. Un frenazo en el camino, pero solo temporal.
Cristina Mariño desarrolló toda su carrera profesional junto a su padre. «He sido muy duro con ella, en el sentido de que he querido que conociera los entresijos de todo en las circunstancias más convencionales, no por ser 'hija de' iba a tener más privilegios de los que podían tener los equipos. Era la única manera de crear a una profesional convencida», comenta Roberto. «Yo empecé a trabajar en la tienda de Claudio Coello, en Madrid. Estudiaba y trabajaba los fines de semana. A mí, estar en tienda y el trato con el cliente me gustaban mucho», completa ella, consciente de que forma parte de una gran empresa que sigue avanzando a paso firme. «Vamos a cumplir el año que viene 40 años de marca, y yo lo que les pido a ellas es que no se conformen con otros 40 más, sino que tenga continuidad», añade Roberto, de nuevo, inconformista.
«A mí eso de que las empresas nazcan y mueran con su fundador me parece muy triste, y la gran suerte que tengo es contar con ella, y que además ella haya querido. No la he forzado para nada», apunta mirándola. Cristina, rápidamente, lo confirma: «He sido yo la que he estado ahí». «Lo ha mamado, y eso me da mucha tranquilidad, porque yo quiero seguir trabajando dedicándome solo al diseño y a la imagen. Eso me libera de un montón de trabajos y le estoy muy agradecido. Ahora pienso: ‘¿Y yo he sido capaz de hacer todo eso solo?'. Parecía un bombero. Sé que penalizó la posibilidad de hacer otras cosas, pero la voluntad está ahí», asegura el diseñador.
PARÍS POR VERÍN
También lo estaba cuando tomó una decisión por la que lo tildaron de loco cuando era muy joven: cambiar París por Verín para montar una empresa de moda —«en un sitio en el que no había empresas, ni de moda ni de nada. Y ahí estuve yo, erre que erre, y se hizo»—. Siempre le preocupó al creador cuál sería la profesión que elegirían sus hijos. Él, que dio tantos «tumbos» en la vida, sabe muy bien lo difícil que resulta. «Yo hubiera sido un arquitecto comprometido, porque al final no hay tanta diferencia entre lo que hago y eso, así que lo que yo no pude ser se lo inculqué a mi hijo», asegura.
Esa apuesta también le salió bien. «Pero es verdad que si el día de mañana quiere ponerse con su hermana a trabajar en una de las partes que le pueden convenir de Roberto Verino, está totalmente formado», desliza. Ve a su hija y a Dora, la nueva generación de mujeres que toman las riendas, muy ilusionadas. «Y me tienen a mí también muy ilusionado. Tengo aquí a dos mujeres en las que tengo mucha confianza», subraya. Finalmente, sus dos hijos encarnan sus dos pasiones. «De alguna manera, nos ha ido dirigiendo», comenta Cristina. «Sin que lo notaran mucho», matiza él, divertido. En su atmósfera se respira energía, ilusión, pasión y entusiasmo.
«Yo es que lo tenía tan claro... A pesar de haber estudiado Derecho, sabía que yo quería estar aquí. Tampoco había escuelas de diseño, así que él fue orientándome hasta llegar aquí», dice ella. En definitiva, hizo un viaje que la llevaría de vuelta al punto de origen. «A veces necesitas conocer más cosas para tomar una decisión. Surgió todo de manera natural, no hay nada impostado en esto», apuntala. Cristina no define a su padre como un formador duro, pero sí exigente. «Él es exigente con todo, primero con él mismo», indica.
Posiblemente sea la huella que le dejó una infancia en una casa de siete hermanos. Verino opina que todo lo que se les pueda dar de ventaja a los hijos es positivo, pero lamenta que ciertas actuaciones de los jóvenes de hoy no tengan en cuenta los esfuerzos que hicieron sus antepasados: «Si me preguntas por la primera relación que tuve con los tejidos, te digo que no recuerdo muy bien cuál es, pero mi madre me decía que los vestidos durante la guerra se los hacía su madre, que era mi abuela, con los sacos donde venía la harina del horno. O sea, que se aprovechaba todo. Aquello sí que era inventiva, sí que era imaginación».
La nueva directora de Marca de la firma nació dentro de ella. «Yo es que salía del colegio y me iba a la oficina de mi padre, jugaba allí, le esperaba, él me contaba... Fui con él a ferias y me explicaba algo que para mí era supercomplicado de entender, cómo de un trocito tan pequeño de tela tú ves qué vas a hacer con él. La tocas, la hueles y ya la tienes en la cabeza. A mí eso me parece magia, y el estar a su lado hizo que pudiera ir aprendiéndolo, disfrutándolo y llenándome de ilusión para aprovechar la oportunidad de poder estar aquí y de que confíe en mí para seguir adelante con ello», señala.
Llevaba 25 años en la empresa sin que la gente me conociese
¿Están siempre tan de acuerdo? «Un poco de todo, ¿no, papá?», le dice cómplice Cristina. Lo cierto es que no es tan fácil hacer ceder a Verino: «Es que estar de acuerdo en todo... Si no estamos de acuerdo, yo escucho, aunque dicen que no suelo dejarme llevar mucho», apunta él, que indica: «Es que me tienen que convencer. Yo soy zorro viejo en estas peleas. Esto es como una orquesta sinfónica que tiene que ensayar». Nada en la vida es por casualidad, afirma el diseñador, que pone en valor la seguridad y la firmeza para no descarrilar: «Si tienes tanta pasión, pero no tienes seguridad, te pasa lo que a tantos colegas míos que se han muerto de éxito. Para seguir creciendo, tienes que ir afianzando también. Si no, puedes vivir un descalabro».
Es el turno de Cristina. «¿Qué da más vértigo, coger el testigo de Roberto Verino o el de tu padre?». «Desvincular a una persona de la otra es difícil. Como padre es un ejemplo maravilloso que intento trasladar a mis hijos. Pero como Roberto Verino no es solamente lo que él ha hecho como diseñador, sino como empresario, como emprendedor y persona ilusionada. El listón está muy alto. Quizás esa parte sea la que produzca más vértigo. Pero de todas formas yo no quiero ser una fotocopia de él, en ningún caso. Tengo muchos referentes en los que fijarme para forjarme a mí misma, pero siendo Cristina. Yo no quiero ser una réplica», zanja. Lo que les falta, comparten, es tiempo para hacer todo lo que tienen en mente. Las horas vuelan en el cuartel general de Verino. Efectivamente, allí no huele a relevo. El diseñador no piensa, ni de lejos, en la retirada.
«Yo voy a morir con las botas puestas, eso lo tengo claro. Y voy a estar trabajando hasta los 98 si no tengo ningún contratiempo desde el punto de vista de la salud, sí o sí. También digo que me voy a coger un año sabático para buscar por ahí alguna otra historia», comenta.
ETERNAMENTE JOVEN
Esa es precisamente la edad con la que su abuela, el gran pilar de su vida, le ayudaba a hacer realidad sus sueños. «Mi abuela materna es mi referente de la mujer emprendedora y de la juventud. Con 98 años, tenía ilusión por que mis proyectos se llevaran a la práctica sin ser posible que ella viera el retorno de lo que estaba haciendo», dice Roberto. Esa es, para él, la definición de la juventud. Poner todo el entusiasmo en un proyecto sin esperar que el retorno te afecte directamente: «Hay personas que a los 20 años son viejas, y personas que a los 100 años son jóvenes. Yo me siento muy identificado con ella, y espero que genéticamente también pueda tener esa capacidad». Otra de esas personas que le marcaron fue Pertegaz. Tras su muerte, sus allegados le confesaron que el maestro siempre se quitaba tres años. «Entonces, no se murió con 101, se murió con 104. Y estuvo trabajando hasta el último día. Este no es un trabajo que te impida ser creativo hasta el último momento», apunta.
Sin embargo, esa parte creativa de la moda no invadió a su hija. «Yo lo intenté, pero no la vi con la suficiente predisposición, así que repartámosnos las tareas», resuelve Roberto, al que le mueve la ilusión de que su nombre permanezca vivo cuando él ya no esté. Por eso sigue con atención el devenir de firmas como Coco Chanel, Christian Dior o Balenciaga, cuyos directivos creativos, dice, han conseguido incluso mejorar. «No soy imprescindible», sentencia él, que ya atisba entre sus nietos a varios candidatos a sumarse a su proyecto en un futuro. «Yo tengo tres hijos; mi hermano, dos niñas... ¿Que haya posible sucesores? Pues sí, pero que quieran, aún no se sabe», dice prudente Cristina. Pero su padre, como es habitual, se aventura: «Yo sin embargo me atrevería a decir que sí, que hay futuro, yo lo intuyo. Son actitudes, maneras, aunque a estas edades todavía no es fácil». Concretamente, ve opciones en cuatro de los cinco nietos que tiene. «Al otro, si le quitas el fútbol, lo matas», añade.
Roberto ha estado siempre en primera línea, y esa exposición es precisamente lo que peor lleva Cristina de su nuevo rol. «Sí, es posiblemente lo que más me cuesta. Llevo 25 años en la empresa sin que se me conociese, y me ha pasado aquí cuando he llegado, que en la garita de entrada del parque me ha parado el policía y me dice: 'Tantos años, ¿y me entero ahora de quién eres?'. Esa proyección se me hace un poco dura, pero forma parte del trabajo», manifiesta. No llega con ganas de hacer ninguna revolución. Su intención es evolucionar sobre lo que le han enseñado, haciendo honor a la filosofía de la moda de Verino: la atemporalidad.
Conseguir que algo no envejezca en un mundo en el que las tendencias vuelan es revolucionario. El diseñador no comulga con ellas. «A mí siempre me ha parecido triste no ver esa capacidad de las personas de saber lo que les conviene para estar guapas y bien consigo mismas, esa tiranía de decir que lo que es moda es esto. Moda es lo que te conviene y lo que te hace sentir bien. Hay que conocerse, cuidarse, valorarse... ¡y quererse! La moda te tiene que ayudar a ser feliz, no atormentarte por no poder ir como te dicen. Eso no puede condicionarte, ni hacerte ir disfrazado con algo que no te favorece. Esa idea tiene que cambiar en beneficio de los consumidores, porque lo importante son ellos con lo que se pongan, no el vestido sobre ellos. En definitiva, tienes que poner la moda a tu servicio, no ponerte tú al de la moda, sin dejarte llevar por la tiranía y las dictaduras de las tendencias. No todo vale», enfatiza Verino.
Él no tuvo ese problema en casa. «No he sido una adolescente complicada a la hora de vestir, ¿no? Al menos no me recuerdo así. Ahora lo veo mucho más difícil con mis hijos», dice entre risas Cristina, que añade: «Además, teníamos una línea joven que coincidió con mi etapa adolescente y me encajaba perfectamente. Yo creo que es de las épocas en las que más mona iba, veo esas prendas y sigo diciendo: ‘Qué cosas más bonitas llevaba yo'». Claro que tenía un gran asesor. «Ahí nunca me ha engañado», asegura. Su padre insiste: «Es que es mi filosofía. En mis puntos de venta está totalmente prohibido que si ven a alguien disfrazado le insistan en venderle, porque eso es lo más horroroso que hay. Que vean a alguien con una prenda mía, que la reconozcan y vaya hecho un adefesio».
En toda su trayectoria, Verino firma un solo vestido de novia: el de su hija. Y, aunque parezca increíble, la novia fue la que menos participó en el proceso. «Fue el único que hice, el único. Y lo hice porque era para ella, se lo dije. Ahí iba reflejada mi filosofía. El vestido no es lo que tiene que hacerte estar guapa. Tienes que estar guapa porque es ese día, y el vestido te va a ayudar y va a pasar prácticamente desapercibido. Ella fue la que menos intervino», desvela. «Yo me dejé llevar», confirma ella.
SER FELIZ TODOS LOS DÍAS
Ese concepto de moda atemporal y slow que Verino lleva trabajándose 40 años está hoy más de actualidad que nunca. «Ahora está de moda hablar de sostenibilidad, claro. A mí eso de ser feliz un mes al año porque te vas a las Seychelles me parece una tristeza, ¿y los otros once? Yo quiero ser feliz todos los días, por el amor de Dios. Hay que serlo en cada cosa que hacemos, y eso influye a la hora de vestirse», indica. Aquí cobra especial relevancia otro de sus conceptos clave: el armario emocional. No comprende la facilidad con la que los expertos del orden recomiendan deshacerse de las prendas. «Yo no estoy para nada de acuerdo», sentencia mientras recuerda el día en que le entregaron un esmoquin en la sastrería que no pudo ponerse porque, tras la plancha final, había encogido. Lo guarda como oro en paño con la esperanza de que algún día un nieto lo estrene. Como un tesoro que simboliza cuánto se puede querer una prenda que no se ha llegado a estrenar y que le recuerda la dificultad de hacer lo que hace: que un diseño siente bien a la primera o con un mínimo arreglo. «Pero hay piezas que te traen recuerdos y te hacen sentir como si abrieras tu diario», matiza.
—«Yo me parezco mucho a mi padre, no me deshago de nada, me cuesta un montón», dice Cristina.
—«Es una forma de entender lo que valen las cosas que llegas a querer, que es la diferencia. Las quieres y no te vas a deshacer de ellas», resume su padre.
El final de la conversación se acerca y Verino rehúye, por primera vez, la respuesta a una pregunta: la de las cuentas pendientes. «No quiero descubrir mis sueños ni aquellos secretos que, si los desvelas, nunca se cumplen. Siempre me he quedado más con las ganas de decirlo que de lo contrario. Y confieso que me ha ido bien. Lo que me interesa es ser, no aparentar. Ser auténtico», concluye. Y vaya si lo es. Queda Verino, en la primera generación y en la segunda, para rato.