
Español, inglés y coreano. Mezclados, pero no revueltos para dar vida a esta historia de amor singular que vence fronteras idiomáticas y de las otras. Nosotros ya lo sabíamos: ¡veñen pra quedar!
23 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Esta es una historia con final feliz. De esas que empiezan con «érase una vez» y terminan «comiendo perdices». Aunque por el camino hubo que vencer muchos obstáculos. Los astros y el universo internet se conjuraron para que los protagonistas de nuestro cuento, Bea López, una barbera de 35 años de Narón, y Young Kim, un desarrollador de contenido multimedia de 35 años de Seúl (Corea), coincidieran en una videollamada para aprender inglés. Esa fue la primera lengua, la que los unió. Aunque ninguno de los dos la dominaba, o precisamente por eso. «Fue un flechazo a primera vista y a pesar de que yo no hablaba casi nada de inglés nos intercambiamos los números de teléfono para poder practicar más». Tras el intercambio, las llamadas fueron diarias. «El feeling fue instantáneo y empezamos a hablar cada día a todas horas. Hacíamos videollamadas de muchas horas y si no, nos escribíamos. Yo necesitaba usar el traductor tanto para enviar como al recibir los mensajes. Y durante las llamadas de voz a él le costaba mucho entenderme ya que yo casi no hablababa nada de inglés. En tan solo dos meses empecé a mejorar mucho, él me corregía y me enseñaba muchas palabras», explica Bea. Entablaron una relación emocional y profunda que enseguida les pidió dar un paso más. Y Young lo dio: «¿Y si voy a verte?», dijo, y esa frase, después de pasar por el traductor, lo cambió todo.
Bea pensó que era una locura. «Me lo tomé a broma, pero no lo era. Se compró unos billetes para A Coruña (unos 800 euros) solo confiando en que yo estaría allí en el aeropuerto esperándolo. Le pregunté cómo se había lanzado de ese modo y él me dijo que yo le había gustado de verdad y quería saber en persona si seguía siendo lo mismo o no». Y así fue. Tras 22 horas de viaje y varias escalas en distintos puntos del globo, Young consiguió aterrizar en A Coruña. «A mí me temblaban las piernas», dice Bea, que reconoce que al verlo en carne y hueso pensó: «¡Es muy asiático!» y se quedó sorprendida por el tono de voz que tan poco se parecía al que ella escuchaba en el teléfono. Pero se abrazaron y las dudas se disiparon. Tras aquel primer viaje, hubo más y ya salieron los planes de boda. «Mi tiempo con Bea puede parecer corto, pero mi intuición me ha permitido decidirlo todo», explica Young sobre este amor a primera vista.
Todo iba viento en popa cuando llegó la pandemia y con ella el encierro, que los pilló separados. «Fue uno de los momentos más duros. Él se tuvo que marchar en febrero de vuelta a Seúl con la idea de volver en marzo para mi cumpleaños. Ese era el día en que iba a presentarlo a mi entorno. El día 20 cerraron España y nos quedamos separados. Como no estábamos casados, no nos pudimos acoger a la reagrupación familiar y solo nos quedó esperar. Las normativas cambian constantemente, no podíamos hacer planes, se hizo largo y duro. Estábamos en la incertidumbre y no nos pudimos ver hasta julio, en cuanto abrieron los viajes vacacionales. Estábamos como locos, comprobamos cada día las noticias de ambos países para intentar sacar conclusiones».
COMUNICACIÓN MÁS FLUIDA
En esos meses Bea mejoró su inglés y la comunicación entre los dos se hizo más fluida. «Al final creamos nuestro propio lenguaje, Young ya entendía el espanglish que yo usaba y él ya había empezado a estudiar español, así que entre uno y el otro, y un traductor en el medio, cada vez nos entendíamos mejor».
Con las fronteras ya abiertas, Bea se decide a viajar a Corea en octubre. «La verdad es que yo no sabía mucho sobre Corea del Sur, lo más cercana que yo había estado de Corea fue cuando cené en Londres en el barrio chino en un restaurante coreano...», bromea Bea, que a pesar de los miedos, se subió al avión. «Yo me vi en ese avión enorme rodeada de coreanos que volvían a su país desde España y donde en el momento que se cerraron esas puertas yo ya no entendía nada, ni en coreano ni en inglés. Recuerdo que los azafatos me explicaban detalladamente el menú de las comidas y yo hacía que entendía y elegía al azar. Pensaba que estaba loca y esperaba no perderme, que él estuviera esperándome, me preguntaba cómo sería aquello, si sería como Japón o diferente… era un mar de dudas».
Y Young sufría los nervios de la espera. «Antes de que Bea viniera a Corea, preparé una pequeña propuesta de matrimonio. En ese momento lo importante para nosotros era el tiempo que podíamos pasar juntos». Los planes de boda se materializan. Young le pide en matrimonio en un airbnb. La respuesta de Bea es sí.
Ahora hay que contarlo en casa... Para Young la cosa fue fácil: «Mis padres y todos mis amigos me felicitaron por mi decisión. Mis padres siempre han respetado y apoyado mis decisiones. Pero una cosa por la que mis padres estaban tristes era que me iba de Corea». Pero para Bea no tanto: «En mi entorno me dijeron que estaba loca, mi mejor amiga fue la única que me dijo: ‘Es una locura, pero ¡adelante! ¡Es mejor que no intentarlo!’ Los demás solo me recalcaban las cosas malas o me generaban dudas, pero aún así dije que sí». Y su sonrisa delata que no se arrepiente.
En julio del 2021 Young hace el viaje definitivo. Viene para casarse y para quedarse. Y así, en octubre, con traductor jurado mediante, dieron el paso al matrimonio y el romance virtual se convirtió en convivencia doméstica. «Yo tenía una casa recién comprada de los años 70 todavía con papel en las paredes, tuberías de plomo y un sistema eléctrico antiguo. Cuando él se vino fuimos a vivir allí, con un cámping gas, un fregadero, un baño con azulejos del año 73 y una cama. Todo lo compartíamos. Eso creó problemas de convivencia: a veces queríamos hacer cosas diferentes o tener tiempo para nosotros mismos, pero no teníamos más habitaciones, no teníamos dónde sentarnos, solo teníamos la cama, que es donde comíamos, donde dormíamos, donde leíamos, donde veíamos una tablet que hacía de televisión. ¡Eso sí fue convivencia! No nos quedó otro remedio que empezar a vivir como uno».
Ahora han reformado la vivienda y la vida se les ha hecho más fácil. Young se adapta bien a la rutina en Galicia que encuentra muy «refrescante y tranquila» y también a las comidas (en Corea también se comen grelos). «Lo extraño aquí es que los árboles están verdes todo el año. Corea tiene cuatro estaciones muy distintas y en invierno las hojas caen de todos los árboles que pierden el color verde. El invierno aquí es completamente diferente».
La batalla con los idiomas siguen peleándola. Young ya se defiende con el español. Bea está empezando con el coreano y sigue con el inglés: «El coreano tiene muchos sonidos que nosotros no tenemos. Hoy me parece imposible hablarlo, pero también casarme con un surcoreano me parecía imposible». Kamsahamnida, pareja.