Guillermo Heslop retrató a su madre en el proceso de su cáncer: «La parte más dura era levantar la cámara al ojo»

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Dulce, madre de Guillermo, algunos de los retratos de la exposición «Memento Mori», que se exhibe en el Atelier de Fotografía, ubicado en la calle Plaza de la Coraduría, número 3, en la cuidad Vieja
Dulce, madre de Guillermo, algunos de los retratos de la exposición «Memento Mori», que se exhibe en el Atelier de Fotografía, ubicado en la calle Plaza de la Coraduría, número 3, en la cuidad Vieja Guillermo Heslop

«Memento Mori» da título a la exposición del joven fotógrafo que narra los últimos meses de vida de su madre tras padecer un cáncer de esófago. Una serie fotográfica documental que revela la brevedad de la vida

22 jun 2022 . Actualizado a las 13:18 h.

Guillermo (Vigo, 1993) ama la fotografía como ama a su madre. Y por eso decidió refugiarse tras su lente para sanar, pero sobre todo para documentar un proceso tan duro como el cáncer. Han pasado dos años desde que Dulce murió. Y ahora que él siente alivio en su alma ha decidido compartir con el público el dolor, el amor y la mortalidad del ser humano a través de doce retratos de su madre a gran escala. «La idea era retratar todo el proceso y por lo difícil que era, no fui capaz de captarlo todo, no tuve valor para hacerlo», cuenta Guillermo, que desde ese momento su cámara se convirtió en una extensión de él. «Sabía que iba a ser duro, pero quería mostrar cómo lo veía y vivía desde mi casa, y la verdad, es que lo veía bastante crudo», zanja. La muestra se exhibe en el Atelier de Fotografía de la ciudad Vieja en Coruña, hasta el próximo 28 de junio.

Teníamos esperanza

Cuando enfermó la madre de Guillermo, él pidió su consentimiento para hacer las fotos de «lo que estaba sucediendo y tuve su permiso». Todos albergaban cierta fe porque ya habían vivido episodios parecidos: «Mi madre había tenido amagos de cáncer antes, pero resultaron benignos y cuando le detectaron el de esófago, nos dijo: ‘Tranquilos, tienen madre para rato, todo va a ir bien'». Pero el excesivo consumo de tabaco terminó provocando la enfermedad. «Ella fumaba desde los 14 años y nunca lo pudo dejar, ni cuando estuvo embarazada de mí. Desde pequeño la recuerdo con cigarrillo en la mano», apunta.

Dulce, la madre de Guillermo en su juventud
Dulce, la madre de Guillermo en su juventud

En medio de la incertidumbre por el avance de la enfermedad, Guillermo hizo una lista de las fotografías que quería hacer. Aun así, fue imposible. «Mi madre solía vomitar una media de diez veces al día. Imagina esa cantidad repetida durante los siete meses que duró la enfermedad. Ni una sola vez fui capaz de hacer una foto de ese momento. Esa parte quedó más en mi memoria», continúa: «Al principio, como era optimista y pensé que podría curarse, la idea era exponer las fotografías de algo difícil, pero que ya había pasado y a ella le vendría muy bien porque padecía de depresión crónica. Sin embargo, no pudo ser así. Por eso decidí esperar este tiempo para presentar la exposición. También, todo era muy reciente para mí y volver sobre las fotos era como regresar a esos días».

Guillermo reconoce que fue doloroso fotografiarla en esa circunstancia. «La parte más dura era levantar la cámara al ojo, disparar era lo fácil y luego bajarla volvía a ser difícil. De cierta forma mi cámara era como un escudo protector. Y cuando la cogía solo me atrevía a hacer una foto porque el objetivo era presentar el proyecto en formato película y no en digital», apunta. Según Guillermo, no se trataba de hacer un book, «porque ella tampoco tenía ánimo para escuchar el sonido del obturador cada tres segundos», explica.

Razones por las que siempre tenía la cámara en un lugar estratégico y accesible. «Cuando mi hermano le daba la comida, mientras sucedía ese momento en familia, si veía que era el instante correcto, sacaba la cámara. Entonces, me aseguraba de que la foto valiera la pena porque no quería molestarla, además de que no era fácil para ella, sobre todo por respeto», concluye.

Por el estado de salud que presentaba su madre, cada vez se volvía más idílica su recuperación. Así lo cuenta el joven fotógrafo, que junto a su familia, solo anhelaban que pasara aquel mal rato, para que después de un tiempo de recuperada, «ella viese con alegría las fotos, diciendo: ‘mira, lo he superado' —agrega Guillermo—. Eso la iba a animar mucho y creo que hubiese sido como un poco de terapia para ella y para mí», concluye.

Los últimos días

El día que a Dulce le dijeron que la inmunoterapia no había hecho efecto fue como si el peso del mundo le cayera encima. Cuenta Guillermo que al salir de la consulta, en el coche de regreso a casa, su taxista de confianza «intentó ser animoso con ella al preguntarle cómo había ido, y en tono muy seco mi madre le contestó: ‘Mal'. Fue como una loza que se cayó dentro del coche. De repente hubo un silencio enorme y durante todo el camino de vuelta no se habló más», recuerda.

Desde ese momento, Dulce se encerró en sí misma y empezó a dejar pasar los días como se pasan las hojas de un libro. Poco a poco las energías positivas se le fueron yendo. «Se sentaba en el sofá y miraba fijamente por la ventana, o de repente se levantaba y encendía un pitillo le daba tres caladas y como ya no tenía energía para fumárselo entero, lo dejaba a medias y se volvía a tumbar —señala Guillermo—. Repetía eso en bucle todos los días. Y todo ello nos pilló en medio de la cuarentena por la pandemia».

Con todo, cuando estaban lo tres juntos hablaban siempre del presente y de vez en cuando hacían el tono con alguna historia que sacaban del aire para cambiar de tema. Dulce era una mujer muy reservada, que intentaba no preocupar a los demás con sus problemas. «Tanto que acababa siendo distante. Nuestra relación no fue súpercercana, porque mi madre trabajaba muchísimo como cirujana cardiovascular. Pero nos queríamos a nuestro modo», resalta Guillermo, que añade que evitaban hablar de cosas en futuro, aunque la mayoría de las veces permanecían en silencio, «que solo se rompía con los vómitos continuos». «Cuando íbamos corriendo hacia ella para auxiliarla y levantaba la mirada con los ojos en lágrimas del esfuerzo por vomitar, nos miraba y nos decía: ‘iros, iros, estoy bien'», relata. Pero a Dulce nunca le faltó compañía. Hasta su último día en el hospital estuvieron allí para ella. «Mi tía, mi hermano y yo permanecimos a su lado hasta que dejó de respirar», zanja.

Hoy Guillermo tiene sentimientos encontrados, así lo confiesa. «Estoy emocionado porque ver el trabajo de uno expuesto siempre da gusto. Pero luego, las fotos me llevan a ese momento que vivimos en mi familia y por otra parte, siento que es un capítulo que ya se cierra del todo, aunque seguiré echando de menos a mi madre», apunta. Su homenaje hacia ella ha sido grande. Representa el valor y el amor por un ser querido, a la vez que matiza la brevedad de la vida, y nos recuerda que el mejor tiempo es el ahora. «Siempre la recordaré como cuando tenía cinco o seis años, cuando era un poco alegre y nos reíamos mucho», concluye.

Guillermo Heslop es un fotógrafo profesional conocido principalmente por sus trabajos de moda con grandes firmas como CH Carolina Herrera, Purificación García, Bimba y Lola e Inditex. Nunca había hecho fotografía documental, pero decidió hacerlo como homenaje a su madre.