Maricarmen y Marisol, jóvenes a los 70: «Solo falta que nos conozca Almodóvar, ¡que nos contrata!»

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Maricarmen Cabanas y Marisol Morales dicen que están en la mejor edad.
Maricarmen Cabanas y Marisol Morales dicen que están en la mejor edad. MARCOS MÍGUEZ

LO MEJOR EMPEZÓ A LOS 65 para estas amigas a las que unió una enfermedad, las ganas de aprender y viajes de película. «Siempre hay que tener una ilusión», dicen ellas, que vivieron el momento más duro hacia los 30. Ellas son la prueba de que a los 70 se alcanza un pico de felicidad

29 oct 2022 . Actualizado a las 14:37 h.

Como a nuestras queridas aventureras de cine Thelma y Louise, a Maricarmen Cabanas, de 68 años, y Marisol, de 73, les gusta sentir el viento de la libertad, vivir momentos de película, mimar el tiempo con los suyos y viajar cuanto pueden sin dejarse pastorear ni entrar por el aro del tour turístico convencional. «Vamos en busca de lo original y de lo antiguo», manifiestan estas amigas coruñesas, felizmente abuelas con una intensa vida singular, que defienden como un tesoro, como un elixir de bienestar. Maricarmen, con diez nietos que le han dado sus cuatro hijas, adora la lectura, el árabe culto y los palacios, y sigue desde hace tiempo la huella de Isabel de Baviera, Sissi Emperatriz. Marisol, que tiene una nieta y a su hija como gran compañera de viaje, se inclina por el teatro, por Frida Kahlo y por los museos. Las dos comparten el gusto por los mercadillos y las sorpresas. Y por ser protagonistas de su historia.

«Nos tienen algo encasilladas en las películas de Marisol... ¡Y nosotras tenemos ganas de hacer mil cosas!», dice Maricarmen. «Yo quiero vivir, disfrutar de mis nietos, de la vida, viajar y hacer cosas que no he hecho nunca», defiende quien en plena pandemia recorrió en coche 7.400 kilómetros de Europa en compañía de su marido (su segundo esposo, con el que se casó hace cinco años tras treinta de feliz convivencia) y de un primo. En ese viaje, Maricarmen cumplió su deseo de estar en algunos de esos lugares que la enamoran en películas y novelas. Así tuvo la ocasión de entrar en la consulta de Doctor en los Alpes, se alojó en Baden bei Wien, donde hay 30.000 tipos de rosas diferentes, y tiene entre sus momentos-joya haber estado en Hallstatt, un lugar de «cuento de hadas», señala, considerado el pueblo más bonito de Europa.

A sus espléndidos 73, Marisol le lleva en el carné un lustro de ventaja a Maricarmen, pero en la juventud que va por dentro y en ganas de aventura las dos andan ahí ahí, a la par. La serie Grace and Frankie podría retratar su espíritu y su complicidad...

Tienen en común que son incombustibles. «No nos cansamos. ¡Queremos verlo todo!», comenta Marisol, que prepara la maleta cada vez que su hija tiene vacaciones para despegar juntas. Cerdeña, Venecia, Roma, Marruecos, Londres, Bruselas, Holanda, París y Burdeos están en su lista de destinos visitados. Esta enamorada de Portugal (que cuando viaja con su hija no ejerce de madre, aclara, «tampoco de amiga...») dice que ver los jardines de Serralves llenos de luces y de obras de arte contemporáneo es una experiencia a la que nadie debería renunciar.

Maricarmen y Marisol han compartido al menos tres viajes para recordar. Uno de ellos las llevó al límite en Portugal. «¡En esa escapada a Peneda-Gerês, casi me muero!», revela Maricarmen, que dice que se animó por la cosa de hacer una foto, se fue echando hacia atrás, y acabó en el río. Digamos que su entusiasmo la caló.

Fue, curiosamente, el dolor lo que unió hace años a Marisol y Maricarmen: la fibromialgia, que en el 2012 las llevó a plantarse al Parlamento Europeo para dar voz al dolor crónico que implica su enfermedad. Pero ella, la enfermedad («más incapacitante que un cáncer, pero que no te mata», como le dijo un médico a Maricarmen) las hizo más fuertes y también hizo más fuerte su sintonía, su amistad. «Con la enfermedad tienes que aprender a convivir. Nadie te da nada por quejarte de que te duele, ni quejarte te ayuda a mejorar», señala Maricarmen. Es un don esa visión del dolor.

Marisol es de caminar por la montaña y hace tres años se lanzó a probar el surf. En esa cabalgada sobre las olas se lesionó la rodilla, pero ella prefiere caer que quedarse con la espina de probar. En uno de sus viajes más recientes, junto a su hija, cruzó el agua turquesa de las calas de Cerdeña en zódiac. «Yo quiero probar todo», recalca esta auxiliar de enfermería que, al jubilarse a los 65, vio abrirse la puerta de un mundo por disfrutar. Tras probar la bici y la vela, se enfocó en el teatro, que es su pasión. «Lo descubrí hace cuatro años, tras ver en el periódico una información sobre los talleres De Mayor Crea». Se apuntó y así se tiró Marisol, a los 70, a la piscina del arte audiovisual.

LOS INFELICES 30

«Yo siempre quise aprender. En De Mayor Crea, lo bonito es que no te dicen lo que tienes que hacer, tú creas,te dejan ser creativa, te sientes muy válida». Allí se descubren grandes guionistas sénior, asegura Marisol. «¡Y parece que yo soy una artista de primera!». «Solo nos falta que nos conozca Almodóvar, ¡que nos contrata!», dice Maricarmen. El diálogo tiene un color especial en el Monty de A Coruña, uno de los puntos de encuentro de estas maravillosas chicas de 70, donde hicieron más de un taller que no olvidan. El talento puede despuntar en la madurez.

Justo antes de la pandemia, fueron juntas a la vendimia en la Ribeira Sacra, paraíso natural que no se cansan de repetir por más que hayan ido ya «400.000 veces». 

Buscando en el baúl de los recuerdos al modo de Karina, cualquier tiempo pasado les parece peor. La edad más cruel quedó atrás. «Entre los 22 y los 33» vivió la etapa más dura Maricarmen, y Marisol se alegra sobre todo de haber dejado atrás la década de los 30 a los 40. «Somos mucho más felices ahora. Ahora, podemos ser nosotras», asegura, soberana del yo, Marisol, que se siente «totalmente empoderada».

¿El secreto de esa fuerza? «Siempre hay que tener una ilusión. Es la clave. Lo importante no son cosas, son momentos. Yo a mis nietos más que regalarles cosas quiero regalarles momentos», concluye Maricarmen, que fue enfermera militar, administrativa, iba a hacer Derecho (pero lo descartó al ponerse sus padres enfermos) y tiene una memoria imponente como una catedral. Su ilusión es caminar, seguir caminando mientras pueda. No es poco para quien recibió la invalidez absoluta tras pasar seis meses sin poder andar. La libertad es lo que más mueve a Marisol. «La libertad de hacer todo lo que no he podido hacer», concreta. 

Maricarmen y Marisol en algunos de los viajes que hicieron juntas y en uno de los talleres artísticos que organizaron con la Asociación Coruñesa de Fibromialgia.
Maricarmen y Marisol en algunos de los viajes que hicieron juntas y en uno de los talleres artísticos que organizaron con la Asociación Coruñesa de Fibromialgia.

En toda biografía hay una infancia que es elemento central, como lo es ese momento en que se rompe el cascarón. Tanto Marisol como Maricarmen se casaron muy jóvenes. Su guerra por la vida empezó en los dominios del hogar, de la relación conyugal. Maricarmen, a los 19 años, tuvo a su primera hija a los 20, con 27 ya tenía cuatro y luego se separó, y su película pudo ser entonces Volver a empezar. Las segundas oportunidades que llegan tras los problemas graves que afrontas te hacen «vivir la vida con más intensidad». Sus padres, que la educaron en el esfuerzo compartido (él trabajaba por la mañana, su madre en una droguería), en la igualdad, fueron siempre para ella un apoyo, como su hermana, recalca. «A mis padres se lo podía contar todo -recuerda Maricarmen-, porque tenía el apoyo de ellos en todo. Entonces, me sentí siempre muy segura. Eso me dio fuerza, creo. Yo sé que soy una mujer fuerte. Tuve mi época mala, en la que estuve con la autoestima por el suelo, destrozada. Pero dije: 'Como me caí, voy a subir'. Yo creo que en eso influyó mucho el arrope de mis padres». «Las mujeres somos fuertes -añade Marisol. Somos resistentes».

Marisol atribuye su forma de ser y de enfrentarse a la vida al hecho de haberse educado de niña en tres colegios de monjas. «Me enviaron a un colegio de niñas, de señoritas, que lo llamaban asilo social. Mi madre trabajaba y estaba separada. Trabajaba en una casa atendiendo a unos niños y entonces no podía atender a los suyos. Los señores con los que trabajaba mi madre conocían el colegio de Boadilla del Monte, que es una réplica del Palacio Real, donde me llevaron a mí», relata Marisol, que se recuerda allí volviendo a empezar 8 años, cómo entró llorando pero se acabó adaptando. Cuando volvía de pasar las vacaciones en Galicia, en Madrid le decían: «¡Ahí va la gallega!». La gallega recuerda que lloró mucho un día en el que su madre la visitó y le llevó un estuche lleno de chuches. «Lo puse debajo de mi cama y al día siguiente no estaba», recuerda. No lo olvida, ni olvida que vivencias como esas la hicieron «fuerte». Tampoco olvida que su separación fue soltrar lastre, descubrir que su sospecha de que había mundo más allá de sus rutinas era real.

«A aquellas mujeres que vivieron aquella época [las que criaron a los hijos en los 50] había que hacerles un monumento». Ni Marisol ni Maricarmen olvidan que son hijas de madres trabajadoras. Del esfuerzo salen obras imponentes. «A nuestras madres había que hacerles un monumento. Las madres... las madres siempre están», redunda Marisol. Una proeza tener hijas como ellas, que son un ejemplo de los estudios de London School of Economics que señalan que la felicidad alcanza una cima a los 69. Según el elegido como mejor psiquiatra de España en el 2021, Álvaro Moleón, el bienestar en la tercera edad depende sobre todo del autoconcepto. La clave para vivir con gusto la película de la vida hasta el final es la autoestima, regada con tres ingredientes: la buena alimentación, la actividad física y el cuidado del sueño y las relaciones con los demás.