
La primera vez hace 61 años, justo antes de casarse, y la segunda, cuando les tocó el gordo de la Navidad del 2014. Eso sí, con más de 80 años, los dos aseguran que «un abrazo y la compañía de alguien vale más que todo el oro del mundo»
25 dic 2022 . Actualizado a las 17:42 h.Ángel González (San Sebastián, 1934) y Ramona Mahía (A Coruña, 1941) tienen la suerte echada. El 14 de julio de 1961, justo un día antes de casarse, Ángel ganó la lotería por primera vez. «En la mili nos daban una tablita para identificarnos. A mí me había tocado el número 13 y sentía que ese número me perseguía...», comienza a narrar.
Él trabajaba en la marina mercante y ese día el barco atracó en Cartagena. «Después de acabar la mili trabajaba de mayordomo en un barco. Tenía que ir con el marmitón a comprar lo que hacía falta para el día. Ya en tierra me encontré con un par de amigos con los que había prestado servicio militar. Fuimos a un bar a tomarnos algo y justo pasó un lotero. Vi el 13 y le dije que me diera toda la tira. En aquel entonces cada décimo costaba 15 pesetas, así que pagué 150 por la riestra completa», relata.
Lo que no se esperaba era que en la víspera de su boda le tocara la suerte, como si fuera una premonición de su buen matrimonio. «Justo esa tarde pasé por una administración, vi el número y dije: ‘Ostras, pero si es el que acabo de comprar’. Pero estaba tan nervioso que no encontraba el billete. Efectivamente había tocado mi número, el 13125. No recuerdo cuánto me tocó. Hoy seguro que no sería nada, pero con aquel dinero me alcanzó para venir a A Coruña y luego hicimos un viaje de bodas al País Vasco y a Asturias», cuenta. Al día siguiente de recibir el premio viajó a Galicia a casarse con Ramonita, como la conocen sus amigos, con quien llevaba cuatro años de noviazgo.
Vuelve y juega
Seis años después de su boda, Ángel decidió pedirse una excedencia en la Marina para empezar a vivir en tierra con Ramonita y su primer hijo. «Dije: ‘Bueno, me doy un año y si no encuentro nada, regreso al mar’». Pero justo antes de que se cumpliera ese tiempo, encontró un empleo de cocinero en la residencia Ángel de la Guarda, y desde entonces viven en A Coruña.
Él y Ramonita compraron un piso en la calle Hércules, donde también se encuentra la administración de lotería La Sonrisa, de su sobrino Manuel Mahía, quien les dio la suerte la segunda vez. «Yo juego siempre el 10569; y para Navidades también el número de nuestro código postal, 15002, además hago las quinielas de fútbol y a mayores, le decimos a Manu que nos guarde todos los números 13», relata Ángel, quien sigue confiando en la suerte. «Cuando juego, siempre cojo algún pellizquito. Además, no hay dos sin tres, a los hijos les vendría de carallo», bromea.
En diciembre del 2014 «Manu nos llamó y nos dijo que tenía un 13, y, claro, nos lo guardó», relata Ramonita. «Se los vendí justo el día antes», aclara el sobrino, que hace memoria de lo que sucedió aquella Navidad.
Aunque con algunos detalles diferentes, todos recuerdan ese 22 de diciembre. «El resultado salió muy tarde, como a las 13 horas», apunta Manu. Ramonita y Ángel, como todas las mañanas desde que están jubilados, salieron a dar un paseo.
«Pasamos por el bar frente a la administración y vimos que había caído un 13 que terminaba en 7. Así que yo volví a casa a por el billete para comprobar si nos había tocado», cuenta ella. Entre tanto, Ángel se quedó en el bar y a los pocos minutos vino su sobrino a confirmarle la noticia: les había tocado el gordo.
«Sentí mucha seguridad», cuenta Ramonita, aunque de ninguno de los dos vino la iniciativa de celebrar la victoria. «Hubo champán, lo típico, pero de parte de nuestro sobrino y de la gente del bar. Nosotros no, nada de nada. Lo único es que yo hubiera cogido un crucerito con ella para recordar mis días en el mar. Pero Ramonita se marea, así que nada de nada», explica Ángel.
Ante la incredulidad, reiteran: «No nos falta nada. Tenemos nuestro pisito, nuestros hijos están bien, la jubilación estuvo muy bien, no debemos un duro a nadie. Así que tenemos un poco para trampear por si un día nos enfermamos», dice él. Pagaron la parte de Hacienda y le dieron un poco a los hijos, «para un café», bromean. El resto lo guardaron. «Yo gané la lotería y no llegué a tocar el billete. Inmediatamente le dije a ella [Ramonita]: ‘Lo ingresas a caja mañana’», se ríe.
Ambos recalcan que no necesitan más, que les basta con lo que la vida les ha dado hasta ahora. «Mucho le tengo que agradecer a Dios, porque tuve una infancia complicada, pero después todo fue perfecto», dice Ángel. Ramonita, por su parte, insiste en que el dinero no es lo más importante: «A esta edad, me vale más la amistad y el cariño que todo el oro del mundo», concluye.