La historia de amor que cautiva Instagram: «Si Romeo se sacrificó por amor a Julieta, el siguiente fui yo por Sonia»

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Mamadú y Sonia, un matrimonio que engancha. Se conocieron en una misión en Guinea-Bisáu, y fue amor a primera vista. Apenas unos meses después ya eran tres, y el cuarto miembro no tardó mucho en llegar. Además, tienen una familia virtual de miles de seguidores

11 mar 2023 . Actualizado a las 20:19 h.

«Érase una vez una enfermera que trabajaba para una oenegé y se fue de misión a Guinea Bisáu. Allí conoció a Mamadú, con el que tenía muchas reuniones y riñas de trabajo, porque él ocupaba un puesto de personal local en la misma organización....». Sonia ha contado en varias ocasiones el principio de este cuento a través de su perfil de Instagram (@mamaderizos). Cada vez que se incorporan seguidores nuevos a su cuenta, es frecuente que se repita la pregunta de «cómo os conocisteis», porque su historia de amor, este cuento, despierta mucho interés, y hoy en YES nos lo va a contar hasta el final.

 «Él trabajaba en un puesto de logística muy ligado al mío, que era sanitario —dice Sonia—. Nos encargábamos un poco de lo mismo, desde diferentes ámbitos. Era la persona con la que yo tenía que hacer equipo para sacar la misión adelante, así que nada más llegar ya empezamos a conocernos». Hasta que un día, a los dos meses de estar allí, dieron un paso más. «Si vamos a salir, yo no quiero ser vela, quiero ser linterna», le dijo Mamadú (@papaderizos), el príncipe azul de esta historia. «Él llevaba mucho tiempo trabajando como personal local de esta entidad, y había vivido cómo un montón de expatriados como yo llegaban allí, tenían una relación corta y después se volvían. Siempre eran relaciones con fecha de caducidad, y él no quería eso. No quería empezar algo, que me fuera a los cinco meses, y que él se quedara enamorado y dolido. Por eso lo de la linterna, no quería que la luz se apagara», señala Sonia. Du, como lo llaman coloquialmente, había ganado, porque aquella chispa había prendido fuerte.

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Cuando a los siete meses se terminó la misión, Sonia regresó a España. Pero no lo hizo sola. Él se vino aquí de vacaciones, con un visado de turismo, porque sabían que habían comenzado «algo para largo», y querían que Du conociera el país de Sonia, dónde vivía, a su familia, a sus amigos... Las Navidades del 2018 Du las pasó en España.

Estando aquí Sonia consiguió que le dieran otra misión en Guinea durante tres meses, y allá se fueron de nuevo juntos. Esa segunda vez, al poco de llegar ella se quedó embarazada, una noticia que precipitó los acontecimientos. Lo que iba a ser una mudanza tranquila y sosegada se convirtió en un proceso acelerado. «Los primeros dos meses del embarazo los pasé un poquito mal. Son condiciones de mucho calor, estaba muy cansada tenía que estar todo el día trabajando, no tenía medios para tomarme vitaminas o lo que necesitara... Aguanté unas semanas, pero a los tres meses me volví, también porque ya tocaba». En marzo del 2019 Sonia regresó a España, y un mes después lo hizo Du, que renunció a todo por amor. «Si Romeo y Aquiles se sacrificaron por amor, el siguiente es Mamadú», dice él refiriéndose a que nunca tuvo dudas de dejar su tierra y venirse a España. «Yo era de esas personas que desde la última etapa de los estudios ya había empezado a trabajar, estaba muy cómodo, no tenía ni pasaporte, nunca había pensado en salir del país, hasta que me enamoré», explica Du.

Aun así, confiesa que le costó un poco dejar a su familia. «Los echo de menos, pero soy consciente de dónde estoy y disfruto. La familia de Sonia es mi familia. Estoy muy a gusto. En algún momento echas de menos la comida o algo así, me pasa sobre todo cuando hablo con ellos». 

FELIZ EN SU NUEVA VIDA

La adaptación a otro país, a otras costumbres, a otra cultura... no fue difícil, sin embargo, fue un cambio radical en su estilo de vida. Du estaba acostumbrado a vivir casi en una especie de comuna. «Allí son como un pueblo del sur de España en verano, están todo el día en la calle, solo entran en casa para dormir. Viven un poco así, todos juntos, da igual de dónde vengas, que te acogen, comparten ratos de té, de merienda, mucha vida social... Y eso aquí, y menos en el norte de España, no se lleva», comenta Sonia. La unión llega hasta tal punto que no solo comparten sueldos, sino que todos participan en la educación de los más pequeños. «En la de tus hijos interviene tu familia. Los niños no solo obedecen a los padres, también a los tíos, abuelos... La educación es compartida», apunta Du, que confiesa que en su país nunca se le dice a una persona mayor directamente que está equivocada por una cuestión de respeto.

Venir de mundos tan diferentes no ha sido impedimento para que Sonia y Du hayan formado una familia estable y feliz. Y tan feliz. Su felicidad traspasa las pantallas (de los móviles). Pero si hay algo que a Du le chocó de nuestra cultura son los temas de conversación. «Sobre todo cuando se habla de comida —dice—. ‘En este restaurante se come bien o si haces el jamón de esta forma sale muy rico...‘. Eso me choca porque nosotros, no sé si es por nuestras dificultades, no hablamos de comida. Porque igual tú puedes comer, pero el otro no». «Muchas veces nos juntamos —interrumpe Sonia— y decimos: ‘Pues hemos comido esto, y para cenar vamos a hacer esto...'». «Y nosotros allí comemos un plato único y todos el mismo», dice él.

El próximo mes de abril cumplirá cuatro años en España, y durante este tiempo, confiesa, ha aprendido a tener tiempo para él. «En Bisáu nunca lo tenía, allí vives por y para tu comunidad, yo nunca era el primer plato. Allí vivimos uno para todos y todos para uno. En cambio, aquí he aprendido a cuidar de mí mismo. Lo que más agradezco es que aquí planificas el mañana, allí sobrevivimos. En España vas al súper y haces la compra para una semana, allí ni de broma. Se compra al día», comenta Du. Y aunque es algo que agradece, no lleva en los genes la organización, y esto a veces trae algún que otro quebradero de cabeza familiar. «Yo siempre digo que nuestro mayor choque es la comunicación y la diferente forma de planificar el tiempo. Pero también creo que tiene mucho que ver con la personalidad de Mamadú y con la mía».

Ella es muy comunicativa, muy organizada y controladora, mientras que él no está nada acostumbrado a pensar en el mañana porque puede que suceda o no. «Yo muchas veces le digo: ‘Podías haber previsto que nos faltaba esto y haber comprado' o ‘has llegado tarde; me dijiste que venías a las 5 y son las 7'. Aunque esto ha ido mejorando con el tiempo, he aprendido a entender lo que él me quiere decir cuando me dice, por ejemplo: ‘Voy a llegar pronto a casa o me voy a ocupar de esta tarea', y él ha aprendido a decir lo que yo quiero oír en base a cómo significa para mí», explica Sonia.

«La comunicación tiene mucho que ver —continúa—. Él es más de comunicar lo esencial, de ‘esto que me estás contando tú, pues te escucho, pero yo no te lo estaría contando'. Porque yo le cuento hasta la última vez que he ido al baño, o si acabo de venir de una tienda le digo: ‘He comprado un marco para esta foto, aunque no me convence...'. Y me dice: ‘Vale, vale', pero él nunca me contaría esos pormenores», explica Sonia. Cuando cuenta los choques culturales, que ella cree que tienen origen en su cultura, la gente le responde: «Mi marido debe de tener genes africanos porque tenemos el mismo problema», señala entre risas.

Apenas habían pasado seis meses desde su llegada a España cuando se convirtieron en padres. En ese tiempo ambos tuvieron que encontrar un nuevo trabajo. Él, además, sacarse el carné de conducir, adaptarse a un nuevo país, una nueva cultura, una nueva forma de comer, un nuevo clima, un nuevo idioma... «Y, sobre todo, adaptarnos los dos como pareja, a vivir juntos». No han tenido una época estable como cualquier pareja de novios, enseguida vino Joel, y luego se quedó embarazada de Nora. «A ver, estamos tranquilos, lo que se puede con dos niños pequeños», comenta Sonia.

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Una vez aquí a Du también le sorprendió mucho que a los bebés se les pusiera nombre antes de nacer. «Allí no le ponemos ni antes ni durante la primera semana. Hasta que se les bautizan no tienen, sería el bebé de Sonia. Es así porque hay mucha gente que ha cogido depresiones, tienen ilusión por el bebé, y al nacer se muere, hay una tasa muy alta de mortalidad infantil. La cultura se va amoldando a la dificultad», señala. «Cuando nació Nora, Joel tenía 2 añitos, era muy bebé, y era un niño muy movido. Mientras otros no se soltaban de la mano de sus padres, Joel corría, se subía a los bancos, bordillos. Enseguida supo andar en patinete, este fin de semana ha aprendido él solo a andar en bici con pedales. Tiene mucha fuerza a nivel motor, yo creo que son los genes africanos, a Nora le pasa lo mismo», explica Sonia, que confiesa que cuando creían que no había niño más movido que su primogénito, llegó Nora y lo superó con creces. Empezó a gatear con cinco meses y a caminar con diez.

A la hora de sacar parecidos lo tienen claro: Joel es igual que su madre por fuera, pero es «un buenazo», tiene un carácter noble «como Du». Y con Nora ocurre lo contrario. Es más parecida a Du físicamente, pero en la forma de ser es como su madre. «Es una tocapelotas —se ríe—. Yo soy muy intensa», apunta.

UN JARRO DE AGUA FRÍA

Cuentan que se reparten la crianza a partes iguales, aunque Du partió con ventaja. «Aquí criamos a puerta cerrada, y en África a puerta abierta —dice Sonia—. Yo, que he trabajado en maternidad, he visto cómo esa madre y ese padre el primer pañal que cambian es el de su hijo, es la primera vez que cogen a un bebé. Esto no pasa en la cultura africana, si no has criado a tus sobrinos, lo has hecho con tus vecinos...». Así es que cuando nació Joel, Du había cambiado ochocientos mil pañales y sobrevivido a otras tantas rabietas. «Él tenía mucha experiencia, y en cambio, aquí nos pilla de sopetón, tenemos que aprender sobre la marcha. Además, hemos cambiado la forma de crianza a nivel generacional, y lo que hacían nuestras abuelas y madres ya no lo hacemos nosotras. Ahora tienes un bebé que tiene cólicos y se te cae el mundo encima. Nuestros niños han tenido cólicos, yo he tenido mastitis, y él ha actuado como si conociera esas situaciones porque ya las había vivido. Esto ayuda mucho, sumado a su carácter tan templado, con tanta paz, comprensión... Los niños se duermen igual conmigo que con él, hemos porteado los dos... Porque él no podía dar teta, que si no...», señala.

Aunque el cuidado de los pequeños estaba muy repartido, y lo sigue estando, hace unos meses Du tuvo que asumir la responsabilidad en solitario. A Sonia le detectaron un tumor que la obligó a pasar por quirófano, un proceso por el que está recibiendo quimioterapia y del que habla sin tapujos en sus redes sociales, incluso da consejos sobre lo que mejor le funciona. «La enfermedad nos ha cambiado bastante la vida, pero también ligado a la procedencia de Du y por su mentalidad tenemos mucho más en mente —esto lo he aprendido de él— vivir el momento. En su cultura es así, todo es más volátil, y los contratiempos surgen a diario, y tienen más integrada esa forma de pensar. Pensamos que si salimos de esta, seremos los más felices del universo», explica Sonia, que disfruta compartiendo sus descubrimientos, sus experiencias y sus anécdotas, algo que con las redes ha visto cumplido a gran escala.

«La gente me dice: ‘Es admirable cómo a pesar de todo sigues compartiendo las cosas de antes, por ejemplo, la crema del culo del niño o la mochila de porteo que usáis'. A mí esto me encanta, es parte de mi medicina (junto con la tranquilidad y serenidad que le aporta Du), me ayuda a ser la Sonia que era antes, y a tener la mente ocupada en algo que no sea la enfermedad. Si además del diagnóstico del cáncer, me quitan esto, me fastidian doblemente», explica Sonia, que no se considera más valiente por hacerlo.

Antes de que sus peripecias en el día a día acumularan tantos seguidores en Instagram, Sonia ya había creado una comunidad a través de un blog sobre maternidad. «Surgió a raíz de ese modelo de crianza que te contaba. Somos la primera generación que lo hacemos sin tener detrás a nadie que nos pueda guiar, más bien todo lo contrario, y esto provoca que cualquier cosa de los niños nos la tengamos que estudiar: los cólicos, la lactancia, el carrito, la forma de alimentar, de afrontar una rabieta... Tenemos sobreinformación, y yo sentía que con cada cosa me tenía que hacer un máster», señala a la vez que confiesa que no quería que todo ese esfuerzo cayera en saco roto, por lo que decidió recopilar todo ese contenido en una especie de cuaderno, donde ella pudiera recurrir en caso de tener otro hijo, y adonde remitir a la gente que ya le empezaba a preguntar por sus descubrimientos. «Lo tengo un poco aparcado, porque ahora mismo mi medio de vida es Instagram, es más agradecido, mucho más instantáneo y consumible, pero no lo olvido, le tengo mucho cariño, y creo que sigue siendo de gran ayuda», cuenta quien debe su nombre a uno de los contenidos que más expectación generó en sus redes: el pelo afro. «La gente no lo sabe, pero es un mundo aparte».

Tienen muchas ganas de viajar a Bisáu, de hecho, deberían haber ido en diciembre para que la familia de Du conociera a los niños, pero la inestabilidad en el país, debido a la convocatoria de elecciones, les hizo replanteárselo. Uno de sus proyectos de futuro es hacerse allí una casita para poder pasar temporadas. Mientras, los niños, sobre todo Joel, ya van teniendo muy claro los orígenes de su padre, porque al dormirlos Du siempre les recita el cuento de su vida. «Hay cinco continentes, uno de ellos es África, y en un pueblo de Guinea-Bisáu nació un niño....». «¡Que se llama Mamadú!», responde el pequeño Joel.

No me digan que no es una familia de cuento.