Walter Riso: «Lo que define el amor es el poscoito»

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Antonio Navarro Wijkmark.

«La pareja tiene que ser como tu postre favorito, pero no hay que comerlo todos los días...», dice el mago de las relaciones. «Los polos opuestos, si son muy opuestos, chocan. Las parejas que funcionan son las superpuestas»

24 mar 2023 . Actualizado a las 20:06 h.

El amor es como una mariposa. Si lo persigues se escapa; si te detienes, se posa en ti, advierte el doctor en Psicología, especialista en terapia cognitiva y bioética, Walter Riso, un mago de las relaciones de pareja que nos invita a hacer la prueba del algodón a nuestra forma de amar, de querernos y a nuestros lazos. Pero ese posarse suele tener el tiempo contado... ¿Cómo conseguir que la mariposa no detenga el aleteo o rompa a volar para no volver? ¿O cuándo está bien aceptar que se va?

Mira con quién estás o si lo llamas amor cuando quieres decir sexo, obsesión, tedio o sacrificio. ¿Estás enamorado de tu pareja como es hoy o de como era? Es solo una de las muchas preguntas que arroja el experto del amor con cabeza y humor por delante. «El erotismo va más allá de los glúteos, los senos o unos poderosos bíceps. Lo erótico se engancha con lo sensual, la fantasía, el juego», señala el experto bonaerense, que vive a caballo entre Bogotá y Barcelona. «Sin humor y diversión no hay eros completo», asegura quien indica que solamente un 30 % de las parejas «están bien». «Sufrimos demasiado por amor. El amor es un problema de salud pública», subraya. Particular.

Todo mejor con moderación, salvo el orgasmo. «Los orgasmos moderados no existen. Si te preguntas si has tenido un orgasmo, no lo has tenido. El orgasmo es una experiencia mística, en la que uno no se viene, ¡se va!», señala Riso en De tanto amarte me olvidé de mí.

—Aderezas con naturalidad y humor tus «master classes» de amor. 

—Ser provocador sacude a la gente, la pone a pensar, ¿no? Se sufre mucho por amor. La gente sufre demasiado por amor...

—Si todos queremos amar y ser amados, ¿por qué sufrimos tanto por amor?

—Porque hay una disfunción. El amor es una construcción personal. Tú lo inventas con tu pareja, lo construyes a través de los años, estableces tus propios códigos, tus propias normas... Pero el amor es también una construcción cultural. Hay una historia del amor. No es lo mismo cómo amaba el hombre de Cromañón que cómo amaban los griegos, los romanos y, en la Edad Media, el Renacimiento, los sesenta... Esa cultura nos mete ideas, creencias, expectativas que no son las que constituyen el amor real. Uno cree que el amor es una fuente de realización total, que el amor es Dios, Dios es amor... ¿Qué pasa? Que a veces la libertad es más importante que el amor. Y el amor no implica siempre que uno quiera sanamente. Uno puede amar enfermizamente. El 60 % de las consultas que atendemos tienen que ver con el amor. El amor es un problema de salud pública.

—Tiene que ver, adviertes, con cuidar los detalles y trabajar el día a día. No hay maratón de un día que compense los descuidos.

—Amar es algo que necesitamos, pero necesitamos amar bien. Va más allá del entretenimiento. Una aventura, pasar un rato, es más por el lado del enamoramiento. El amor implica eros, que es deseo, tener ganas del otro como un postre, es amistad, humor, confianza, compartir cosas y no explicar el chiste. Si uno explica el chiste tres veces, mejor llama al abogado. El cuidado del otro es también importante.

—¿Cómo lo definimos entonces?

—Una de las mejores formas que yo encuentro de ver si hay amor es que te duela el dolor del otro. Es «me alegra tu alegría y me duele tu dolor». Este es el buen amor. En el libro hay algunas preguntas muy poderosas. Son de mi práctica clínica. Yo se las hago a mis pacientes y ellos se retuercen... ¿Querrías para tu hija o tu hijo una pareja como la tuya?

—Es una pregunta extrema. A mí para mis hijas no me gusta nadie...

—Está bien, está bien... Prefiero que no te guste nadie a que te gusten todos. Tener yernos es difícil.

—¿Qué no debemos tolerar jamás en la pareja?

—Que vulnere tus derechos. Como decían los griegos, la pareja se parece a una amistad erótica. La clave es la amistad.

—¿Siempre nos enamoramos de los mismos rasgos, buscamos lo mismo en todas las parejas que tenemos?

—Los hombres y las mujeres son el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Sí, puede haber rasgos que son compensatorios. Por ejemplo, voy a inventar... Una mujer o un hombre débil es posible que busque a personas fuertes. Pero esas personas fuertes vienen con un halo detrás. Es posible que tengan rasgos psicopáticos, narcisistas. Entonces, cuando aprendes a ser más fuerte, ya no vas a elegir de acuerdo a tu déficit. No eliges enamorarte, sino elegir de quién te puedes enamorar y empezar a hacerlo de una manera más relajada, sin buscar compensaciones. Eso lo descubre uno en la terapia...

—Dándole la vuelta al ejemplo, ¿el fuerte elige como pareja personas débiles para crecerse?

—Sí, el narcisista tiene una necesidad de control, manipuladora, posesiva. Si eres narcisista, vas a buscar a un dependiente. Todo eso es lo que se define como pareja tóxica o enfermiza (que me gusta más que tóxica); un narcisista con una persona dependiente, este es el cóctel molotov perfecto, ¡que puede durar siglos! ¿Y qué? Las relaciones de pareja deben ser equilibradas. Yo no puedo darte, darte y darte. En el amor de pareja, uno espera cosas a cambio. En el universal, no. El amor de pareja es diferente, tiene que haber reciprocidad.

—En «De tanto amarte, me olvidé de mí» hay ejemplos cercanos y otros que parecen escenas de ficción. Revelas que algunas abuelas en Latinoamérica describían a sus parejas con el dicho: «Sol de la calle, oscuridad de la casa». Eso no solo en Latinoamérica. Tremendo el caso de esa mujer que guardaba un rosario bajo el colchón para entregar el sacrificio de acostarse con su marido...

—¡Es real! Esa señora entregaba el sacrificio a los niños de Biafra. Él decía: «Mi mujer es una leona, ¡tiene unos orgasmos! Y yo pensaba: ‘¿Cómo será de observador este hombre, que ve así a una mujer que es un témpano?». Las mujeres son más inteligentes, tienen mayor inteligencia emocional... Yo nunca he sentido celos en mi vida.

—¿Cómo se consigue eso?

—Tiene que ver con separar el amor del sufrimiento. Eso de «hazme tuya» no... Él o ella no es un objeto que te pertenece. Hay millones de cosas que habría que enseñar en los colegios sobre lo que es un amor sano y lo que es un amor enfermizo, respetar los derechos en el amor. Hay derechos que no se pueden violar ni por amor ni por nada. Si mi pareja me dijera: «Eres mi droga favorita», me pondría a llorar.

—Mejor que sea el postre favorito...

—Eso sí. La pareja tiene que ser como tu postre favorito, pero no hay que comerlo todos los días, porque, si no, te empalaga. Las buenas relaciones sexuales no son como el champán, no son efervescentes... Por lo que sabemos en ciencia, se parecen más a un vino añejado en barrica de roble 20 años. Tienen cuerpo, calidad, matices... Hay gente que me cuenta que tiene relaciones cada 15 días. Tú puedes tener relaciones en cada muerte de obispo, si quieres. Si tu pareja es un desesperado, si es un hombre pene en ristre, y vos una mujer que quiere solo una vez por semana, tenéis un problema.

—¿Eso es común: hombre hipersexual con mujer tirando a fría?

—Y al revés también, también. Eros no define al amor. Lo que define el amor es el poscoito.

—Y puede ser un gran vacío.

—Exacto, un gran vacío. En el poscoito es cuando se va el eros y quedan los dos al desnudo. ¿Y qué hacer? Si después, quieres salir corriendo, esa no es una relación afectiva. Es importante olfatear al otro, catarlo, querer estar. Después del acto, la cosa puede ser comerse una manzana, chismorrear de alguien, jugar, reírse, algo de ternura...

—¿El tiempo está sobrevalorado en la pareja?

—¡Más que sobrevalorado! Dos cosas. ¿De quién estás enamorada, de la persona que conociste hace años o de la de ahora? ¿Y si ahora lo conocieras como es? «Ah, no estaría con él». Entonces, estás enamorada de un fantasma. Otra cosa. Piensa en una pareja que está celebrando sus bodas de titanio, 70 años, y ves a los dos viejitos tiernos, divinos... La gente aplaude. Yo no aplaudo, yo primero pregunto. «Señora, ¿qué tal le ha ido todo este tiempo, volvería a vivirlo?». Si ella me dice: «Doctor, con callos supe aguantar hasta el final», entonces merece un premio al aguante, no al amor. El tiempo sí influye... Si uno es capaz de construir, reconstruir, inventar su relación, si el otro se vuelve compinche, está bien. Unamuno lo dice bien. «Cuando le acaricio las piernas a mi mujer, ya no siento nada. Pero si le duelen las piernas, me duelen las mías». Eso es amor. Y jugar, tener fantasías... El erotismo no es sexo, es juego. No hay eros completo sin diversión.

—¿La clave para que funcione?

—El eros, la amistad (la parte más importante, ser compinches, el humor), que nos indignen las mismas cosas. Y compartir una visión del mundo es fundamental. Si tú eres de izquierdas y yo soy de ultraderecha, no vamos a estar bien. Si eres del Opus y yo ateo, tampoco.

—Los polos opuestos se atraen...

—Bueno... La ciencia ha reevaluado eso. Los polos opuestos, si son muy opuestos, chocan. Las parejas que funcionan son las superpuestas, las que tienen cosas en común y cosas que no son en común. «Tus amigos, mis amigos, nuestros amigos». Se trata de tener también tus espacios propios, de libertad, porque hay matrimonios que parecen secuestros amañados. A veces, en algunos conflictos de pareja, habría que llamar a un detective, no a un abogado...

—Nos recomiendas -resumamos- defender el territorio propio, admirar y cuidar a la pareja, tener con ella ciertos «desacuerdos amistosos» y un proyecto de vida en común con significados acuerdos, valorar en especial lo que ocurre tras el coito y llevar la relación con humor. Lo que también aclaras es que no existen los orgasmos moderados...

—No, no existen los orgamos moderados. El orgasmo es una experiencia mística. Cuando alguien piensa: «No sé si he tenido un orgasmo», es que no lo ha tenido.

 Radicales en esto. Y en lo demás, dulces, tibios.