Martiño nació en A Coruña y tiene 12 años: «En el patio del colegio me dicen 'puto negro'»

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MARCOS MÍGUEZ

La primera vez que Martiño escuchó un insulto racista tenía 5 años. Desde entonces ha padecido que sus compañeros de clase le digan frases como «tu piel es del color de la caca», «los negros me dan alergia» o «si te toco, tu piel me mancha»

02 jul 2023 . Actualizado a las 19:24 h.

Martiño nació en el Hospital Teresa Herrera de A Coruña, tiene 12 años y no acaba de comprender por qué es diferente al resto de sus compañeros de colegio. Pero lo es. Lo es porque a él lo insultan y está acostumbrado a que lo desprecien por su color de piel. Sí, en la era del smartphone, cuando hablamos del ChatGPT y de los avances de la inteligencia artificial, los comportamientos de muchos de los que se siguen llamando seres humanos son igual de inhumanos y despreciables que hace siglos. Lo son, porque Martiño lo padece cuando sale al patio de su colegio y un grupo de niños lo insultan por haber nacido de una madre de raza blanca y un padre de raza negra. Y esa circunstancia a Martiño lo ha marcado. Desde que es pequeño su madre lo ha educado en el respeto y cuando él le contaba que algún compañero en la escuela lo agredía con esas palabras, ella le aconsejaba que no respondiera. Y que no contestara con violencia jamás, de ningún modo. Era una manera de protegerlo del mundo exterior, la que su madre, María, creía que le valdría como escudo: a palabras necias, oídos sordos. «Procuraba que no se diera por aludido, en una autodefensa que, sin embargo, con el tiempo me he dado cuenta de que no sirve de nada», señala ella.

Porque las palabras duelen, y a Martiño la herida se le fue haciendo cada vez más grande y la rabia contenida le fue haciendo mella. ¿Qué es lo que te decían o te dicen en el colegio?, le pregunto. «Me llaman puto negro, adoptado, y cosas así. Me han dicho que soy del color de la mierda, que mi piel mancha, y también algún niño me ha dicho que si se acerca a mí y me toca, yo desprendo color», responde en voz baja, como temiendo todavía que a esos niños que lo insultan los descubramos públicamente. ¿Y qué hacías tú cuando te decían esas barbaridades? «Yo no les contestaba, no quería decirles nada para que me dejaran en paz, en cambio, eso hacía que ellos volvieran a insultarme, porque ya sabían que yo me iba a quedar callado. Eso me ha hecho daño», continúa Martiño, que, a medida que se suelta en la conversación, va relatando cómo se siente cada vez que en el colegio lo insultan: «Estoy afectado, triste, y a veces lloro, sí he llorado, pero nunca pensé que era mejor haber nacido blanco».

El orgullo de su raza lo mantiene intacto, y en eso ha tenido mucho que ver su madre, que lo ha fortalecido cada vez que los compañeros lo despreciaban. «Mi madre me ha ayudado siempre, aunque hay algunas cosas que no le he contado de lo que me hacían porque sabía que le podía hacer daño a ella y para alejarnos de los problemas, para evitarlos», expresa Martiño. A su lado, María no puede dejar de emocionarse y en algún momento las lágrimas le brotan de impotencia.

NIÑOS RACISTAS DE 5 AÑOS

«La primera vez que tuve conocimiento de que mi hijo había sufrido un insulto racista fue en primero de primaria [los niños tienen 5 o 6 años]. Aunque es verdad que a partir de 5.º y de 6.º se han agravado y multiplicado por mil», expresa María, que haciendo memoria, recuerda que lo primero que escuchó Martiño no iba dirigido a él, sino a otro niño de su misma raza. Él vio cómo otro compañero de su clase de primero de primaria le decía a otro de su colegio: «Apártate, porque tengo alergia a los negros». Él se sintió identificado y le dolió tanto que se lo contó a su madre. Ella reconoce que el 90% de los insultos racistas que ha padecido su hijo han sido en la misma escuela, en un colegio de Sada (A Coruña), donde Martiño ha estado estudiando hasta ahora, ya que el año que viene se va para el instituto.

«La primera vez que lo insultaron fue una profesora la que me alertó. Me llamó y me contó que un compañero [hablamos de niños de 5 o 6 años] le dijo que era del color de la caca», expresa María, que relata que entonces la profesora actuó por su cuenta e intentó a su manera resolver el conflicto, sin elevarlo a dirección. «Estuvo trabajando con los niños la discriminación para hacerlos sensibles —continúa—, pero como algo de ella, personal, de su clase».

María siempre intentó que Martiño se sintiera orgulloso de su color de piel y le aconsejaba que no les contestase a sus agresores para que no entrara en ninguna pelea. «Él es alto y yo temía que si se iniciaba un conflicto, fuera todavía peor. Le decía: ‘No contestes, no digas nada’. Pero al llegar a casa, él me contaba lo que le habían dicho’. María empezó así una batalla de correos electrónicos para que la dirección del colegio reaccionase y tomase medidas. «Muchas veces no tuve respuesta y otras me decían que lo iban a investigar, sin embargo, al final se quedaba la cosa igual», apunta María, que con los años fue perdiendo la paciencia. En 4.º los insultos se agravaron y se fueron repitiendo con el clásico «puto negro» o «negro de mierda». Con la particularidad de que Martiño, además, es de religión musulmana por decisión propia, porque él así lo quiso, y a raíz de unos comentarios en el colegio, empezó a dudar. «En ese momento yo supe que tres crías le habían dicho: ‘Come jamón’ y cosas del estilo, en plan de burla, y él se vino abajo y quería dejar de ser musulmán. Se lo conté al colegio, pero tampoco fue acogida mi inquietud, solo me decían que hacían todo lo posible, que habían comprado libros contra el racismo, pero no había ninguna acción directa», expresa María.

En clase, Martiño ha tenido que oír frases del tipo: «Si apagas la luz, no se te ve», también escuchó a una niña decir: «Me caes mal porque eres negro», y a otro: «No me voy a poner al sol que si no, me pongo como Martiño». Con esa tensión encima, María ha visto cómo su hijo ha ido perdiendo autoestima, hasta el punto de que le afectó a su rendimiento en los estudios y le comenzaron unos dolores fuertes de cabeza que no se le pasaban con nada y que, finalmente, su pediatra achacó al estrés.

Un día, hace dos meses, Martiño tuvo una reacción agresiva por otro motivo en el colegio y cuando él llegó a casa, su madre le pidió explicaciones. Ahí María se vino abajo. «Mi hijo me dijo: ‘Mi vida no vale nada, me quiero tirar por la ventana’», rompe a llorar. Pero sin perder un minuto, ella llamó a una psicóloga que ha estado tratando desde hace mes y medio a Martiño. Para dejar constancia de todo lo sucedido, María mandó a la dirección del centro escolar el diagnóstico de la pediatra y a la semana siguiente, por fin, en el colegio abrieron el protocolo de suicidio. Ella quiere agradecerle especialmente a SOS Racismo por todo su apoyo y recuerda que en el teléfono 021, que ha puesto a disposición el Gobierno, se atiende a todos los que lo sufren.

Ahora Martiño está mucho mejor, pero su madre quiere llamar la atención sobre la falta de actuación que puede haber en situaciones como la suya. «El racismo es un delito de odio, y muchos profesores no tienen formación de cómo deben frenar a los niños, y también de cómo los padres de los otros niños tienen que actuar. El racismo es un problema estructural y debería haber más conocimiento, porque muchos no reaccionan por desconocimiento, como pasaba antes con la violencia machista», expresa María. Junto a ella, Martiño reconoce que sabe perfectamente quiénes lo insultan. «Son cinco niños de mi clase, pero también fuera del colegio una vez un señor en un supermercado me dijo que me fuera a mi país». La psicóloga le ha dado las pautas para que responda: «Ahora les digo que no me insulten, que paren, y si alguien me dice que no soy de aquí, yo le contesto que sí, que soy gallego, de A Coruña, y que este es mi país».