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Mario acaba de tocar tierra después de haber formado parte del elenco de los espectáculos a bordo. «Lo mejor era despertarte cada día con un paisaje nuevo», confiesa este malagueño de 25 años
18 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Mario, malagueño de 25 años, ha vivido y trabajado los últimos nueve meses a bordo de un crucero. Antes de subirse a aquel barco, su vida era muy diferente. El día a día de los artistas no es fácil. Castings de aquí para allá, y mientras tanto, aceptar empleos de algo que no es de lo suyo. El joven estudió Artes Escénicas. Su sueño siempre fue dedicarse a los espectáculos musicales. Lo había logrado. Antes de emprender su aventura marítima, debutó como bailarín en el musical de A Chorus Line en Barcelona, producido por Antonio Banderas. «A dos días de terminar la gira, me enteré por un amigo de que iban a hacer audiciones en Londres para trabajar en un crucero», cuenta. Mario tenía tan solo 48 horas para llegar a Inglaterra con las dos coreografías que pedían aprendidas. Eso, sin dejar de lado su empleo en aquel momento: «Ensayaba los pasos en los ratos que tenía libres entre espectáculo y espectáculo».
En cuanto terminó su última actuación cogió la maleta de mano y se subió al primer avión en dirección a Londres. «Cualquier momento era bueno para aprenderme los pasos; en el aeropuerto, entre vuelo y vuelo. Y ya en Londres, tomé una clase para perfeccionar la puesta en escena», explica.
¡A bailar! Había llegado el momento de demostrar de lo que era capaz. Pasó sin problema la primera criba. La segunda sesión era ya la definitiva. Sin embargo, los cazatalentos tardaron en llegar a un veredicto: «Cuando terminamos, nos dijeron que en los próximos seis meses avisarían a los seleccionados». Mucho tiempo para un joven que no puede permitirse estar de brazos cruzados. Así que, mientras tanto, encontró trabajo en Málaga: «No era el trabajo de mis sueños, pero era lo que había», apunta.
«Ya me había olvidado del casting, hasta que dos semanas después me llegó a mi correo un contrato en el que me informaban de mi admisión como parte del elenco a bordo de aquel crucero», cuenta. Le pilló por sorpresa: «En esta profesión recibes muchas negativas y vas perdiendo la esperanza». Al principio ni se lo creía. El proceso para emprender un viaje como el que tenía por delante es largo, se requieren visados, cursos de marítima, preparación física, etcétera. Por eso, cuenta que en esos meses le surgieron muchas dudas y tenía miedo de que algo le saliera mal, como que no le aceptaran la visa, por ejemplo.
SU «ERASMUS» EN MIAMI
Pero todo fue sobre ruedas. Tres meses y medio después de que le contrataran, se fue a Miami para formarse en un centro de alto rendimiento a cuenta de la compañía. «Era como vivir un Erasmus», añade. Para Mario, que tenía sus estudios de Artes Escénicas, esa experiencia era un sueño hecho realidad: «Se trataba de una especie de residencia universitaria. Como las que salen en las películas, con su pista de tenis, voleibol y piscina». Para él fue una época «maravillosa» en la que estaba haciendo lo que más le gustaba. Al terminar la formación y la preparación de los espectáculos, llegó el momento de poner en práctica todo lo aprendido. El elenco, del que formaba parte Mario, se subió a aquel crucero que se convertiría en su hogar en los próximos nueve meses.
No fue un camino de rosas. Confiesa que las primeras semanas fueron difíciles: «Tuvimos que hacer cantidad de cursos en referencia a la actividad marítima». También hay que tener en cuenta que Mario, antes de llegar a Miami, no tenía mucha idea de inglés. «Yo me pensaba que me defendía bien con el idioma, pero nada de eso». Además, era el único español entre sus compañeros. En la tripulación había gente de todas partes del mundo y cada uno con sus respectivos acentos. Pero eso fue solo al principio: «Al final, te das cuenta de que no hay que tener miedo de lanzarse y equivocarse con las palabras, la gente quiere escucharte y entenderte, por eso, ellos mismos te ayudaban a buscar la forma de traducir lo que querías decir».
LO MEJOR DE LA EXPERIENCIA
Mario tardó dos o tres meses en entender a la perfección el inglés. En ese tiempo se adaptó a todo lo que supone la vida en un barco. «Es difícil acostumbrarse a vivir en tan pocos metros cuadrados, los camarotes donde duermes no son muy grandes y normalmente los compartes con otras personas», asegura. Aunque en su caso tuvo ventaja. Su compañero de habitación, explica, era mexicano: «Llegar al cuarto y poder hablar en español era un desahogo».
Pero, si Mario se tuviera que quedar con algo de la experiencia, sería con los amigos que hizo a bordo. Trabajadores y huéspedes se encontraban divididos, cada uno tenía su propio espacio. «En el lado de los visitantes tenías que poner siempre buena cara, mientras que al otro lado del barco nosotros nos tomábamos nuestras cervezas y nos contábamos nuestras cosas tan a gusto». Fueron tantas horas las que pasaron juntos que, al final, se hicieron íntimos amigos.
Además, los que se dedicaban a la parte de los espectáculos tenían más tiempo libre que el resto: «Tres shows en siete o diez días». Más los ensayos que eso conlleva. Así, cuando tenían algún descanso, podían bajarse del barco y hacer turismo a su aire.
En nueve meses alternaron unas cuatro veces de ruta, unas por el Caribe y otras por Europa, aunque una de ellas era la que más se repetía, la que tenía como punto de partida Barbados, en el Caribe, y que continuaba por Trinidad, Tobago, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, San Vicente. Otra, también por el Caribe, recorría: Panamá, Costa Rica, Colombia, Aruba, Curaçao y Bonaire. En otra ocasión también cruzaron el Atlántico. En Europa pararon por Limassol (Chipre), Haifa (Israel), Mykonos, Santorini, Rodas y Atenas. «En algunos puertos ya teníamos fichados nuestros bares de confianza y nuestros lugares favoritos para pasar el día», añade Mario. Así fue como, enseguida, entabló amistad con sus compañeros: «Aprendías de su cultura, de su música, de su manera de ver las cosas».
PARA ÉL, ESTABA ESCRITO
Lo que está claro es que a su elenco se lo lleva para siempre en el corazón. Y grabados en la retina quedan los lugares que visitó. «Lo mejor era salir a la terraza a fumarme el pitillo mañanero y que cada día tuviera ante mis ojos un paisaje totalmente diferente», revela.
Lo más curioso de todo es que Mario ya había estado en ese mismo crucero años antes con su familia. Para él, que se considera una persona «mística», todo lo que le pasa tiene un significado. Por eso no pudo pasar por alto ese regalo del destino. Quien le iba a decir a él que años después estaría en ese mismo crucero haciendo lo que más le gusta: bailar.
Mario terminó su travesía hace una semana. Nueve meses después vuelve a su tierra, Málaga. Tras una dura despedida en la que deja atrás a todos sus compañeros y amigos, el joven ahora solo quiere disfrutar de la tranquilidad del hogar. A pesar de haber sido una experiencia tan bonita y enriquecedora, agradece mucho haber vuelto. Al cansancio acumulado de haber estado trabajando durante nueve meses, hay que sumarle que, antes de irse a Miami, el joven hizo el Camino de Santiago, un peregrinaje que, confiesa, le dio fuerzas para emprender esta nueva aventura en su vida.
Ahora solo busca descansar. Sin embargo, no descarta volver algún día al crucero. «En unos cuantos meses igual me lo planteo. Mientras tanto, voy a buscar trabajo en musicales, que es mi verdadero sueño», concluye.