Minda: «Yo tengo dos batas de Amancio Ortega de hace 50 años ¡y las uso!»

YES

VÍTOR MEJUTO

No una sino dos son las batas que guarda Minda en el armario de su casa. Se las regaló su comadre, que trabajaba en el taller en el que comenzó Amancio Ortega, y esta coruñesa las ha conservado todo este tiempo por el cariño que le tiene, aunque no lo conoce personalmente: «Es el padre de los gallegos, ha quitado mucha hambre a Galicia, a A Coruña y a toda España»

24 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Nada más abrir la puerta de su casa en una céntrica calle de A Coruña, Minda se echa a reír: «¡Me van a conocer como la de las batas, ¡qué vergüenza!». Así que, con esa coquetería suya, me aclara que jamás en la vida algún vecino la ha visto con ellas. «No, no, yo de día no me las pongo», señala esta gallega que guarda como oro en paño dos joyas que tal vez se puedan subastar por todo lo alto en algún momento. Minda tiene ahora en su poder no una, sino dos batas de las primeras que se confeccionaron en Goa, el taller que tenían Amancio Ortega, su exmujer, Rosalía Mera, su hermano Antonio y su cuñada. En aquella pequeña empresa cosían varias empleadas, entre las que estaba la comadre de Minda, que fue quien le regaló a ella las batas hace aproximadamente 50 años. «La primera que me trajo fue la rosa, y poco después me regaló la azul, así que deben de tener por ahí: entre 48 y 50 años», resuelve Minda que, como su comadre, también dedicó su vida a coser. «Sí, yo cosí para la baja y la alta sociedad, gente humilde y gente con mucha economía, hacía ropa de ceremonia, pero también de poner a diario», explica. Con ese buen ojo de aguja que tiene, ella no duda en enseñarme las batas con todo detalle: «Tienen sus vivos, sus rematitos, eran unas prendas curiositas, pero nada del otro mundo, no te creas, eran una batas normalitas, no de boutique». ¿Cuánto podían costar en aquel momento? «No creo que llegaran a mil pesetas, pero no recuerdo exactamente, porque como fue un regalo de mi comadre no sé decirte. De todas maneras, a ellas, al trabajar en el taller, se las dejaban más baratas, les daban algunas que tenían alguna tara pequeña que era imperceptible. Estas, posiblemente, sean de esas que ya no se vendían al publico, pero yo jamás les encontré la tara, aunque ahora —se ríe Minda— alguna ya la tengo remendada: ‘Mira, mira, están las pobres que ya se ve el día por ellas’».

 Minda no usa habitualmente bata durante el día, como ya dijo, pero estas suele usarlas por la noche en el invierno. «Tengo un montón de batas, algunas sin estrenar porque me las regalan. Yo jamás compré una, no se me ocurre, pero al final siempre recurro a estas dos, especialmente a la azul. Me sienta mejor, es más ajustadita y me encuentro bien con ella. En invierno, cuando hace frío, aunque tengo la calefacción, me la pongo por la noche, ¡pero de día no, que quede claro!».

¿Sueles guardar la ropa durante años?, le pregunto. «No, no tengo Diógenes —bromea Minda—, pero sí guardo alguna prenda especial, de calidad, o alguna que me trae recuerdos. Estas batas, por ejemplo, las he mantenido por cariño». «Ortega es el padre de los gallegos, sacó mucha hambre a toda Galicia, a A Coruña, a toda España... Necesitábamos a cuatro o a cinco como él. Además, es muy buena gente, no va de nada, nació humilde y sigue siendo humilde, porque ayuda a muchas personas y lo sé con seguridad. Yo le tengo mucho cariño, aunque no lo conozca personalmente». «¡Mira que si te ve en este reportaje y te quiere comprar las batas...!», le digo a Minda, que se echa a reír. «¡Se las regalo!... Bueno, no, que él puede pagarlas, ja, ja, ja».

«Si Ortega las quiere, se las regalo. Bueno, no, ¡que puede pagarlas!»

Minda, que tiene tres hijos y cinco nietos, ha cumplido los 79 y se mantiene estupendamente, así que no duda en posar y ponerse ante la cámara con las dos batas que guarda en su armario. Han pasado 50 años, pero a ella le siguen sentando como un guante. De modo que deduzco que no ha variado mucho su cuerpo en todo este tiempo. «Delgadita, delgadita nunca fui —indica—, pesaba 58 o 60 kilos y ahora estoy en 65, me sirven bien aún, pero la rosa siempre fue un poco más grande». Aunque ya han echado bollos y, como dice Minda, «se ve el día por ellas», las batas las sigue metiendo en la lavadora y las guarda sin necesidad de pasarles la plancha. Tanto valor sentimental tienen que, cuando le expongo que tal vez en Wallapop le den un pico por ellas, Minda niega con la cabeza. «Ahora a lo mejor tienen su valor, pero para mí el más importante es el sentimental, las guardo por cariño, como te dije, y a estas alturas de la vida me parece que se quedarán conmigo».

¿A quién se las dejarás en herencia? ¿Hay alguna hija o nieta que las quiera? «No, no. Ya te digo que como no se las lleve mi hija al hospital [la mayor es médica], ninguna va a querer semejante herencia», apunta Minda que recalca que jamás las ha utilizado fuera de casa. «No las he llevado de viaje ni a ningún hospital, siempre han estado aquí. Creo que venían en una caja cuando me las regalaron, pero ya no me acuerdo bien», apunta. Por si acaso, cuando me despido, le aseguro que si Ortega llama al periódico interesado por hacerse con este tesoro, le daré su teléfono. «Dáselo, me encantaría conocerlo», responde Minda. Ahí lo dejo.